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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las dos ruedas de la democracia

En la ciudad de Barcelona hubo una vez un alcalde que coaccionó a un guardia urbano, y además en día festivo. Coaccionó al guardia urbano para que le multase.

El alcalde era olímpico, y en la fecha de autos usaba una máquina olímpica llamada bicicleta. Se llamaba Pasqual Maragall, como todos ustedes han adivinado ya, y estaba llamado a más altos destinos. Los ciudadanos de la época juran que lo hizo con buena intención, y lo juran ante las fachadas más ilustres de la ciudad, como son las del Ayuntamiento y la Delegación de Hacienda. Lo hizo para dar ejemplo, y además para que resplandeciese la democracia ante la que todos somos iguales, pero unos más que otros. El ciudadano pensó: "Si esto se lo hacen al alcalde, lo que me van a hacer a mí". Juran los testigos que el señor alcalde pagó sin chistar la multa.

El hecho ocurrió en la Rambla de Catalunya, que aún tiene fachadas nobles, luces opalinas y señoras discretísimas que parecen salir de casa del notario. El urbano, situado donde le habían dicho, cazó al alcalde in situ y lo multó por ir en bici por el centro del paseo, aunque a velocidad moderada y sin doparse. Se trataba de demostrar que la bici no puede ir por cualquier sitio, disputando al peatón los poquísimos centímetros cuadrados que aún le quedan, entre coches y motos, carritos de Barcelona neta y ciudadanos despistados que hablan a través de su móvil con el Sumo Hacedor, colgados de una nube.

Bueno, pues el ejemplo del alcalde olímpico no sirvió de gran cosa, porque la situación se ha ido agravando, y ya está pidiendo hora en la UVI. Las bicis circulan por las aceras, sobre todo cuando se trata de sortear una calle contra dirección, cruzan los parques donde juegan los niños y a veces parece como si jamás hubieran visto una luz roja. Por lo tanto, el alcalde, que ya no es el mismo, pide que se multe a todo el mundo, menos al alcalde. El fenómeno es general, porque los paseos marítimos de todos los municipios que tienen prohibida en ellos la bici, parecen una etapa del Tour. En los carriles autorizados hay audaces que intentan batir una contrarreloj, aunque los audaces de verdad son los peatones. Bajo las farolas ya no hay enamorados, sino bicis atadas, rindiendo homenaje a una cadena. Si las bicis supieran cantar Els segadors, lo cantarían.

Lástima, porque no hay otro vehículo más limpio y ecológico, excepto el patinete, pero la ciudad tiene que poner orden en algunas cosas, visto que cada día se celebra en ella la fiesta del pedal. No puede ser que las bicis, primero, no lleven ninguna identificación; segundo, no tengan avisador acústico ni luces; tercero, circulen sin seguro, o sea con absoluta irresponsabilidad, y cuarto, que puedas conducirlas aunque no hayas visto un código de circulación ni por el forro. La actual normativa, que se aplica a trompicones, es antipática, como todas, pero absolutamente necesaria, y me temo que democrática, porque no hay que olvidar que el primer multado fue un alcalde, y que cuando compras una bici te venden una máquina, no un privilegio.

Te venden, al contrario, un pedacito de dignidad urbana, un pedacito de democracia en buen uso. Claro que, para que la democracia sea total, yo propongo que a todo alto cargo, en lugar de darle coche oficial, le den bici oficial. Verán ustedes qué sustos se pegan los directores generales.

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