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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Buda

SIGUIENDO o convergiendo con el estilo de Sebald, donde la crónica, la autobiografía, el ensayo y la novela se entremezclan entre sí con la elasticidad suficiente para no desalojarse mutuamente, el joven escritor angloindio Pankaj Mishra, nacido en 1969 en el norte de India, en su último libro, traducido al castellano con el título Para no sufrir más. El Buda en el mundo (Anagrama), recorre simultáneamente varias sendas literarias a partir de una biografía doctrinal del mítico sabio hindú, que, habiendo vivido en los siglos VI y V antes de Cristo, fundó no sólo una religión sin dios, ni iglesia, sino centrada en el más acá. Mishra, educado en el hinduismo, accedió tardíamente al conocimiento de Buda y lo hizo paradójicamente a través de fuentes occidentales, porque, por lo visto, su rastro se fue apagando en su tierra natal, donde su atenuado eco sobrevivió como uno más de los mil rasgos diversos que configuran el exótico crisol de la identidad del subcontinente asiático. De manera que Mishra comienza por invitarnos a participar en su personal iniciación búdica, que no se presenta como la de un creyente, sino como la de un investigador y periodista. Viajamos con él a los lugares clave de la vida del sabio, lo que nos permite acceder al presente y al pasado. En realidad, los lugares y los tiempos se van anudando en giros cada vez más amplios hasta que acaban abarcándolo todo, el de un mundo que es ciertamente global y cuenta con una historia milenaria.

En cualquier caso, entre los infinitos paralelismos y enlaces que Mishra señala para mejor abarcar la personalidad, el pensamiento y la influencia de Buda, quizá el más contundente es el que establece entre éste y Nietzsche, pues ambos debieron afrontar un parecido momento de desmoronamiento de valores sin el menor recambio a la vista. Esta inestabilidad genera incertidumbre, desconcierto, vértigo y no poca ansiedad, los multiplicadores del miedo ancestral. Como todo lector del trágico pensador alemán sabe, éste cita admirativamente varias veces la doctrina de Buda, aunque consideraba que el presumible éxito que tendría para el hombre occidental contemporáneo sería el de un lenitivo incapaz de sacarle de su postración nihilista. Sea como sea, lo que no se puede negar es la creciente extensión del budismo en la sociedad occidental contemporánea más rica y desarrollada.

Uno de los campos, por cierto, donde el budismo ha sido un muy relevante acicate es en el arte, quizá porque es una doctrina que no reniega del mundo, ni de la realidad, sino de su doliente vivencia alienada. En este sentido, el budismo es un purificador formal y ético de los valores artísticos, y, muy en especial, de su rabioso subjetivismo moderno. En cierta manera, quizá sea el budismo la única propuesta radical para que haya un arte sin artistas, justo lo contrario de lo que acaece en nuestro tinglado actual. Es como apostar por el origen en vez de por la originalidad.

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