Hija de la medianoche
En la medianoche del 14 al 15 de agosto de 1947 nacía a la independencia, hace 60 años, el moderno Estado de la India, segundo país más poblado de la Tierra, con 1.100 millones de habitantes, tras China. Y como para resaltar diferencias desde la cuna, Pakistán, que integraba con India el dominio británico del subcontinente, tenía el prurito de proclamar su independencia 24 horas antes. Tres guerras entre los dos países en 1948, 1965 y 1971, más continuos forcejeos por el territorio en disputa de Cachemira, han sido el interminable epílogo de ese doble alumbramiento y de un gigantesco trasvase de poblaciones -musulmanes a Pakistán, hindúes a la India- que costó cientos de miles de vidas en tumultos, masacres y venganzas locales. Pero el Estado de Nueva Delhi, en contraste con la abrupta historia institucional de Pakistán, ha sabido edificarse en democracia, la mayor del planeta.
India ha crecido en los últimos años al 7% y 8% anual; tiene en Bangalore una formidable concentración de alta tecnología, el Silicon Valley indostánico; y en Bollywood, el antiguo Bombay hoy rebautizado Mumbai, la mayor fábrica de cine del mundo. Pero el camino será largo: hay un 40% de analfabetos, y el país ocupa el lugar 126 -sobre unos 190 Estados- en el índice de la ONU de Desarrollo Humano.
La gran potencia del sur de Asia, además del contencioso por Cachemira, sostiene graves diferencias territoriales con China en el Himalaya, es el octavo consumidor de armamento del mundo y posee el arma atómica -como Pakistán y China-, bases sobre las que compite por la hegemonía asiática con su gran vecino del norte. Pero en un notable viraje geopolítico, el año pasado firmó con Estados Unidos un acuerdo de cooperación nuclear, que supone la entrada de India, no signataria -al igual que China- del Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968, en el restringido club de potencias con poder atómico.
Washington corteja a Nueva Delhi para enfrentarla a Pekín y alistarla en la lucha contra el terrorismo internacional, del que la India se siente víctima en Cachemira. Pero la salud de Asia sólo reside en la profundización de la democracia, el desarrollo y el establecimiento de relaciones de confianza entre las potencias, y no en maniobras para aislar a nadie. Ésa es la India que necesita el mundo.
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