_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Apuntes de curso

Hermann Tertsch, tan aficionado a aportarnos enseñanzas de valerosos opositores al totalitarismo, nos ilustraba en un reciente artículo con una cita del Manifiesto democrático del exiliado checoslovaco Ferdinand Peroutka. Es curiosa esta obsesión de Tertsch, compartida por otros columnistas de la derecha, por recurrir a la experiencia de los resistentes al totalitarismo soviético para a continuación aplicar sus enseñanzas a la actual situación española. Nunca está de más advertir sobre los peligros del totalitarismo, pero nos equivocaremos si consideramos que las actitudes proféticas contra el mal siempre son beneficiosas; si admitimos, con la mansedumbre del fiel pecador, que si están en lo cierto nos salvarán de un gran peligro y que si no lo están pues que no pasa nada. En este sentido, los profetas del mal siempre juegan con ventaja, pero lo cierto es que sus equivocaciones distan de ser inocuas.

Aunque podamos estar de acuerdo con la advertencia de Santayana de que quienes son incapaces de recordar el pasado están condenados a repetirlo, este estado de alerta del recuerdo no nos puede llevar a utilizarlo como un instrumento mimético que consiga justamente el efecto contrario, esto es, que obligue al pasado a repetirse, aunque sea como parodia, Recordar el pasado con ese fin significa recordarlo como presente, lo que requiere un diagnóstico certero de la situación actual y no su invención estrambótica. Lo que no se debe es recurrir al pasado para recubrir con él un presente que quede moldeado a su imagen por pura conveniencia. Es lo que creo que hacen Tertsch et alii con ese recurrente bombardeo de mensajes de advertencia, cuyo único fin es crear la imagen de un Zapatero totalitario. Ahí el pasado no advierte, ahí el pasado inventa, o se convierte al menos en el único argumento, mientras no nos den otro, de un presente irreconocible. ¿Son tan inocentes los profetas del mal, o es el mal el que habla en sus bocas?

Nos dice Tertsch en ese mismo artículo que "la profanación de la semántica no es una habilidad sino una característica del presidente". Si al presidente no se le puede atribuir ninguna habilidad -tampoco esa-, no podemos decir lo mismo del propio Tertsch, que disfruta de esa habilidad a raudales. Muy a su pesar, por cierto, ya que pretende hacer suyas las palabras de Ferdinand Peroutka, con las que, naturalmente, estoy de acuerdo: "La lucha de la democracia por devolver a las palabras su significado decente, de darles de nuevo su clara definición a los términos, es más que una lucha política". Es, sin duda, lo que él, Hermann Tertsch, pretende hacer con la inenarrable deriva semántica a que somete la intención declarada en este periódico por Zapatero de lograr la "modernización definitiva" de España. Eso significa irreversible, eso significa experimentación social, eso significa, veámoslo: "De ganar las elecciones Zapatero con su apuesta por la 'modernización definitiva', habrá ese "segundo término" (Mayor Oreja dixit) en el que retornará, sin mayores trabas, la coordinación de intereses con ETA y todos los nacionalismos y grupos antisistema. Nadie puede estar seguro de que volvamos a tener unas elecciones en condiciones democráticas y alternancia posible". ¿Son palabras de Isaías o es un delirium tremens?

Pero cambiemos de oráculo y vayamos con otra malabarista de la semántica. Decía Zapatero en esa entrevista del pasado domingo que tanto desdén ha suscitado que, "si no hubiese intentado el proceso de paz, sería un presidente sin alma, sin entrañas". Y he aquí que Rosa Díez lo llama en su blog "el repartidor de almas", ya que, según ella, de las palabras de Zapatero se puede deducir que "los que no estaban de acuerdo con lo que él hizo es que no tienen alma". Y se equivoca doña Rosa. Porque así sería, en efecto, si todos los que no estaban de acuerdo con lo que él hizo fueran también presidentes, lo que no es el caso. Sería un presidente sin alma, nos dice Zapatero, y es que sobre él recaía la responsabilidad de asumir una decisión que evitara una posible sangría, no sobre Rosa Díez. Es la diferencia que media entre tener una responsabilidad y no tener ninguna. Desde la irresponsabilidad absoluta se puede soltar toda una ristra de jaculatorias al tridentino modo sobre el repartidor de almas. Se puede también jugar a profeta o profetisa, con la seguridad de que nada se pierde en ello. ¿Se puede también fundar un partido político, aunque sea inconsistente, sin cambiar de actitud?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_