Vuelve la corbata
Ya están aquí de vuelta las hordas veraneantes. Otra vez a las andadas de siempre. A partir de mañana cambia totalmente la fisonomía humana de Madrid. Volvemos a la rutina tras el más plácido verano de los últimos 50 años: julio, templado; agosto, casi primaveral. Oasis. Durante dos meses, las corbatas y lo que ellas significan han brillado por su ausencia. Sólo llevaban la soga al cuello empleados de banca, dandis trasnochados y algunos ciudadanos intachables que, por diversas razones, jamás salen de casa sin un nudo en la garganta. La corbata es tatuaje de quita y pon, intercambiable según el humor y las circunstancias. Es vilipendiada por muchos, pero ni Dios la consigue eliminar de nuestro atuendo. Hasta los más radicales descamisados acuden a ella en momentos de duda. Por algo será.
El alcalde de Madrid lleva casi siempre corbatas impecables e impecablemente conjuntadas, con ciertos toques de modernidad. No se sabe muy bien si a Ruiz-Gallardón le gusta esa prenda por coquetería, por tradición, por política, por camuflaje o por todo ello a la vez. Lo cierto es que pocos hombres públicos la llevan con la gallardía de don Alberto. Corbata y gafas son buenos medios de defensa y distanciamiento. La corbata del alcalde es un escudo, acaso un truco para engatusar a sus interlocutores. Los enemigos de su propio partido se emperran en tacharle de descamisado. Él les escucha con sorna y con un exquisito nudo Windsor al cuello. Desde la corbata emite radiaciones que descolocan al contrincante y lo dejan patidifuso.
Si la corbata es de rigurosa obligación para todos los políticos varones, habría que encontrar otra paridad similar para las mujeres políticas. No sirve de disculpa el bolso, que es un trasto más o menos estético para meter cosas variadas. Hay que encontrar algo que no sirva para nada, como la corbata, complemento absurdo y pinturero. La peineta obligatoria sería una cosa espléndida y muy de aquí. Si la presidenta se pone peineta y mantilla para ver al Papa, ¿por qué no se la pone para hablar con la gente de a pie? ¿Es que acaso nosotros somos menos que el San Padre, quien, además, ni siquiera la ha votado? Doña Esperanza debe negociar con la cantante Martirio. Vuelve la corbata y, acaso, la peineta.
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