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Crítica:MÁLAGA EN FLAMENCO '07
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otra vuelta de tuerca

La carrera de Israel Galván, desde aquellos Zapatos rojos, ha mantenido una línea decidida por la búsqueda, por la presentación de propuestas arriesgadas que provocan el impacto si no lo persiguen deliberadamente. Su manera de ver el Apocalipsis, inspirada en los textos bíblicos, además de suponer una vuelta de tuerca más, es casi un paso al más allá, por cuanto el resultado de El final de este estado de cosas, la muerte, se presenta en escena como un elemento más y se coquetea con él de forma natural.

Pero esa es sólo una parte de una obra tan compleja como extensa (más de dos horas con intermedio) y, sobre todo, con tal acumulación de elementos que su desarrollo resulta discontinuo y contiene marcadas pérdidas de tensión dramática. Pero, como todo lo que presenta Israel, a la larga se muestra como imprescindible.

El final de este estado de cosas

Baile, Coreografía y dirección escénica: Israel Galván. Dirección artística: Pedro G. Romero. Guitarra: Alfredo Lagos. Cante: Diego Carrasco, Fernando Terremoto, Juan José Amador. Baile, palmas y compás: Bobote. Percusiones: José Carrasco. Poeta: David Pielfort. Orthodox: Marco Serrato (bajo), Ricardo Jiménez (Guitarra), Borja Díaz (batería). Proyecto Ele: José Manuel Gil, Carlos Cansino, Miguel Hernández, Vicky Noguero, Jesús Romero, Diego Vargas, Raquel Vela. Proyecto Lorca: Antonio Moreno (percusiones), Juan Jiménez (saxos). Teatro de Las Lagunas de Mijas (Málaga), 29 de septiembre de 2007.

Con dos grandes bloques -alfa y omega, principio y fin- la obra también contiene una impactante secuela de la escuela de Galván. Una carta desde Beirut, el documento del baile de su alumna Yalda Younes, con el sonido de bombas y ráfagas de metralleta reales, es un aviso de la naturaleza de un espectáculo que ofrece en su primera parte una metáfora de todas las contradicciones de nuestro tiempo para, en la segunda, adentrarse directamente -entre las voces de las almas en pena- en ese más allá sin prescindir de su representación más descarnada: el ataúd. Israel bailará con él, sobre él y, finalmente, dentro de él, concentrado y estático.

Como se dijo, la obra contiene estimulantes momentos de baile junto a otros en los que, entre la transgresión y la distorsión, el tiempo, puede que deliberadamente, se hace largo en exceso. La parte del grupo Orthodox o las digresiones iconoclastas con el tamboril serían un ejemplo de los segundos; pero, en los primeros, como en el inicial remix de villancicos, dichos y a la vez deconstruidos siempre a compás por Diego Carrasco, el baile juega con el tiempo y se adhiere a él, acelerándose o deteniéndose en una fotografía fija, traducción exacta del cante que le acompaña. Baile flamenco con el sello galvánico que vuelve con los tangos del Piyayo y a todo lo largo de ese duelo tendente al encuentro que se mantiene entre los flamencos y una original panda de verdiales que termina con la interpretación de una tarantela para el baile de un enloquecido Israel. También en la seguiriya, bordada por Terremoto y bailada sobre base inestable (un nuevo hallazgo galvánico) o en las bulerías al golpe (nudillos sobre otro ataúd) casi al final. Bailes que valen todo un espectáculo porque siempre se ofrecen con espacio para la sorpresa.

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