Se arrincona Rincón, sube Bolívar
Con la corrida de ayer, la ganadería de El Pilar igualaba en corridas (cuatro) a las lidiadas en Francia. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. No defraudó. Miraba la gente mucho hacia arriba en Bilbao. Quien piense que por estar en el norte la lluvia no importa, o importa poco, se equivoca. Y más, en los toros. Se había perdido el viento oscuro en la calle; los cenicientos túneles de acceso a la plaza, la arena rigurosa, todo pedía luz.
Se inició el paseo, paró la banda en seco y los aplausos impedían oír el altavoz que anunciaba el homenaje de despedida al héroe colombiano; acto seguido, con sencillez extrema y solemne, se le bailó el aurresku de honor. Rincón, adelantado, escuchaba y miraba; la montera puesta, el capotillo relajado al hombro y la boina roja en la mano. Se habían retirado momentáneamente las nubes y la luz volvía.
El Pilar / Rincón, Manzanares, Bolívar
Toros de El Pilar, bien presentados y de buen juego. Primero, segundo y sexto aplaudidos, de embestida corta y sosa el resto. César Rincón: tres pinchazos, media y descabello (pitos); estocada (palmas). José María Manzanares: delantera, desprendida (saludos); 3 pinchazos y estocada (saludos). Luis Bolívar: pinchazo, media al rincón y estocada (silencio); estocada fulminante (oreja). Plaza de Vista Alegre, 20 de agosto. Tercera de las Corridas Generales. Media entrada.
No fue buen síntoma la carrera apresurada que se pegó el maestro cuando le desarmó el capote el primero. El toro, cumplido en varas, nada hizo feo y el tranco encomiable de banderillas lo quiso prolongar en la muleta. Pero César era una oleada de precauciones, de correteos inseguros y lastimosos. No sólo recordábamos con nostalgia aquella locura de Puertas Grandes, teníamos muy cerca la gesta caliente, desgarrada y luminosa de abril en Sevilla. Y el dolor de un Rincón arrinconado en su decimotercera corrida en Bilbao. Para romper el mal fario se fue a por el cuarto, Huracán, nombre americano propio de estas fechas. Cabeceó en los remates al capote, salió endeble de varas medidas, pero se rehizo en garapullos, sembrando injustificado desconcierto. Rincón se dobló presto. Atento al rumor de perdón y a algunas palmas, quiso abrir la caja de los tres secretos del toreo. Pero no terminaba el toro en su estación el viaje y, distraído, pasaba sin ímpetu, cuando la lluvia apareció captando la atención de los paraguas. Cabreado Rincón, logró derechazos y apareció el ole en las gargantas. Un viento repentino terminó la faena. Cuando se perfilaba para matar, se le vino el toro encima y al erguirse, recogió apesadumbrado la muleta que le daba Manzanares.
La misma muleta con que el de Alicante enganchó a su primero, de bonito y leve galope, seria encornadura y cuello poderoso, que tendió al penco en la arena cárdena. Con verdad y temple, curvas terminantes, cadera al son, riñón hundido, pierna en compás y muñeca fácil. Si el toro se vacía más le arma una fiesta, pero para fiestas, alegría; y al toro, dulce y noble, le faltaba. También el quinto, un cornalón astifino que entró al caballo como relámpago, tuvo una embestida corta que el diestro le marcaba con la franela incisiva y ajustada mientras palmas de tango reclamaban música sin ardor.
Bolívar cortó, como el día anterior en Illumbe, una oreja al sexto, que quiso saltar y la emprendió con el peto, y aunque le echaba un ojo a la salida entre par y par de banderillas, corrió a la muleta que le cambiaba Luis en el platillo y no rechazó la que le mostró en los medios. Alzó la cara para quejarse, pero lo llevaba el diestro con tesón y lo mandaba firme, sin amor ni gracia, hasta que al fin rompió la alegría mientras las nubes pasaban silenciosas. La estocada, como centella, valió la oreja.
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