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Reportaje:Atletismo | Campeonatos del Mundo

Beitia, el instinto y 2,03 metros

La cántabra calcula que tendrá que batir el récord de España para lograr medalla en el salto de altura

Carlos Arribas

"Cuando llegue el momento mágico, cuando quedéis cuatro o cinco, cuando estéis en dos metros, déjate llevar por el instinto animal. Grita, haz lo que quieras. Olvídate de tus inhibiciones. Déjate invadir por la energía de las gradas. Pisa fuerte y salta". Así redactado, suena imperativo, más una orden que otra cosa, pero no es sino un consejo, El Consejo, que ha recibido la saltadora de altura Ruth Beitia para la final de hoy, en la que parte con la tercera mejor marca del año entre las participantes (2,02 metros, empatada con la campeona olímpica, la rusa Elena Slesarenko, y por detrás de los 2,03 de la italiana Antonietta Di Martino y los 2,07 de la croata Blanka Vlasic), lo que la convierte automáticamente en aspirante a medalla.

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La recomendación le ha llegado a la saltadora cántabra de un sabio, del técnico federativo Ramón Cid, un hombre sensible que, sin embargo, no habría llegado tan claramente a aconsejar el instinto por encima de la razón si no hubiera sido porque el Mundial del calor y la humedad ha sido también el Mundial de Irving Saladino, el Mundial de Donald Thomas.

El momento mágico, la "experiencia extracorpórea", la comunión con la grada -tríada que se resume en la expresión 'subidón de adrenalina'-, lo vivió Saladino arrodillado en la pista mientras sonaba el himno de Australia en honor de Jana Pittman, ganadora de los 400 vallas. "Cuando vi que había ceremonia de medallas estuve a punto de pedir que se atrasara un poco y me dejaran saltar antes. No quería romper mi ritmo", cuenta el panameño, que debía responder con su último salto a los 8,47 metros de Andrew Howe, que le acababa de adelantar en la final de longitud. "Pero luego agradecí el parón. Me permitió concentrarme mejor, aislarme, convencerme". La energía recibida la congeló durante la carrera de aproximación -50 metros-, una carrera tranquila, relajada, templada -velocidad máxima: 38,4 kilómetros por hora a 9,57 metros de la tabla, muy inferior a la de Howe, 39,9-, una bomba potencial que estalló sin freno convertida en un salto de oro, de 8,57 metros. "Como Pedroso, sí", reconoce Saladino. "Todo el mundo me dice que le recuerdo a su estilo, su calma en los grandes momentos", sonríe, admirador del cubano, Saladino, que se entrena en Brasil: "No está nada mal".

Esa serenidad en el momento cumbre se le pide a Beitia: responder a lo mejor de las demás con lo mejor de una misma concentrando la energía en la batida, sin desperdiciarla en la carrera. También se le reclama que libere su alma animal. O sea, que sea Donald Thomas, el atleta de Bahamas que en una sola noche hizo que todos los técnicos de altura quisieran tirar sus libros a la basura.

"Me hizo ver que perdemos mucho tiempo machacando con elementos secundarios, con tecnicismos, y nos olvidamos de lo primordial, la batida", dice Arturo Ortiz, el mejor saltador español de la historia y ahora entrenador. "Sí, al final los entrenadores nos dedicamos a domesticar a la bestia, a caparla, cuando deberíamos contribuir a liberarla", dice Cid, impresionado por la revelación de Thomas, que ganó el oro con 2,35 metros, con un estilo en el que habría que rastrear mucho para encontrar algún elemento académico: no existen, ni en la carrera -muy corta, muy lenta-, ni en el talonamiento -que marca como lo marca en su primera especialidad, los mates a canasta de baloncesto: por aproximación-, ni en los movimientos encima del listón, el giro mortal que acompaña de eficaces movimientos de piernas similares al dos y medio de los saltadores de longitud en el aire. "Y si hubiera necesitado saltar más lo habría hecho". Un saltador innato que actúa por instinto. Como Dick Fosbury, el que hace 40 años empezó a saltar de espaldas, un movimiento más eficaz que el anterior rodillo ventral, en el que el centro de gravedad del saltador debía superar el listón: no así con el Fosbury flop. "¿Quién es Fosbury?", pregunta Thomas, universitario en Auburn (Florida), sin ápice de malicia en su voz. "Lo único que sé es que mi entrenador me ha dicho que en Pekín saltaré 2,50 metros. Estoy seguro: mi técnico me ha medido la altura de la cadera en el salto". Lo dice como si tal cosa, quizás desconociendo que el actual récord mundial, 2,45 metros, lo fijó Javier Sotomayor en 1993 y que desde el año 2000 ningún saltador ha superado los 2,40.

Beitia no quiere llegar tan alto. Calcula que con 2,03 metros, récord de España, estará en las medallas. "Está muy segura", dice Cid. "Sólo falta que en el momento mágico...".

Ruth Beitia supera el listón durante la clasificación para la final de salto de altura en Osaka.
Ruth Beitia supera el listón durante la clasificación para la final de salto de altura en Osaka.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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