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Crónica:Vuelta 2007
Crónica
Texto informativo con interpretación

Entre el suelo y el cielo

Freire gana en Santiago y se convierte en líder tras un 'sprint' condicionado por una montonera

Óscar Freire no se sentía bien. Pero eso era el sábado. No le iban las piernas, o el pálpito, vaya usted a saber. Lo recordaba ayer Pedro Horrillo, en línea de meta, que tuvo que animarle en el circuito de Vigo tras haber pasado un pequeño calvario en el alto de Zamans (390 metros), la primera tachuela de la Vuelta. No se sentía bien, no tenía pálpito. Y fue segundo, porque no encontró el hueco oportuno para colarse en la fiesta. Ayer era otra cosa. Ayer era otro duelo, a priori con los mismos rivales. Con Benatti, con Petacchi -de Boonen no se esperaban muchas noticias porque la meta picaba cuatro kilómetros hacia arriba que al belga se le iban a atragantar-, pero estaba Bettini y los meritorios que en cualquier momento pueden echar la firma.

Al cántabro le gustaba la llegada, exigente. La entendía como suya y se la adjudicó en un pispás
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Nada. Freire tenía la vista puesta en Santiago. Le gustaba la llegada, exigente. La entendía como suya y se la adjudicó en un pis pas. Claro que cuando Freire alzaba los brazos con un punto majestuoso, porque ganó de largo y de corto, Benatti discutía dos kilómetros más atrás con Koldo Fernández de Larrea. Al parecer, ambos mantenían una pendencia reciente. La rueda de Petacchi es tan cara que Benatti en Vigo puso en riesgo al sprinter vasco por cogerla. Ayer, cuando quiso hacer lo mismo, Larrea dijo no. Y se armó la montonera. Hablaban con gestos hoscos, cabreados, en medio de un montón de ciclistas por los suelos, con Carlos Castaño como el principal damnificado. "¿Acaso la rueda de Petacchi es tuya?", le espetó el vasco al italiano. Y se acabó. Pero allí se quedó Pereiro (dolido y fastidiado) y se quedaron los candidatos Benatti y Petacchi. Unos se examinaban, otros hablaban, algunos discutían, y al final todos se fueron a la meta como cicloturistas contrariados. Por delante era otra cosa. La película había cambiado radicalmente. Estaba Freire, listo como siempre, que enfiló los repechos gallegos en cabeza de la fila para evitar sobresaltos. Tenía bien las piernas y el pálpito. Era su día. "Ya dijo antes de salir que la llegada le gustaba", recordaba Horrillo. "Era el mejor final para mis características", dijo el campeón cántabro.

Y fue un final inesperado, porque de pronto Freire se encontró frente a frente contra lanzadores e invitados. Los cuatro últimos kilómetros invitaban a las aventuras. Cualquier fuga, además, amén del triunfo, daba el liderato (salvo a los ocho últimos de la clasificación). Por las cuestas arriba y abajo de Santiago circulaba el pelotón a 70 kilómetros por hora dirigido por el Liquigas italiano para evitar aventuras. Intentar huir era una locura. Pero la carrera hizo la selección más aleatoria. Unos se fueron al suelo (bastantes), otros quedaron cortados (la mayoría) y una veintena se fueron para la meta como si de una escapada se tratase. Los lanzadores tomaron protagonismo. Zabel, sin Petacchi, asumió los galones y arrancó primero. Freire tomó su rueda. Bettini, sin Boonen, se agazapó (o no podía más). Y entre medio, el colombiano Duque, ese ejemplo de la evolución del ciclismo suramericano.

Era el momento del éxito, después de la desgracia y más allá de la segunda aventura imposible de la Vuelta. Esta vez, la combatividad fue cosa de tres valientes, Domínguez, Vázquez y García Mateos, que se dieron la pechada del día, cumpliendo el papel que les toca en las jerarquías de la carrera y atisbando un resquicio para la sorpresa que murió a la entrada de Santiago. Como la de Serafín Martínez murió en el circuito de Vigo, un día antes y como morirán otras hasta que una salga adelante.

Lo sentimental murió ahí para dar paso a lo decisivo. Freire, casi sin esfuerzo, listo, sobrado, consiguió el objetivo: ganar su cuarta etapa en la Vuelta, conseguir el primer maillot amarillo de su carrera y promover la primera emoción de la ronda española. Una carrera que sigue mirando a dos sitios a la vez. Por un lado a lo que sucede en el asfalto y a lo que ocurre con Alejandro Valverde [que ayer compitió sin problemas en Plouay, en Francia] tras el chantaje de la Unión Ciclista Internacional para que no vaya al Mundial. "Valverde acudirá", dijo ayer el presidente de la federación española. "Y si no quieren que corra que le echen". El ciclismo, como ayer, se mueve entre el suelo y el cielo.

Óscar Freire, en el podio.
Óscar Freire, en el podio.ASSOCIATED PRESS

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