Con las urnas de fondo
Si las palabras deciden votos, es poco probable que el discurso de cierre del congreso conservador británico de David Cameron, ayer, en Blackpool, pese a su energía, vaya a anular los 11 puntos de ventaja laborista en los sondeos de opinión. El reto del líder tory al primer ministro para que convoque elecciones anticipadas -una decisión a la que Gordon Brown da las últimas vueltas- es una inevitable figura retórica llamada a galvanizar a las huestes propias. En su largo mensaje sin notas, Cameron ha dibujado un programa tradicionalmente conservador, con énfasis en la defensa y las familias, y ha prometido un referéndum sobre un nuevo tratado de la Unión Europea.
Brown deshoja la margarita de llamar o no a las urnas en noviembre, con dos años y medio de anticipación, no en función de situaciones críticas, que no se dan ahora en la política británica, sino más bien como resultado de prosaicas encuestas en circunscripciones marginales y poco predecibles. Sobre todo, el nuevo primer ministro laborista, tras 10 años al frente del periodo más económicamente expansivo del Reino Unido en mucho tiempo, tiene que afrontar la hora de la verdad del liderazgo. En la práctica, el hombre que pretende comportarse como la antítesis de su predecesor Tony Blair -aparente desprecio por lo mediático o adustez cargante- no es inmune a la atracción por los golpes de efecto. Su reciente anuncio de retirar mil soldados británicos de Irak antes de que acabe el año, efectuado durante una visita sorpresa al país árabe, está calcado de los procedimientos propagandísticos de Blair, de quien por cierto se habló muy poco en el reciente congreso laborista de Bournemouth, primero de Brown como jefe del partido y primer ministro.
Si la cumbre conservadora de Blackpool ha servido para ratificar el rumbo de Cameron en su intento por modernizar y resituar políticamente a los tories, el congreso laborista no ha iluminado mucho sobre la personalidad de Brown, al que se aplican sin restricciones los calificativos de cauto o enigmático.
En su afán por captar para la causa al electorado más centrista, el primer ministro británico ha esgrimido para su país unas propuestas de bienestar (hacer más redistributivos los impuestos, mejorar las escuelas y los hospitales, premiar la meritocracia) que no habría tenido dificultad en suscribir el líder tory. Acabadas las dos citas partidistas estelares de la política británica, el estado mayor laborista acota al milímetro sus posibilidades electorales. La inminente decisión a tomar es si la proyección popular de Cameron permite o no intentar con garantías su aniquilamiento en las urnas. Como telón de fondo está la necesidad de que Brown arranque definitivamente como nuevo jefe laborista y pueda desembarazarse de la pesada herencia de su predecesor.
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