Comedores de piedras
No proviene del misterio de lo insondable el nombre científico de este ejemplar, nada menos que Litophaga litophaga, que deberemos traducir por "comedor de piedras", porque las come, aunque sin ánimo glotón, ya que, en puridad, el molusco no se alimenta sino de mínimos protozoos que tratan de pasar a su través y perecen fagocitados en el intento.
El dátil de mar, de forma y color como su primo de palmera, se posiciona en estado de larva en las costas poco profundas y de suelos rocosos y calcáreos, y allí, con infinita paciencia y mediante un misterioso ácido que segrega de sus entrañas, va horadando la piedra donde se asentó, por los años de los años, logrando un agujero donde vivir, una fosa de mínima entrada y respetables dimensiones interiores, lo que le permite crecer y reproducirse divinamente, a la vez que guarecerse de la intemperie y de sus enemigos naturales.
Es fama en las islas hacer una caldereta que tiene como protagonistas los dátiles
Estos son, por orden de importancia, las estrellas de mar y el humano, los cuales las comen después de sacarlas de su íntima y voluntaria clausura, dejando las primeras el mar en sosiego, lo cual -para desesperanza de ecologistas- no sucede cuando el depredador es el segundo.
El hombre las ha capturado a lo largo de los siglos con esas sutiles herramientas que son la maza y la escarpa, perforando el duro suelo hasta hacer un agujero -donde moran los dátiles- del tamaño suficiente para que cupiesen los que tiene en cada mano, y así lograr el trofeo. A tiempos modernos, técnicas soluciones, por lo que ahora, en ámbitos ocultos a las fuerzas de la ley, se utiliza con profusión el martillo neumático o cualquier otro artilugio que posibilite arrancar la roca de su ser, y una vez cómodamente instalada en la barca o en la casa, sacar el fruto de sus entrañas.
En cuanto a la forma de guisarlos también ha evolucionado, manteniéndose en todo caso la certeza de que del dátil, tanto vale su carne como el agua que las rodea, por lo que ora a la plancha, ora hervidos, con el único añadido del agua para cocer o incluyendo en el lote los componentes del sofrito de siempre, a saber: ajos, cebollas y tomates, la delicia está asegurada.
Es fama en las islas hacer una caldereta que tiene como protagonistas los dátiles de mar, cual si de langostas se tratasen, y resulta interesante la fórmula del norte de nuestra Comunidad que los fríe ligeramente antes de flambearlos con brandy, para luego añadir a la cazuela ajo y perejil picado, mas un vasito de vino blanco que permitirá que cuezan apoyados por su propio jugo durante diez minutos, antes de enterrarlos en la boca.
En nuestra joven cocina se las han ideado para reivindicar el escaso producto y o bien lo juntan con chirivía y cítricos, o lo asan a la brasa mientras va siendo regado por un jugo reducido de mejillones y otros dátiles, más ajo y vinagre, en una suerte de "a la espalda" que los caramelizará, antes de comerlos recién salidos del fuego.
Por último, podemos degustarlos tal como los prepararía Raúl Aleixandre, que es constituyendo una sopa, acompañando un zumo de remolacha al natural -obtenida licuando el tubérculo- después de mezclada el agua que desprenden de una ligera cocción con gelatina y haber sido macerados con soja, naranja y limón, y con el añadido de una punta de puré de dátiles verdaderos y otro tanto de espuma de cebollas.
Y siguen sabiendo a dátiles de mar.
LA INVITACIÓN DE QUIQUE DACOSTA
El dátil tiene una textura parecida al mejillón pero su carne es más dura, más potente, parece más musculosa, aunque su tamaño suele ser inferior. La forma de hacerlo es similar en uno y otro, pero a mí me gustaría probar a guisar unos dátiles en papillote, rodeados de unas verduras en juliana.
La fórmula es simple: se cortan en juliana -a pequeñas tiras- zanahorias, calabacines y cebolletas. Se ponen dentro de un papel de aluminio, al que se da forma de cazuela para que no se derrame el contenido y dentro del mismo también se colocan los dátiles de mar y unas gotas de vino de Jerez seco, que lo perfumarán. Se cierra herméticamente la bolsa que hacemos con el papel de aluminio.
Se precalienta el horno a unos doscientos grados y se introduce esa bolsa en su interior sobre tres minutos. El calor del horno, unido al que queda recogido dentro de la bolsa hasta que se abre, permitirá que el agua que llevan dentro los dátiles los cuezan, a la vez que a las verduras, que se comen en conjunto.
Quique Dacosta es chef del Restaurante El Poblet de Dénia, que cuenta con dos estrellas Michelín
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