Avisos
Tercos chubascos se obstinaban ayer en Bilbao en frustrar las esperanzas que había propiciado el encuentro de los diestros con los torrealtas. No era un encuentro casual. Fandi realizó el pasado año en Jaén su faena cumbre a un sobrero de Torrealta. Castella espera aún que el presidente del coso de Vista Alegre le conceda la otra oreja desde la pasada Aste Nagusia, por su faena al torrealta. Con un torrealta -como casi siempre el sexto- descubrió Sevilla a Talavante. También un sexto de Torrealta conmocionó en julio la plaza de El Puerto. Lo toreó Talavante. Se le pidió un rabo y el toro dio la vuelta al ruedo. Hoy, nasti de nasti.
Raspó Fandi la arena con la zapatilla y constató que la descarga había pasado. Al que salió primero, lo paró de rodillas y le fue templando capotazos hasta relajarse en despreciativa media. El quite: chicuelina, tafallera, farol y otra media. Todo en segundos. No pensaba Fandi, desde luego, perder un minuto y ya correteaba por la cara del astado plantando pares con agilidad y destreza, pero luego el animal desbarató los planes: andaba tras la tela sin atacarla ni humillarla. La tarde era un muermo en el cuarto, y Fandi quiso alegrarla: acudió al rodillazo, al mariposeo, la chicuelina y el jugueteo risueño en el capote; a la montaña rusa en rehiletes, con violinazo final; pero en la muleta la alegría ya eran muecas y disfraces y el toro no quiso contemporizar.
Torrealta / Fandi, Castella, Talavante
Toros de Torrealta, descastados, sosos y flojos. Sirvió el quinto David Fandila, El Fandi: dos pinchazos y caída -aviso- (silencio); despedida (palmas). Sebastián Castella: estocada -aviso- (saludos); paletillaza, media y tres descabellos -dos avisos- (saludos). Alejandro Talavante: cuatro pinchazos y contraria y descabello -aviso- (silencio); pinchazo, estocada y tres descabellos -aviso- (silencio). Plaza de Vista Alegre, 20 de agosto. Cuarta de Corridas Generales. Casi lleno.
Impetuoso no se llevó un pase, pero de pronto, algo, un pestañeo, nos devuelve al mundo civil y nos parece un milagro que un animal de esa envergadura serpentee tras un capote rosa. Una joven de rizos negros debía pensar lo mismo porque miraba con gesto sorprendido. Sentado en el estribo, Castella vio que ése no era el camino ni el terreno del segundo, que ya en los medios entraba dócil, con el aburrimiento que empezaba a pesar sobre la tarde y que había de alcanzar magnas proporciones. Llegó a poner remedio con una tanda ligada y suave, y apoyó la banda soplando sus trombones, pero volvió el toro a su huerto y los circulares y el tres-en-uno ya no se los daba a nadie.
Había un fastidio general cuando salió el quinto, único servible al que estuvo a punto de cargarse el piquero que, contagiado del ambiente, le dio con la puya una suerte de descarga de veloz barrenado automático que bien pudiera llamarse la ametralladora. Cedió luego viendo lo bonancible de la res, y así el matador pudo embarcarlo en la muleta con mano lenta, cada vez más dentro, sin llegar al fondo porque el torrealta no se vaciaba, pero con una enjundia fría que acompasaba bien brazo y cintura. Rompió el olé en redondos en un terreno mínimo, de adelante a atrás, de atrás a adelante... Las manoletinas y trincherillas tuvieron la misma elegante frialdad, pero la espada cayó inmencionable.
Talavante estuvo posma. Mimó a un tercero flojísimo que pasaba con la desganada obediencia de sus hermanos. Cuando, encogido de hombros, fue a por la espada, un paisano resumió la actitud del público. "¡Ya has tardao en darte cuenta, la hóspera!". Más tardó en el último. Tal vez por aquello de que es triunfador de sextos y porque había logrado enjaretarle varios templados de derechas y una tanda inverosímil de izquierdas para el temperamento cirrótico del toro. Le debió aquello confundir porque terminó tan pesado como el animal, como la tarde.
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