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HEMEROTECA | CRÓNICA NEGRA

El misterio que sigue rodeando el crimen del doctor Malo

Aunque la policía siempre manejó el móvil del robo, algunos hablaron de un crimen por encargo

Reconstrucción del crimen del doctor Malo.
Reconstrucción del crimen del doctor Malo.

Hace 23 años, una navaja abrió un agujero en el corazón del médico Juan Carlos Malo cuando salía de un restaurante del centro de Madrid. Aunque la policía siempre manejó el móvil del robo, algunos hablaron de un crimen por encargo.

Quedaron intactas las 30.000 pesetas que el médico llevaba encima cuando fue atacado
"Me han pinchado, pero no es nada", dijo el herido unas cuantas horas antes de morirse
"Con lo que sé puedo echar abajo el sistema sanitario español", anunció Malo a un periodista
Un cura, testigo lejano de la agresión, recuerda que alguien gritaba: "¡Hijo de puta!"
Un policía afirma sbaer quién era el asesino, pero no se pudieron reunir "pruebas suficientes"

Los cuatro hombres dejaron la mesa número 9 sobre la una y media de la madrugada. José Gómez Díaz, el aparcacoches del restaurante Landó, había comenzado a cenar unos pocos minutos antes y no había prestado mucha atención al momento en el que salieron. Sólo se había fijado en uno de ellos: un hombre con barba poblada, de mediana estatura, tirando a bajo, pero de porte atlético y fibroso. Lo había visto otras veces por el restaurante y sabía que estaba en la lista de los buenos-asiduos clientes, pero hasta ese día no había aparecido por la cocina del Landó. "Hasta otra, señores. Éste es el mejor restaurante de todo Madrid. Aquí se come de puta madre", había dicho el hombre con una sonrisa antes de que Gómez le diera las llaves de su BMW, aparcado a unos 20 metros del restaurante.

Los golpes en la puerta le hicieron soltar los cubiertos. El encargado, Ángel González, y Gómez salieron de la cocina y abrieron la puerta del local. El hombre del BMW cayó al suelo del restaurante dejando medio cuerpo fuera. Otro hombre, calvo y con un bigote muy fino, trataba de sostenerlo en pie. "¡Se le va el pulso, se le va el pulso...!", gritó. Gómez, González y el del bigote dieron la vuelta al hombre del BMW. Tenía un agujero oscuro en el bolsillo de la camisa del que salía un pequeño chorro de sangre. "Me han pinchado, pero no es nada", dijo el herido antes de que se lo llevaran a la casa de socorro más cercana en un Seat Panda. De allí fue trasladado al hospital Clínico. Murió a las siete de la mañana.

Pocas horas después, los agentes del Grupo de Homicidios de la Brigada Judicial de Madrid ya tenían una idea clara de qué había pasado. En el informe, redactado esa misma madrugada del 22 de septiembre de 1984, poco antes de que el hombre falleciese, los funcionarios concluyeron que el móvil del crimen era el robo: Juan Carlos Malo Silvestre, médico traumatólogo, de 32 años, salió del restaurante Landó, en la plaza de Gabriel Miró, sobre la una y media de la madrugada en compañía de tres colegas de profesión: Manuel Ambite, Antonio Merina y el hijo de éste, Tomás Merina. Ambite y Malo acompañaron a los Merina hasta su coche, aparcado a unos 50 metros del restaurante, y luego retrocedieron hasta el BMW de Malo. Ambite montó en el automóvil y unos segundos después oyó gritos a su espalda. Dos jóvenes desconocidos atacaron al médico. Uno de ellos, de 1,70 metros de altura, según Ambite, le clavó un estilete en el corazón que le atravesó el ventrículo izquierdo. No se ha encontrado la cartera de la víctima, lo que hace suponer que fue sustraída por los delincuentes. Los autores del delito huyeron a pie. Uno de ellos perdió una gorra blanca en la huida.

