Amigos para siempre
Menchov, que ya es líder, permite la victoria de Piepoli y da otro golpe de autoridad en Cerler
Con fuerza y sin tapujos. Así llegaron a la meta de Cerler el italiano Piepoli y el ruso Menchov, antiguos compañeros (entre 2001 y 2003) en el Banesto de José Miguel Echávarri. Llegaron con fuerza porque eran los mejores en la tendida y larga subida a Cerler. Con fuerza porque nadie les pudo seguir; ni siquiera el atrevido Gómez Marchante, que lo probó desde muy lejos, ni el valeroso Sastre (el único español que resiste a duras penas), ni Mosquera (ya encuentra su golpe de pedal), ni Samuel Sánchez (va perdiendo mucho poco a poco). Ni Devolder, que se hundió en la primera curva de Cerler, cuando Cuesta (un gregario de valor incalculable) metió el turbo con la voracidad que acostumbra. Todos les vieron partir con fuerza y sin tapujos. Todos menos Pereiro, que tuvo que rendirse a un adversario imbatible, el virus que le obligó en el kilómetro 99 a echar pie a tierra, agotado "vacío y, psicológicamente, hundido", según reconoció. Tres días sin dormir y una gastroenteritis galopante le fulminaron hasta llegar a la convicción de que "para dar pena, es mejor irse a casa y descansar".
Pereiro abandonó "vacío y psicológicamente hundido" por culpa de una gastroenteritis
El ruso transmite la sensación de ir sobrado, de que no hay terreno donde recortarle tiempo
Piepoli ganó con el permiso de Menchov. El italiano lo aclaró nada más cruzar la línea de meta. Para que no hubiera dudas dejó tres o cuatro frases definitivas. A saber: "A Menchov, que va a por la general [ya es líder], le conviene más tener amigos que enemigos"; "Menchov es mi amigo"; "tenía tres etapas apuntadas: lagos, Cerler y Andorra; con esto creo que es suficiente", para cerrar con: "A mi edad [35 años], no me queda mucha carrera para luchar por la general". Por si había alguna duda, su director, Joxean Fernández Machín, lo remarcó: "Nuestra estrategia en la etapa de mañana [hoy] sigue siendo colaborar con el líder porque a él le interesa y a nosotros también". Más claro que el cielo azul de Cerler.
Piepoli ganó con el permiso de Menchov y con la fuerza de sus piernas. Antes lo habían intentado otros. El más atrevido fue Gómez Marchante (compañero de Piepoli), que, espoleado por su fracaso en la contrarreloj del día anterior, se marchó en el kilómetro 20 junto a otros 12 corredores, pero fueron cazados, en distintos tramos, antes de ascender a Cerler. Fue una aventura temeraria, de ésas que se agradecen aun cuando fracasen. Y lo intentó Vanotti para escarbar en el baúl de las sorpresas antes de que Cuesta (CSC) apretara los dientes. Y Castaño (Karpin-Galicia), que quiso sobreponerse a su luxación de hombro y hacer de la necesidad virtud. Y también Moreno (Relax-GAM), que tuvo sus minutos de gloria.
Todos sucumbieron a la apisonadora de Menchov. Todos y, especialmente, Devolder, el efímero líder por un día, que no pudo superar su condición de rodador en cuanto la carretera se empinó (se dejó en la meta 4m 58s).
Todos sucumbieron de una u otra forma al poderío de Menchov, que rompió la carrera a mitad de puerto, en su segundo ataque. Sólo le siguió Piepoli. Ambos se miraron, hablaron unos instantes, se relevaron y a ritmo se fueron hacia la meta con los deberes hechos.
Las distancias no fueron tremendas. Cerler no es un puerto para meter minutadas salvo al que flaquea desesperadamente (caso de Devolder), pero sí para infundir respeto a los rivales. Menchov le sacó 17 segundos al valeroso Sastre, que, en compañía de Mosquera, fue el más resistente al turbodiesel del ruso. Efimkin y Evans se dejaron un minuto. El problema para ellos es que Menchov transmite la sensación de que siempre puede más. De que puede en la contrarreloj y puede en la montaña, de que no hay terreno donde recortarle tiempo. Los más optimistas confían en el habitual "mal día de Menchov", un caso más ligado al Tour que a la Vuelta.
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