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Columna
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Educación y empleo

El sistema educativo puede ser contemplado desde diferentes perspectivas. Así, es posible incidir en la idea de que el sistema educativo es (debe ser) puerta de entrada de los individuos a los conocimientos y capacidades que les van a permitir vivir una existencia culturalmente más rica y a disfrutar de los tan importantes matices de la reflexión intelectual. También podemos destacar que forma ciudadanos y refuerza la sociedad civil. Finalmente, no hay que olvidar que el sistema educativo se configura como el lugar donde los individuos acumulan capital humano y conocimientos para su integración en el mercado laboral, posibilitando la movilidad social a través de la igualdad de oportunidades y contribuyendo al bienestar material general. En definitiva, el sistema educativo es clave para que nuestra sociedad sea más culta, democrática, justa y rica.

Por supuesto, diseñar y aplicar un modelo de enseñanza reglado que garantice la atención equilibrada a esas cuatro metas no es tarea fácil. Exige recursos materiales, personal muy capacitado, un discurso rico en materia educativa y colaboración de padres y familias. Conseguir que el hijo de una familia modesta tenga una probabilidad alta -condicionada a su esfuerzo, claro está- de acabar disfrutando intensamente de la pintura, participando activamente en los asuntos públicos, y convirtiéndose en científico es algo de lo que la tradición filosófica republicana, de la que en Europa somos (queremos ser) deudores se sentiría orgullosa.

Por eso, debemos ser muy críticos y exigentes con nuestro sistema educativo. Y vigilar continuamente las desviaciones peligrosas que puedan provocar dinámicas incontroladas o reformas huérfanas de reflexión suficiente.

A esa labor de reflexión contribuye, sin duda, el reciente estudio patrocinado por la Axencia para a Calidade do Sistema Universitario de Galicia y coordinado por Sara Fernández, Isabel Neira y Alberto Vaquero, A demanda de titulados por parte das pemes galegas. A partir de los resultados de una encuesta, los autores elaboran un detallado informe sobre la opinión y necesidades laborales de la pequeñas y medianas empresas (pymes) gallegas. Los resultados son de interés para las tres universidades, el Gobierno gallego y los propios empresarios. Entre otras conclusiones, se constata la existencia de un desequilibrio entre oferta y demanda de universitarios, tanto en términos de composición como de cantidad. Y ese desequilibrio es responsabilidad compartida.

El estudio revela la escasa capacidad de las empresas gallegas de menos de 250 trabajadores, la gran mayoría, de absorber titulados superiores. El 47% de las empresas encuestadas tenía intención de contratar nuevos trabajadores a corto plazo. Pero sólo el 9% iba a solicitar titulados universitarios. Y en la selección de esos trabajadores cuentan poco cuestiones como la reputación del centro de estudios, el expediente académico, el conocimiento de inglés o la realización de cursos de postgrado. Sintomático. Bien es verdad que el panorama es más alentador a medida que aumenta el tamaño de la empresa, siendo significativamente mejor si nos refiriésemos a empresas de más de 250 trabajadores, en general más complejas y exigentes en términos de capital humano. Pero la realidad es que el tejido empresarial gallego no parece que tenga capacidad para rentabilizar los esfuerzos públicos y privados en formación superior. Gobierno y organizaciones empresariales deberían reflexionar sobre la forma de reforzar las neuronas de nuestras empresas. Por el bien de todos.

Desde el otro lado, las empresas plantean que existe un exceso de titulados en humanidades y que la formación universitaria es en muchas ocasiones excesivamente teórica. Desde luego, no se trata de convertir a las universidades en centros de formación profesional superior. Pero las opiniones de los empresarios deberían ser tenidas muy en cuenta por el sistema universitario gallego en el actual proceso de reforma en el que se hallan inmersas y ante una próxima reapertura del mapa de titulaciones.

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