Estado de obras
La plaza de Lesseps debe su nombre al constructor del canal de Suez: una obra, la del canal, casi faraónica, iniciada en 1858 y finalizada en 1869. ¡Lástima que Fernando de Lesseps no esté vivo para encargarle que asuma las obras! La plaza desapareció en el posporciolismo especulativo. Había sido un lugar tranquilo, coronado por una iglesia con escalinata y una granjilla donde se despachaban unas magdalenas esponjadas. Había tenido vista y recorrido. Todo acabó cuando tenía que acabar: cuando la ciudad de Barcelona descubrió que se podía ir en coche de un lado a otro y a otro y a otro. Se construyó allí una cosa mal llamada Ronda del Mig porque se supone que estaba entre las rondas que cerraban la ciudad antigua -que un día recorrió un tranvía llamado el 29 o de Circunvalación porque daba la vuelta- y el continuo formado por la de Dalt y la del Litoral: eso sí da la vuelta, como hacen las rondas, aunque no sean perfectamente redondas.
Convertir una plaza en una plaza resulta muy complejo en Barcelona, donde hay pocas y las que hay, ¡ay!, inutilizadas
La Ronda del Mig no estaba en el medio y era tan poco ronda que ni siquiera se terminó: a la altura del Guinardó se pierde serpenteando con nombre de ronda pero en forma de calle.
En Lesseps, la ronda fue soterrada y la plaza desapareció, repartida en varios niveles que hacían imposible utilizarla. Para los peatones. Los coches se movían por allí un poco más a gusto. La plaza se convirtió primero en nada. Luego, de la nada pasó a las obras, que es otra forma que han imaginado las administraciones para que un espacio no pueda ser utilizado por los administrados. Sigue en obras.
La primera piedra de estas obras que durarán casi tanto como el canal de Suez (si no más) fue puesta por el último Gobierno de CiU. Era, más o menos, julio de 2003. Y faltaba, claro, poco para unas elecciones. Aquello tenía que ser el acabose de la plaza: adecuación de la línea 3 del metro, construcción de la estación de la línea 9 y reconversión de la plaza ¡en una plaza!
Lo del metro cabe en no pocas cabezas: se hace un agujero junto a un túnel que no se caiga y se ponen luego unas escaleras para que la gente entre y salga.
Lo de convertir una plaza en una plaza, en cambio, resulta mucho más complejo en una Barcelona donde hay pocas y las más que hay, ¡ay!, convenientemente inutilizadas: la de Lesseps, pero también carece de solución (y de accesos para peatones) la de Cerdà. Incluso se ha conseguido dificultar la entrada en la de Tetuán y, desde luego, no se sabe si existe la de Les Glòries, que debía haber sido el centro de una Barcelona desplazada. Queda, quizá, la plaza de Letamendi, convenientemente partida por la segunda calle más ruidosa de Barcelona: la de Aragó; la que tiene el ruido más insoportable es la avenida de Madrid, que termina en una plaza (la del Centre) que lleva en obras casi tanto como la de Lesseps. Y ya tiene mérito porque en lo relativo a tamaño no admite comparación. Luego está la plaza dels Països Catalans, dura e inhóspita. Inútil para casi todo el mundo menos para los practicantes del skating. Por cierto, en obras.
Hubo un ministro, Gonzalo Fernández de la Mora, que teorizó la cosa de la obra (no confundir con la cosa obrera). Decía que el franquismo era un Estado de Obras que plasmaba el fin de las ideologías (versión cutre del final de la historia enunciado por Francis Fukuyama). Fernández de la Mora no tenía noticias de las obras perpetuas de la plaza de Lesseps: perfecta síntesis de su Estado de Obras y de la olvidada revolución permanente de Trotski. Será por eso que las obras de la izquierda durán más que permanecen.
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