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Columna
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De vuelta a la normalidad

Los titulares vuelven a ser claros. Son como antes de la tregua: un juez prohíbe el homenaje, la Ertzaintza lo tolera, los de ANV, es decir, los de antes, los de siempre, escupen a los miembros de la comisión gestora de Ondarroa, que tienen que irse del salón de plenos a otra dependencia municipal a seguir con su trabajo, el Gobierno vasco se niega a cumplir la ley de banderas, y el verano se nos convierte como todos los agostos en el desastre acostumbrado, lo que para algunos sirve para decir que estamos en conflicto, cuando es la cosa más estúpida del mundo.

Bien es verdad que, a los pocos años de que fracasara el frente constitucionalista entre el PSOE y el PP para convertirse en alternativa al nacionalismo surgido en el pacto de Lizarra, en el último momento se ha abortado, por criterio de la dirección socialista de Madrid, su modelo antitético: echar a una fuerza constitucionalista en Navarra con una asociación que podría ser entendida en el tiempo como un frente nacionalista. No se sabe aún bien por qué razón, pero el gesto, afortunadamente, puede inaugurar un proceso de estabilidad política.

Quizás nuestra condena, encadenados a este volver a empezar, a este eterno retorno, del que somos más conscientes en los agostos porque esperamos pasarlo mejor que en el resto del año, es que no asumimos de una vez determinados principios que en otros países de nuestro entorno acaban funcionando y permitiendo una existencia algo más tranquila. Se creen allí que la autoridad, aunque sea democrática, es autoridad, y escupirle en un pleno es un delito, y se imponen castigos que tienen resultado, porque, además de ser de muy mala educación ir escupiendo a la gente, si además es un delito, debe ser adecuadamente tratado. Pero qué vamos a decir por un simple escupitajo, cuando hemos llegado a tal nivel de deterioro en las relaciones humanas que al final nos alegramos de que haya sido un escupitajo y no un cóctel molotov. Creo que en el fondo nos va la marcha del masoquismo político, y de la negativa de legitimar la democracia que más ha durado y mejores consecuencias nos ha dado en la historia nos surgen estos quistes cancerosos que sólo los tratamos de mala manera cuando pican.

Porque en un país en el que su Gobierno al rechazar la ley de banderas se pone sectario y poco amable con el que tiene otra consideración por la otra bandera, porque además es Gobierno precisamente por esa bandera que se rechaza, toda su legitimidad procede de ese despreciado trapo, no nos podemos extrañar que tras tan disparatado proceder pedagógico nos salgan los libertadores de Ondarroa escupiendo a las autoridades. Es lo menos que puede pasar, y efectivamente es lo menos, porque a cuenta del desbarajuste mental que todos asumimos, finalmente, van unos y de vez en cuando asesinan a alguien. Cosa que aún no han hecho, probablemente, porque la policía se lo está impidiendo, hasta que de nuevo venga alguien diciendo que con la policía no se resuelve el profundo y complejo problema vasco. Cosa, la intervención de la policía, que en los países normales la gente normal aplaude. Aquí lo correcto es sólamente lamentarse de que los terroristas maten, aunque debiéramos de ver las causas, antes de lamentarlo demasiado, del por qué matan, para justificar así, de paso, muertes y causas.

Condenados a volver a las andadas tenemos la posibilidad de no prestarle ninguna atención a los disparates que nos rodean, somos libres o no, como si nada ocurriera. Si hay homenaje en una calle cogemos otra, con tal de no ir por Ondarroa no pasa nada, y si el Gobierno no pone la bandera española poco va perjudicar nuestra situación, pero todas estas cosas con los años van haciendo mella. Todo esto resulta muy desagradable, muy aburrido, muy repetido, muy incapaces nuestros dirigentes de resolver absolutamente nada, y como va haciendo mella, cuestión de edad y años, te vas enterando de que los amigos, todos los que pueden, se van marchando, en ocasiones sin saber por qué, quizás sólo por aburrimiento, ganándoles el sitio los de sólo una bandera, los de los escupitajos, los de los homenajes y los correctos que no se preocupan por lo que pasa. Ya se preocuparán, tiempo al tiempo, y acabarán siguiéndonos al tranquilo lugar de exilio para escapar de las ikurriñas y los escupitajos. Es lo menos.

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