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Reportaje:AVENTUREROS INSÓLITOS

El muy rebelde y audaz Fantasma Gris

Mosby, jinete confederado, secuestró a un general y fue el último en rendirse

Jacinto Antón

El general Edwin H. Stoughton dormía a pierna suelta aquel domingo 8 de marzo de 1863 en su cuartel general de Fairfax Court House (Virginia), tras una velada intensa en la que había corrido el champán, cuando una mano enguantada retiró la colcha y le dio un cachete en la nalga. El general pegó un respingo: no era un guante suave, sino el áspero, frío y embarrado de un soldado de caballería. Se despejó de golpe mientras una voz en la sombra le apremiaba: "¡Arriba, general, y venga conmigo!". Stoughton se mosqueó: "¿Sabe usted quién soy?". "Sí, general. ¿Y ha oído usted hablar de Mosby?". "Claro, ¿le han capturado?". "No, general. Yo soy Mosby, y le he capturado a usted".

Éste es uno de los episodios aventureros más célebres de la guerra de Secesión de EE UU, y su protagonista, uno de los personajes más legendarios e insólitos de aquella contienda: John Singleton Mosby (Powhatan County, Virginia, 1833-Washington, 1916), líder de la guerrilla montada de la Confederación, bautizado en razón de sus incursiones nocturnas, sus fulgurantes raids, sus repentinas apariciones y desapariciones como The Gray Ghost, El Fantasma Gris. Al frente de su caballería irregular, luchando tras las líneas enemigas, robando caballos del Ejército de la Unión, apresando a sus oficiales, asaltando trenes, campamentos y depósitos de armas, o depredando caravanas de suministros, Mosby rindió un servicio valiosísimo a su bando. "¡Hurra por Mosby!", escribió el general Lee al jefe de su caballería, Jeb Stuart, tras una hazaña de El Fantasma Gris. "¡Ojalá tuviera 100 como él!".

"Puedo nombrar otro general en cinco minutos, pero odio haber perdido los caballos", dijo Lincoln
"¡Hurra por Mosby!", escribió el general Lee al jefe de su caballería, Jeb Stuart. "¡Ojalá tuviera 100 como él!"

Mosby se alistó como simple soldado en la caballería confederada, "la mejor del mundo", según su implacable adversario, el general Sherman. Sorprendiendo a todos, incluso a sí mismo, Mosby descubrió que había nacido para aquello. Se convirtió en el explorador favorito de Stuart, y éste, que le vio maneras, le encargó infiltrarse en territorio ocupado por el enemigo y hostigarle. Lo hizo al frente de un puñado de jinetes -el 43º Batallón Partisano de Ran-gers- capaces de reunirse velozmente y de desperdigarse hasta evaporarse como espectros. El asalto a Fairfax, en el que, con sólo 29 hombres (y ni una baja), hizo prisioneros, además de al general, a dos capitanes y 30 soldados, y tomó 58 caballos, le catapultó a la fama. En el golpe, Mosby estuvo a punto de capturar también al comandante de la caballería enemiga, que salió a quejarse por el ruido, fue encañonado, escapó desnudo, se escondió en una letrina y nunca volvió a ser el mismo. El propio Lincoln, añadiendo picante al episodio del secuestro, dijo: "No me preocupa lo del general, puedo nombrar otro en cinco minutos, pero odio haber perdido los caballos". En otra aventura, Mosby cabalgó en pleno día en medio de una columna de la Unión llevando a dos oficiales prisioneros. Pusieron precio a su cabeza y fue el último oficial confederado en rendirse.

La vida de Mosby -la cuenta Kevin H. Siepel en uno de los mejores libros sobre el personaje: Rebel (St. Martin's Press, 1983); véanse también sus memorias (Sanders & Co, 1994)- no dejó de ser extraordinaria tras la guerra: vivió hasta los 82 años, fue amigo íntimo del que fuera su gran adversario Ulysses S. Grant, y confidente de otros varios presidentes de EE UU, determinante en la política del Gobierno hacia el Sur, cónsul en Hong Kong, miembro de la división legal de la Southern Pacific (el caballo de hierro), agente gubernamental en la guerra del alambre de espino en las praderas, y hasta investigó el fraude en la entrega de tierras a los indios chickasaws. En 1884, Li Hung-chang, el Bismarck del Este, le propuso ponerse al frente de las tropas chinas contra los franceses en Annam. Ya mayorcito, creó y comandó una unidad de caballería para luchar contra los españoles en Cuba -¡los Húsares de Mosby!-, conoció al joven Patton e influyó en el futuro audaz general de blindados. A los 63 años quedó tuerto a causa de una coz.

Como en el caso de todos los aventureros que nos encandilan, la existencia de Mosby estuvo llena de sinsabores, contradicciones y fracasos. Perdió la guerra más importante de su vida. Pero además, antes de decidirse a luchar por Virginia y la Confederación, ¡era un defensor de la Unión y ferviente antiesclavista! Después de la contienda empañó su aureola heroica entre sus compatriotas a causa de su amistad con Grant y sus intentos por reintegrar al resentido Sur en la nación. Bajo y enclenque, Mosby detestaba los deportes -lideró una cruzada para que se prohibiera el fútbol americano en las universidades por brutal-. Que un tipo así, que además era abogado, comandara una aguerrida banda de merodeadores, luchara como un gato montés, cabalgara como un centauro, sobreviviera a espantosas heridas y cantara las excelencias del Colt de seis tiros le deja a uno perplejo. Es verdad que frecuentaba la lectura de Walter Scott, y eso nunca se valorará suficientemente.

John S. Mosby, en una foto de estudio en Richmond poco antes del fin de la guerra. Para la ocasión luce el sable descartado en sus incursiones.
John S. Mosby, en una foto de estudio en Richmond poco antes del fin de la guerra. Para la ocasión luce el sable descartado en sus incursiones.

Banderas con ropa interior femenina, matanzas y el Klan

¿QUIÉN NO HA SOÑADO CABALGAR entre esos intrépidos y extravagantes jinetes sudistas, esgrimir sable (aunque Mosby decía que sólo servía para las barbacoas y lo descartó en favor de dos largos revólveres navales), tocarse con sombrero rematado por pluma negra de avestruz y lanzar el grito de guerra, el salvaje rebel yell, cargando tras las banderas? -véase para hacer boca Glory at a gallop. Tales of the Confederate Cavalry, de Brooksher & Snider (Brassey's, 1993)-. Por cierto, se dice que las primeras estaban confeccionadas con la ropa interior de las más bellas señoritas de la Confederación; a fe que no es mala enseña bajo la que galopar. Mosby, pese a que hacia el final de la guerra las cosas se encabronaron (se le juntaron algunos desalmados y el enemigo persiguió a su evanescente unidad a sangre y fuego, acosando a sus familias), representa el rostro romántico de la terrible guerra fratricida -su peripecia del secuestro de Stoughton es comparable al robo de la locomotora La General por 21 voluntarios de la Unión-. El reverso de Mosby es otro jefe de la caballería sudista, el famoso y controvertido general Nathan Bedford Forrest, de Tennessee. Valiente, sin duda, le mataron 29 caballos mientras los cabalgaba, y él se cargó personalmente a 30 hombres, Forrest era un feroz esclavista -fue luego gran mago del Ku Klux Klan, que ya es cargo- y se le acusó de que en Fort Pillow, en 1864, sus hombres masacraron a los soldados negros que se rindieron.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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