Avalancha
El próximo día 14 de octubre se conmemorará en Valencia el cincuentenario de la riada de 1957, cuando el Turia se salió del cauce en su recorrido por la ciudad a causa de repetidas lluvias torrenciales que descargaron inusitadamente en sus riberas y en las de sus afluentes. No debería ser muy raro que las aguas alcanzaran los dos metros de altura en una urbe donde, en su centro histórico, se dedican calles y plazas al mar y a las barcas. Aquel 14 de octubre se navegó por la calle de las Barcas y el lodo invadió la avenida del Puerto, sus aledaños y la desembocadura del río que iba a parar junto a la dársena interior de un recinto portuario con más de mil años de historia.
En aquel puerto que se anegó y se tiñó de fango ya se habían arrinconado las atarazanas tras un baluarte de hormigón y ladrillo. Las atarazanas que habían albergado un almacén de hierro y forja, eran los astilleros de los siglos de esplendor valenciano, la fábrica de embarcaciones que dieron renombre y días de gloria a los intereses valencianos.
La riada del 57, no sé si lo recordará alguien, además y por encima de una enorme avenida de agua supuso una verdadera revolución para la ciudad y su entorno. Valencia no es sólo un conglomerado de edificios, sino que además tiene alma, personalidad, una sociedad, una asociación de intereses y por encima de todo, tiene responsabilidades ante sus ciudadanos, y como capital de una demarcación geopolítica que está reconocida y acreditada en años de historia.
Los celos son malos consejeros y distorsionan la realidad y la ecuanimidad en las decisiones. Valencia suscita envidias y recelos por su imagen actual y por su aparente existencia apacible. Las fallas que se extralimitan, la celebridad aparejada a la America's Cup, el conjunto de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, la expansión urbanística hacia el mar y la frondosidad del antiguo cauce del río Turia, marcan un nivel de modernidad expansiva que mueve muchos celos: Valencia crece, sorprende y escandaliza ¿De dónde ha salido todo esto?
La respuesta es muy sencilla y no da pie a sospechas. Ha salido del bolsillo de los valencianos, del mismo modo en que se pagó el conocido Plan Sur de Valencia, mediante sellos oprobiosos y tasas especiales que gravaron durante muchos años las actividades productivas de los valencianos. Nadie nos regaló nada, como también ahora el magnífico porte de la ciudad se consigue con el sacrificio y el endeudamiento de todos y cada uno de los contribuyentes. Falta saber si este notable esfuerzo ha merecido la pena o si la cantidad ingente de recursos invertidos en cáscara y boato encuentran justa correspondencia en su rentabilidad a medio y corto plazo.
La riada de octubre de 1957 fue un aldabonazo de la naturaleza. Y tuvo sus protagonistas. Fue una oportunidad inmejorable de conocer la capacidad de sacrificio y de generosidad de una parte de la población para asistir a la otra parte afectada y perjudicada por las aguas. Madrid y el Gobierno de España dijeron que sí, pero más tarde se arrepintieron de su quijotismo y se quedaron en las buenas intenciones. La denuncia de esta reiterada situación provocó el cese de dos líderes valencianos de la época: el alcalde Tomás Trenor Azcárraga, marqués del Turia, y Martín Domínguez Barberá, a la sazón director del diario Las Provincias. Tras ellos y junto a ellos, personajes influyentes entre los que destacan, Joaquín Maldonado Almenar, presidente del Ateneo Mercantil, y otros empresarios (Vicente Iborra, Pedro Monsonís, Manuel Usó, Luis Suñer, Ricardo Fuster, Joaquín Muñoz Peirats, Francisco Domingo).
La riada de 1957 dejó una ciudad más curtida y madura, capaz de reaccionar ante un revés que le llevó a asumir el liderazgo que implica la capitalidad de la Comunidad Valenciana. Años más tarde se desvió el cauce del río Turia para que no transcurriera por el centro de la ciudad. El plan Sur proyectado por Fernando García Ordóñez fue una solución parcial cuyos colectores han tardado muchos años en finalizarse para resolver el sistema de alcantarillado. El logro más significado es la liberación del espacio que ocupaba el antiguo cauce y que se ha convertido en eje vertebrador del entramado urbano en forma de pulmón verde serpenteante y zona de expansión cultural y lúdica de la ciudad. La riada de 1957 puede quedar como una anécdota o tal vez llegue a quedar grabada en la memoria de los valencianos a la altura de los acontecimientos que conmovieron la ciudad para transformarla.
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