La casa de Abdul ya tiene puerta
Vecinos de la Cañada Real donan 7.000 euros para rehacer la vivienda derribada
Parece una obra cualquiera. Cinco trabajan y 40 miran. Pero no lo es. Vecinos de la Cañada Real se turnan desde el sábado por la mañana para reconstruir la casa del marroquí Abdul Ghailan, de 30 años, cuya vivienda fue derribada el jueves por una grúa municipal. Llevan buen ritmo. En apenas dos jornadas han levantado tres tabiques de unos tres metros con los huecos de las ventanas. La nueva casa de Abdul ya tiene puerta. Blanca y blindada: 300 euros.
La obra está financiada con donaciones de los vecinos. "Hemos juntado unos 7.000 euros", cuenta Abdul. Le hacen falta 20.000 para materiales. La mano de obra es gratis. El derribo de su vivienda, construida de forma ilegal como otras 40.000 de la Cañada, desencadenó una batalla entre moradores y policías con el resultado de 41 heridos. Abdul, que acabó ese día en los juzgados, se enfrenta a una pena de uno a tres años de prisión por desacato a la autoridad y agresión.
Tres días después de los incidentes, cuatro voluntarios echan sin parar arena a la hormigonera. El cemento de las nuevas escaleras de entrada está todavía húmedo, como el suelo del interior, donde aún quedan cascotes. Decenas de niños corretean y juegan en el descampado situado delante de la fachada. Los jóvenes acercan los ladrillos. En ese grupo debería estar "Ahmed o Jaime", un adolescente de 17 años y con dos nombres que ayer se limitó a mirar. "Estoy cansado". Cuenta que el sábado colaboró desde la mañana hasta la tarde. Sólo paró para comer un plato de cuscús que repartieron a pie de obra. "Hay menos gente que el primer día", observa sentado en una piedra.
Entre el corrillo de voluntarios y mirones se pasea Daniel Torres, de 51 años, que vive diez casas calle abajo. Está operado del corazón, pero ha acudido "a apoyar". Lleva 18 años en la Cañada. Cuando llegó, la vivienda que comparte con su madre le costó "siete millones de pesetas de los de entonces". Opina que el Ayuntamiento les quiere echar "después de tantos años" por "pura especulación".
Junto a la vieja pared del cuarto de su hijo donde aún cuelgan dos fotos de niños, Abdul asegura que en Marruecos "no habría sido igual". "Allí no pueden derribar una chabola sin garantizar otro techo". Calcula que la casa estará construida en unas tres semanas. Pero hoy habrá menos gente para alimentar la hormigonera. La mayoría irá a trabajar. Él, el primero. A 140 kilómetros de Madrid, para construir la casa de otro. La suya, donde vivirá con su mujer y sus dos hijos, tendrá una distribución distinta de la que tenía la derribada. Eso es lo único que parece hacerle ilusión. "Será como vivir en un sitio nuevo".
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