El informe establecía la sucesión de los hechos claramente. Añadía además una declaración del aparcacoches del Landó: José Gómez Díaz, portero del restaurante, declara haber visto horas antes a unos hombres jóvenes merodeando por la plaza que podrían ser los agresores.

Los periódicos del lunes 24 de septiembre dedicaron un espacio generoso a la muerte del doctor Malo. Aquel día era noticia la mala salud del jefe de la Unión Soviética, Konstantin Chernenko, y se hablaba de un tal Mijaíl Gorbachov como uno de los candidatos a sucederle. Las turbas sandinistas impedían que la oposición se reuniera en Nicaragua; el Atlético de Madrid de Hugo Sánchez ganaba a la Real Sociedad, y el Festival de Cine de San Sebastián premiaba la película de Coppola La ley de la calle. En las páginas dedicadas a la información local, junto a las cuatro columnas que relataban el crimen, un artículo sobre la unidad de infecciosos del hospital Ramón y Cajal analizaba el auge de la heroína y la falta de seguimiento sobre los drogadictos que dejaban los tratamientos médicos.

La prensa siguió esa línea durante ese día y el siguiente, rebotando en sus páginas testimonios que mencionaban un creciente aumento de sirleros (atracadores callejeros), algunos de ellos heroinómanos que actuaban en las inmediaciones del parque de las Vistillas, situado en la plaza de Gabriel Miró.

Hasta ahí, todo claro. Un crimen sin recovecos. Fue el martes cuando se enredó todo. Un cable emitido por un periodista de la agencia Efe iba a dar un giro narrativo a la historia. Se titulaba El robo no fue el móvil del asesinato del doctor Malo, y contaba que éste se había dirigido a la agencia de noticias dos semanas antes de morir para ofrecer un informe con revelaciones sobre irregularidades cometidas por la sociedad médica privada Asisa (Asistencia Sanitaria Interprovincial), en la que trabajaba por las tardes después de atender a pacientes en el hospital La Paz. "Con todo lo que sé, puedo echar abajo el sistema sanitario español. Ya sabes que estoy dispuesto a ir hasta el final", le dijo Malo al periodista.

Según ese teletipo, entre el médico y los directivos de la sociedad había fuertes tensiones. Éstos le habían abierto un expediente un año y medio antes por "exceso de asistencia a algunos enfermos". Malo les había denunciado ante la Magistratura de Trabajo precisamente por lo contrario, por desatender a los pacientes. El doctor veía en el expediente un simple pretexto de la sociedad para expulsarle. La ecuación era simple. Malo sabe algo gordo. Alguien encarga que le maten. La incógnita seguía siendo el nombre de ese alguien.

Pero a los agentes que llevaban el caso les parecía que la ecuación estaba mal formulada. No tenía sentido. ¿Un crimen de encargo con navaja? ¿Un solo pinchazo? ¿Delante de testigos? Los agentes prosiguieron con la investigación. Un nuevo testigo aportó más datos.

Se llamaba Luis Martín y era cura. Trabajaba como formador en el seminario que da al parque de las Vistillas. El día del crimen, Martín se quedó charlando hasta tarde con algunos seminaristas para preparar una excursión a la sierra. Sobre la una y media se marchó a su habitación con otro compañero. Estaba apoyado en la ventana cuando escuchó un grito: "Creo recordar bien el quejido. Y que alguien gritaba: ¡Hijo de puta! Luego vi a dos hombres corriendo hacia el parque y a otro que se dirigía hacia el Landó. No sé, no le di mucha importancia. Sí, pensé que había sido un intento de robo, pero no me imaginé que había alguien herido. Por eso sólo fui a la policía cuando vi la historia por televisión".

