Color púrpura
Como en el caso de los moluscos de conchas, que Plinio seleccionaba por las formas que adoptaban, también aquí nos encontramos ante otro fenómeno de la naturaleza: la lista de caracoles marinos es casi infinita, insondable para el profano, masiva para el estudioso.
Por esa razón para tratar en un corto escrito sobre los gasterópodos tendremos que escogerlos, deberemos elegir aquellos que nos son más conocidos, o bien aquellos que han tenido algún peso específico en la historia de la humanidad.
Aunque parezca difícil de creer, una caracola con trazas similares a la famosa cañaílla, se situó en algunos momentos en la picota de la moda, en el no va más de la modernidad. La especie del género Púrpura, se caracteriza por tener un sifón con órganos olfativos que le sirve para localizar a sus presas, y además por segregar un líquido del que se obtiene el colorante del mismo nombre. Lo usaban para teñir las telas los indios americanos, y antes -o de forma coetánea- los fenicios, y los griegos y romanos, aunque debido a la escasez y el precio del producto solo podían permitirse tal lujo los altos dignatarios. Se tomaba el animal -con su cáscara- y se trituraba mezclado con sal, y después de algunos días de reposo se concentraba mediante la cocción a fuego lento del amasijo. Del líquido que surgía se efectuaba el tintado de la túnica real o la capa del procónsul. Más tarde se colorearon las que portan los señores cardenales de la romana Curia, con tal acierto que el color ha dado nombre al cargo.
Después de hervidos se ensarzan en una brocheta y, vuelta y vuelta, a la plancha
Sin esas dotes estéticas, pero si con calidades culinarias, son bien conocidos en nuestro entorno algunos otros caracoles marinos, tal que el bígaro, que tiene como principal característica en su monótona vida que puede sobrevivir mucho tiempo fuera del agua, merced a su capacidad de agarrarse a la roca y formar tal unión con la misma que no cae el agua que atesora, por lo que las branquias, con algunos pequeños restos acuosos, pueden mantener su función, y por ende, la vida del individuo.
Los caracoles han servido tradicionalmente para componer aperitivos más que para erigirse como protagonistas de ningún plato que podamos recordar. Gracias a su sólido cuerpo, lleno de sabor del mar, y a su pequeño tamaño, las gentes pueden tomarlos sin perder por ello el apetito de los manjares que llegaran a continuación, por lo que se aplican con la aguja o el clavo en sacarlos de sus conchas y comerlos sin aditamento ni dilación. Para ello, previamente, deben ser hervidos y basta, o en todo caso excitados con algunas gotas de limón.
Existe la posibilidad de lograr que el bocado sea más sustancioso, para lo cual en algunos establecimientos los preparan -una vez hervidos y sacados de su casa- ensartados, formando una brocheta que se pasa -vuelta y vuelta- por la plancha, para a continuación ser servidos en copa de coctail rodeados de mínimas partículas del cítrico que mejor se adecue a nuestros caprichos.
Y a semejanza de los caracoles terrestres, también a las cañaíllas se les puede dar un tratamiento estilo bourguignon, esto es: hervirlos y sacarlos del caparazón, que queda vacío. Componer una mezcla de mantequilla, ajo y perejil, la cual mojaremos con vino de Jerez y reduciremos en el fuego. Convertida esta mezcla en pasta, rellenaremos con ella una parte de la concha, después colocaremos el caracol y, por fin, taponaremos la boca de la valva otra vez con la mantequilla condimentada. Solo restará ponerlos breve espacio de tiempo a gratinar y luego tomarlos acompañados, eso si, con el Jerez que los impregnó.
SUGERENCIAS
Restaurante Casa Pocho. Calle Sant Gregorí, 49. Vinaròs (Castellón). 96 445 10 95.
Restaurante Nou Manolín. Villegas, 3. Alicante. 96 520 03 68.
La taberna del Gourmet. San Fernando, 10. Alicante. 96 520 42 33.
Restaurante El Rodat. Carretera Cabo La Nao, s/n. Xàbia (Alicante). 96 647 07 10.
LA INVITACIÓN DE QUIQUE DACOSTA
Me apetecería hacer un ragout de caracoles, en el que mezclase los que son de tierra y los de mar; y si entre los de tierra existen variaciones y especies que se diferencian una barbaridad, lo mismo sucede con los de mar, que desde el bígaro a la cañailla nos dejamos en el camino multitud de sabores.
Decía Leonardo da Vinci que para comer caracoles lo mejor era purgarlos con leche y harina, hasta que su cuerpo quedase blanco por dentro y su sabor a bechamel. Pero yo prefiero un tratamiento que tenga más que ver con la forma de guisarlos, y éste es hacerles comer durante algunos días hinojo, para que cuando se mezclen con el del sofrito profundicen su sabor.
Tomate, pimiento, el hinojo que decíamos, deben ser fritos junto con el ajo y la cebolla, para después cocerse junto con los caracoles, en vino blanco y un jugo, precisamente el que nos deja la primera cocción de las cañaíllas, que sacadas de sus conchas, se mezclaran durante el tiempo que dure el guiso y después, en el plato.
Quique Dacosta es chef del Restaurante El Poblet de Dénia, que cuenta con dos estrellas Michelín
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