Francis Ryck, renovador de la novela policiaca

Parece que Francis Ryck tenía mal carácter. Ha muerto solo, dejando tras de sí unas cuarenta novelas, escritas en buena parte a raíz de sus experiencias vitales -soldado en la expedición franco-inglesa de 1940 a Narvick (Noruega), prisionero de los alemanes hasta 1943, viajero infatigable- y habiendo renovado de manera importante la novela negra francesa.

Ryck había nacido en 1920, en la misma ciudad en que ha muerto, París. Decía rechazar los honores, y por eso "mis héroes huyen del éxito social como del fuego. Son los últimos hombres libres". Durante años esos héroes han interesado a miles de lectores y a una decena de cineastas, no los mejores: Delanoy, Pinoteau, Enrico, Pirès, Vergez, Duval y, excepcionalmente, a Costa-Gavras, que adaptó Conseil de famille.

Sus primeros libros no son policiacos pero sí con una cierta intriga. Lo sustancial es su mirada crítica, ácida, sobre la Francia de la posguerra, sobre sus ilusiones pequeñoburguesas, el culto al dinero, la contaminación moral generada por la miseria económica. Autores como Jean-Patrick Manchette, considerado como el padre del "neopolar", o nueva novela negra gala, estimaban que Ryck era un precedente indiscutible para él y todos los autores que habían decidido dar una dimensión política, próxima al anarquismo, a sus relatos.

Con Ryck, la frontera entre el bien y el mal se hace más confusa, los intereses se entremezclan y sólo los jóvenes lo saben, o, mejor dicho, lo intuyen. Dentro de la serie negra, desde 1966 publicó una quincena de novelas, pero es Prière de se pencher au dehors (1978) la que tiene valor de manifiesto. A partir de 1980 sus libros adquieren una mayor gravedad. La droga cobra una importancia trágica -Le chemin des enfants morts (1991)- y la venganza es a menudo el motor del comportamiento de sus personajes: Le nuage et la foudre (1982). En 2007 aún había publicado dos novelas: La casse y L'enfant du lac.-