La versión del cura coincidía con la de Ambite, el médico que acompañaba a Malo, y también con la hipótesis lanzada por el aparcacoches sobre los jóvenes que merodeaban la zona. Todos señalaron que los dos hombres no tendrían más de 20 años, pero ninguno podía dar una descripción. Vieron cientos de fotos de delincuentes comunes, por si alguno de ellos encajaba. Nada. La policía buscó huellas en el BMW del médico. No aparecieron. Tampoco salió nada de la gorra blanca que uno de los criminales había perdido en la escapada. Ni pelos, ni ninguna otra pista útil. Los agentes recurrieron a los soplones y éstos trazaron un catálogo de los sirleros que pululaban por el centro de Madrid. Uno de ellos, un conocido heroinómano con algunos antecedentes por pequeños hurtos, fue seguido durante un tiempo. Llegaron a pincharle el teléfono, pero tampoco surgió nada concluyente.

A los pocos días de la muerte de Malo salieron a relucir algunos datos que no se habían hecho públicos. Por ejemplo, que la cartera del médico no apareció en el lugar del crimen. Malo se la había dejado en casa esa noche. En el hospital Clínico sí que se encontraron 30.000 pesetas, con las que Malo habría pagado la cena si el doctor Antonio Merina le hubiese dejado. Los billetes se habían quedado allí después de la operación. Los asaltantes no se habían llevado nada.

La aparición del dinero sembró más dudas sobre el robo como móvil. Aun así, la policía explicó que ésa seguía siendo la explicación más cabal: los ladrones atacaron a Malo, éste se revolvió, tiraron de navaja, le pincharon y, al ver al médico acompañante, salieron corriendo.

El 10 de octubre, la historia volvió a liarse. Los médicos que atendieron a Malo en la casa de socorro, primero, y en el Clínico, después, certificaron que tan sólo había una herida en su corazón. Pero el informe preliminar del forense, avanzado ese día, hablaba de tres puñaladas. Además, los familiares del fallecido aseguraban que la atención de los doctores no había sido la adecuada y acusaron al hospital de negligencia. El juez abrió nuevas diligencias y determinó que los médicos habían hecho bien su trabajo. Fue el forense el que cometió el error, al confundir con navajazos los cortes de bisturí practicados para colocar los tubos de drenaje durante la operación.

Pese a que la policía descartó por completo la versión del crimen de encargo -lo cual disipaba las supuestas sospechas sobre Asisa- las hipótesis se sucedieron durante años. El 29 de enero de 1992, la detención de un médico del hospital madrileño Doce de Octubre como presunto inductor de la muerte de un compañero hizo que algunos en la profesión le relacionasen también con la muerte de Malo. El eco de su asesinato sigue sonando todavía, 23 años después, pese a los intentos de todos los implicados por borrar esos días.

Manuel Ambite, el médico que ayudó a Malo a alcanzar la puerta del Landó, está jubilado y harto de que se le pregunte por lo mismo: "No tengo más que añadir. Yo no le conocía mucho. Habíamos ido a cenar porque él tenía idea de abrir un consultorio privado y quería que le asesorase. Todo ocurrió muy rápido. La policía me enseñó un montón de fotos, pero no pude reconocer al que le mató. Lo siento". Luis Martín, el cura que vio al agresor desde la ventana del seminario, es ahora el párroco de la iglesia de San Esteban, en Fuenlabrada: "Me puse en contacto con la familia y entendieron que yo no podía aportar mucho más a lo que ya había dicho. Yo estaba muy lejos. Apenas me enteré de lo que se dijo después. Sólo me acuerdo de ese grito -¡Hijo de puta!- cuando todo ocurrió y de aquel hombre corriendo por el parque". Y uno de los policías que llevó el caso comentó años más tarde: "Estoy convencido de que tuvimos al asesino en la brigada, pero no pudimos reunir pruebas suficientes para demostrarlo".

La familia de Malo ha preferido no hablar en este reportaje. No quieren remover en la historia. Como otros muchos familiares de víctimas de crímenes sin resolver, siguen adelante, aceptan los hechos y, como Galileo frente al tribunal, sostienen en voz baja su argumento: Y sin embargo, se mueve.

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