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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Deschamps y la poética del desastre

Javier Vallejo

El mejor humor es trágico. Recordemos a Buster Keaton, lanzándose a la carrera, cerro abajo, para evitar ser arrollado por un desprendimiento. Decenas de rocas de cartón piedra ruedan tras él, y, cuanto más corre, más rocas arrastradas por las anteriores le van pisando los talones. Si le alcanzaran, Keaton moriría trágicamente, pero como su huida continúa, el público descarga la tensión acumulada riéndose de lo que le sucede, que no de él. Jêrome Deschamps, sobrino de Jacques Tati y admirador de Keaton, también es un humorista imperturbable. Sus personajes no gastan muecas ni comentarios. Se limitan a hacer lo que les mandan, o lo que pueden, con resultados invariablemente desastrosos. Son gente corriente superada por su entorno, una versión actual del Chaplin atrapado en la cadena de montaje de Tiempos modernos o de Jacques Tati intentando infructuosamente hacerse oír en medio del estruendo de los electrodomésticos de la cocina hipertecnológica de su cuñada, en Mi tío.

En los espectáculos de Deschamps hay un fuera de campo inmenso. Lo verdaderamente importante sucede al otro lado de los muros. ¿De dónde vienen sus atribulados protagonistas? ¿Adónde conducen esas puertas batientes que tanto les cuesta atravesar? ¿Y las escaleras, por las que se despeñan repetidas veces? ¿Qué son esos vidrios que escuchamos romperse con gran estrépito cada vez que uno de ellos sale de escena? Como en los mimodramas de Beckett, lo que está a la vista es sólo la punta del iceberg. En Les pensionnaires, por ejemplo, tres personajes caminan en hilera tras la barra del bar de lo que parece ser una residencia donde dos de ellos viven y el tercero trabaja de director. El primero cae de golpe en un abismo invisible para el público. El segundo sigue avanzando imperturbable, a pesar de haber visto lo que acaba de sucederle a su compañero, y cae también. El director, prudentemente, vuelve sobre sus pasos pero, sorpresa, se lo traga un abismo que no estaba segundos antes. Algunas escenas después, un pensionista es aspirado por el mecanismo de ventilación del edificio y, siguiendo la mirada de sus compañeros, le imaginamos volando a toda mecha a través de la red de tubos empotrados.

Los protagonistas de Les

étourdis, espectáculo de Jêrome Deschamps y Macha Makeïeff que se estrena en España en el festival Temporada Alta, tampoco dan pie con bola. Son, o parecen, empleados de una empresa indeterminada. Llevan garrafas pesadas de acá para allá, llenas de quién sabe qué, mientras su jefe da órdenes contradictorias que nadie obedece. En su oficina, que también puede ser un almacén o lo que la imaginación del público disponga, nada está en su sitio y nadie llega a tiempo. El jefe corre hacia la puerta en la que, supone, ha sonado el timbre, mientras Dolly, la mujer a quien espera, entra siempre por el lado contrario. También Lubie, un perro amaestrado, corre adonde no le llaman y huye al escuchar su nombre. Todo es un caos pulcramente pautado.

Deschamps y Makeïeff, su compañera, son entomólogos de lo anodino: su teatro refleja el día a día, no los hitos ni los grandes gestos. Sus criaturas, Les Deschiens, están dibujadas del natural, mediante una observación minuciosa en extremo de la manera de andar, vestir, decir y callar de la gente. Los espectáculos que estrenaron en los años setenta y ochenta transcurren en un universo doméstico de manteles de hule, vajilla Duralex pagada con cupones Hogar Moderno y ropa de Tergal. Los más recientes retratan al hombre en las organizaciones donde pasa la mayor parte de su vida, y las relaciones de poder que allí se establecen.

Jêrome Deschamps trabajó en la Comédie-Française, donde su manera de actuar a contratiempo y con el estupor del payaso en la cara, descolocaba a los societaires. Creo que todavía no han olvidado cuando, en Don Juan, intentando saltar por encima de las olas, tropezó y derribó el decorado. En ese instante, la Comédie perdió un primer actor cómico y el teatro ganó un creador irrepetible. Su método pasa por dejar a sus buenísimos intérpretes que improvisen libremente durante mes y medio, sin tema alguno y en rueda libre, para hilvanar luego sus hallazgos.

Desde 1979, cuando estrena La familia Deschiens, Deschamps ha ido confeccionando una comedia humana de nuestros días, casi sin palabras: los Deschiens se expresan encadenando exclamaciones, lugares comunes y frases inacabadas. En estos tiempos donde impera lo gracioso, su humor es serio, sistemático y algebraico.

En Les étourdis, intervienen Jean Delavalade, veterano de la compañía, Hervé Lassïnce, Patrice Thibaud y Luc Tremblais, las sopranos Catherine Gavrilovic y Nicole Monestier, el acordeonista Pascal Le Pennec y el músico comediante Philippe Leygnac. Desde 2005, Deschamps es director de la Opéra Comique de París. Macha Makeïeff, que desde hace cinco años dirige el Théâtre de Nïmes, se ha ocupado de recuperar los viejos talleres de costura y carpintería, hoy en desuso en los teatros públicos.

Les étourdis. Girona. Teatre Municipal. 19 y 20 de octubre.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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