Secretos
Un médico de pueblo se ha chivado en un libro de la vida sexual de sus pacientes mujeres (reconocibles por mil detalles, dicen) y a algunas hasta dice haberlas curado convirtiéndose él mismo en "sujeto activo de la terapia". Eso es discreción profesional. Ahora también se debate la decisión del Supremo autorizando un registro del SIDA: a favor, por la necesidad de disponer de la mayor información posible sobre la pandemia, en la confianza de que la intimidad personal se pueda mantener; en contra, por el temor de que acaben saliendo a la luz nombres y apellidos de personas afectadas por una enfermedad que aún tanto estigmatiza.
Para secreto profesional (de confesión, le dicen los del oficio) el del sacerdote que asistió a mi sobrina ante su primera comunión. Esta típica niña traviesa puso a prueba al cura contándole unas cuantas trolas. Al poco tanto la madre superiora del colegio como la madre real reprochaban a la cría los terribles pecados presuntamente cometidos. Ni qué decir que fueron simultáneamente sus primeras y últimas confesión y comunión.
El juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande- Marlaska ha exigido al periodista de Girona Jordi Ribot que entregue las fotografías que realizó durante una de las quemas de fotografías de los Reyes. Para el Colegio de Periodistas de Cataluña este requerimiento coercitivo vulnera el secreto profesional necesario para preservar las fuentes de información. El Grup de Periodistes Ramon Barnils también ha mostrado su apoyo a Ribot recordando que el trabajo de los fotógrafos es informar a la sociedad, no a la policía.
Hoy acaba en Valencia un curso de la UIMP, dirigido por Josep Lluís Gómez Mompart y Ángeles Jareño, sobre Prensa y Derecho Penal. En él hemos visto cómo falta desarrollar el derecho fundamental al secreto profesional contenido en el artículo 20 de la Constitución, y cómo este vacío provoca una grave inseguridad jurídica en los profesionales de la información.
La confidencialidad de las fuentes, la protección del material gráfico, son derechos y deberes básicos, y todos los códigos de ética escritos y no escritos así lo reconocen, igual que los Estatutos profesionales allá donde los hay. Secreto incluso frente a los propios directores y empresas. Secreto que respetó la editora Katharine Graham cuando el Washington Post destapó el Watergate, no exigiendo a los reporteros la identidad del garganta profunda. Confiaba en ellos, apostó fuerte...y ganó.
Secreto profesional y periodismo de investigación van indisolublemente unidos, aunque éste último no se practique con la asiduidad deseable: no todas las empresas están dispuestas a sufragar una indagación costosa, lenta, comprometida e insegura. Pero lo cierto es que si la investigación periodística no existiera, grandes verdades incómodas (para los poderes) nunca habría salido a la luz. Luego está la cotidiana necesidad de averiguar por nuestra cuenta datos que deberían ser públicos con una Administración trasparente. Pero la opacidad es norma habitual: traten de obtener de fuentes oficiales informaciones tan elementales como listas de espera en Sanidad, déficit de vivienda social, barracones por escuelas, corruptelas varias...También sabemos que muchas veces periodismo de investigación se pervierte y acaba en periodismo de filtración, y también que esas fuentes que mimamos nos pueden engañar o utilizar para sus propios fines. Otro de los muchos gafes de este oficio.
Sin olvidar que hay que quien se escuda en el secreto debido para practicar el ocultismo publicando, tras el "se dice", "se comenta", "fuentes solventes aseguran", sus propias fantasías, huérfanas de toda comprobación y rigor. Aquí no hay secreto profesional sino profesionales del secreto, uno de los principales peligros del francoperiodismo practicado en Internet, menos autoregulado todavía que el otro. Y peor aún: estas mentiras a veces quedan blanqueadas cuando pasan a los medios clásicos.
En fin, pese a todo confiemos como Carlos G. Reijosa en que siempre haya alguien que insista en horadar bajo la superficie plana de las apariencias. Esta es la esperanza social que ofrece la información honesta y valiente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.