El cristianismo como fiesta
La muerte de Jesús Burgaleta es una gran pérdida para la teología española, especialmente en los campos de la liturgia y de la pastoral. A la renovación de ambas disciplinas como profesor y escritor, y de ambas prácticas eclesiales como pastoralista y sacerdote, dedicó más de cuarenta años, los mejores de su vida, siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II y en sintonía con Casiano Floristán, nuestro maestro, director de tesis doctoral y amigo común. Burgaleta estudió Teología en la Universidad Pontificia de Comillas; Pastoral, en la Universidad Pontificia de Salamanca, y Liturgia, en el Instituto Católico de París. Como profesor del Instituto Superior de Pastoral, de la Universidad Pontificia de Salamanca, fue maestro de varias generaciones de sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares que siguieron sus clases con entusiasmo y admiración, le acompañaron en su larga y dolorosa enfermedad, y pusieron en práctica sus innovadoras enseñanzas en parroquias, comunidades de base y movimientos de espiritualidad.
Hay una palabra que resume su vida y su trabajo intelectual: creatividad. Burgaleta renovó el lenguaje de la liturgia, al que imprimió un ritmo poético, vital, existencial, estético, como expresión de sentimientos y evocación de vivencias profundas. Sus libros de celebraciones conservan hoy la misma frescura y expresividad que cuando los escribió hace dos décadas, y siguen utilizándose en las festividades litúrgicas. Dos me parecen especialmente recomendables: Oraciones litúrgicas. Cantos para el tiempo nuevo, y Celebraciones penitenciales comunitarias. Liberó las predicaciones dominicales de su tono repetitivo y cansino y de su talante moralista, sin por ello renunciar a las dimensiones ética y evangélica, y al espíritu crítico y profético. Sus comentarios de los textos bíblicos no son intemporales, sino que están en diálogo permanente con la realidad. Un buen ejemplo de "otro modo de predicar" es su bella trilogía Palabras del domingo, que sirve de inspiración semana tras semana a muchos sacerdotes en sus homilías y a no pocos cristianos y cristianas que buscan una mejor comprensión de la Biblia.
Burgaleta contribuyó a recuperar el sentido simbólico de la liturgia y su raíz antropológica: "Somos, además de racionales, animales simbólicos y, gracias al símbolo llegamos a la profundidad del ser y de la realidad: adonde el discurso no llega, llega el símbolo", dice. El símbolo es el lenguaje propio de las religiones y de sus rituales: remite a una realidad mayor, al misterio a lo inexpresable. El símbolo no se explica, se muestra, se celebra, "da que pensar", decía Paul Ricoeur.
Otro campo donde el teólogo de Tudela desarrolló su desbordante creatividad fue el de los sacramentos, que no entiende como rituales repetidos miméticamente ni como fórmulas mágicas que logran resultados por el mero hecho de pronunciarlas, sino como celebraciones festivas de la vida. ¡La fiesta en el centro del cristianismo! He aquí una de las principales aportaciones de Burgaleta, persona con un sentido festivo contagioso. Dos fueron los sacramentos a cuya renovación contribuyó: la penitencia y la eucaristía. Analizó sus crisis, profundizó en sus causas, hizo propuestas alternativas para su revitalización y ofreció una nueva comprensión de los mismos, más acorde con los orígenes del cristianismo y con las inquietudes de los creyentes de nuestro tiempo: la penitencia como celebración del perdón y de la reconciliación, la eucaristía como sacramento de la mesa compartida y comunión con los marginados, los excluidos, los extranjeros... Algunos de sus libros siguen siendo claves para esta nueva comprensión: Problemas actuales de la celebración de la penitencia, La celebración del perdón, Tomad y comed y vivir el amor.
La vida de Jesús Burgaleta fue durante los últimos años una carrera de obstáculos que logró salvar con gran dignidad, una lucha diaria contra la muerte que le rondó sin descanso y que vivió entre la esperanza y las noches oscuras, como él mismo reconocía: "El tiempo de la enfermedad es un tiempo de pausas e inquietudes, de sombras y esperanza, en el que todo es puesto a prueba". La enfermedad le ayudó a descubrir la fragilidad humana, a asumir la debilidad sin miedo y a vivir la presencia solidaria de los otros a distancia. ¡Lecciones que no olvidaremos! Gracias, Jesús.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III.
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