Guerra y poesía
Toda guerra es una desgracia que la humanidad desde sus comienzos no ha sido capaz de evitar, utilizando según el momento histórico, armas de madera, flechas, espadas, fusiles, cañones o bombas, incluidas las atómicas. A veces da la impresión de querer demostrar, al no saber o no desear sentarse alrededor de una mesa a dialogar los que mantienen diferencias políticas, económicas, étnicas o religiosas, quien da más muestras de brutalidad contra los que se encuentran al otro lado de las trincheras.
Las huellas que dejan, traumáticas en la mayoría de los casos, son tan profundas que tardan muchísimos años en cicatrizar. Y de todas ellas las peores, sin duda, son las civiles. Después de la guerra de Secesión, esas huellas son palpables todavía en algunos estados de Norteamérica y han pasado 150 años.
Pues bien. Transcurridos ya 68 desde que finalizara la guerra civil española, parece llegada la hora, alcanzada ya la paz que tardó 38 en llegar, de compensar, sobre todo moralmente a quienes la perdieron. Reparación justa si se tiene en cuenta la discriminación y persecución que padecieron tanto en la guerra como en la dictadura. Como merecen respeto todos aquellos que padecieron o murieron luchando de buena fe entre los vencedores.
Más difícil tienen el perdón los golpistas, autores de la España rota, ellos sí que la rompieron, del odio entre hermanos, de la división producida en millares de familias y de la brutalidad que el conflicto desató.
Se ha escrito sobre la tragedia española más libros que sobre la última conflagración mundial y desde jovencito me he sentido atraído sobre esa triste etapa por la que el país atravesó. He dedicado este verano a releer a nuestros grandes poetas, en concreto sus poemas sobre la guerra. ¡Qué tendría la segunda República que los mejores escritores se identificaron con ella! Pues bien; una buena parte de esos poetas son andaluces, nada extraño si se tiene en cuenta la sensibilidad de esta tierra en primer término y la brutalidad que los golpistas exhibieron desde el primer momento contra los republicanos en todas las localidades andaluzas donde consiguieron triunfar primero o entrar después.
Los grandes poetas saben cantar, claro, a los ríos, los mares, los niños, los árboles, los campos, las flores, al amor, pero por ser grandes han también de tomar partido hasta mancharse, llegado el caso, como Gabriel Celaya dijera en La poesía es un arma cargada de futuro.
La tragedia de la guerra y sus consecuencias se aprecia, entre muchos otros, en poemas de andaluces como Rafael Alberti, exiliado, premio Cervantes, hijo predilecto de Andalucía en su Defensa de Madrid y de Cataluña, Radio Sevilla o El último Duque de Alba; en Manuel Altolaguirre, premio Nacional de Literatura, exiliado, en su Arenga, Un obrero impresor, La toma de Caspe o La torre de El Carpio. Lo propio puede decirse de Emilio Prados, premio Nacional de Literatura, muerto en el exilio, con su Digan, digan, El moro engañado o Llegada dedicado a Lorca. O de Vicente Aleixandre, exiliado en el interior, premio Nobel, en El miliciano desconocido o El fusilado. O Luis Cernuda, muerto en el exilio, en Es lástima que fuera mi tierra. O Antonio Machado en El crimen fue en Granada.
Los principios rectores de la República siempre fueron por ellos defendidos, como hiciera Juan Ramón Jiménez, muerto en el exilio, premio Nobel, y qué decir de Federico García Lorca, vilmente asesinado en su Granada por su apoyo al Frente Popular y su homosexualidad. Otros poetas como Gil Albert, León Felipe en El hacha, Miguel Hernández, muerto en prisión, en Viento del pueblo o Sentado sobre los muertos por citar algunos ejemplos tomaron igualmente partido, como hicieran Octavio Paz, premio Nobel, o en su inconmensurable España en el corazón Pablo Neruda, premio Nobel, como prueba de la pasión que en el mundo desató nuestra guerra.
En la otra zona apenas quedaron escritores y poetas de relieve, con la única excepción de Manuel Machado, grandísimo poeta arrepentido de su canto a La espada de Franco. Pemán nos legó Por Dios, por la Patria y el Rey...
La Memoria Histórica no supone sino tener en cuenta lo que pasó para que nunca vuelva a repetirse y, por añadidura, no olvidar a quienes fueron víctimas de la represión de la dictadura. Quienes se niegan a condenar a esta última no entienden bien lo que fue y significó la misma o sintiéndose cómodos en la democracia no incómodos se sienten en la dictadura, lo que es peor. Nuestros poetas demostraron tener una sensibilidad de la que, al parecer, carecen ciertos políticos al negar lo que la Historia siempre nos recordará. Guste o no.
Juan José Martínez Zato fue vocal del Consejo General del Poder Judicial y teniente fiscal del Tribunal Supremo. Es concejal socialista del Ayuntamiento de Málaga.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.