La vida en el río
Un niño con muletas persigue su pelota y un anciano camina ligero, los dos van por la orilla del río Besòs, a la altura de Santa Coloma de Gramenet, bordeando el paseo fluvial. En su echarse al paseo, en su salir al río para jugar al fútbol, palpita en el niño de esta fotografía algo de niño de antes, de chaval crecido en la fiebre inminente de la calle. Este niño que anda sin fuerzas en las piernas ha preferido jugar de verdad a jugar a que juega, a quedarse en su casa agarrado a los mandos estériles de una consola. Y por eso, lo primero que se observa en esta foto de Guerrero es a un muchacho que ha elegido lo verdadero y a un fotógrafo que ha sabido verlo. Tiene también la fotografía una porción salvaje, o acaso tan sólo silvestre, de escepticismo, de un agnosticismo estético que se revela en la ausencia de cielo, subrayada, como la física o el panteísmo subrayan todas estas cosas, por los reflejos de sol en la tierra.
En el niño de piernas frágiles como un pájaro, hay una necesidad de absoluto que sólo pueden saciar la poesía y la política
Abajo, en el río ajardinado, en un jardín modesto de césped suburbano y de asfalto para ciclistas y para corredores de footing, se juntan los domingos decenas de emigrantes latinos, andinos, llaneros, volcánicos..., y allí meriendan y juegan al fútbol hasta que se les doblan las piernas de cansancio. Algunos vecinos de Santa Coloma y de Sant Adrià han protestado por la presencia, en la zona ajardinada del río, de estas personas de apariencia humana, si bien lo que ya a simple vista se manifiesta en ellas es que son mera fuerza de trabajo. De estos jugadores de fútbol de la orilla del río Besòs, los contribuyentes, en el ejercicio de su derecho ciudadano, han señalado sobre todo que afean el entorno con su barullo y con sus modales ajenos a todo lo europeo, que estropean el parterre con su poco cívico juego de pelota, que a veces se les va la mano con la cerveza y que, quizá por este último motivo, "hacen pipi" entre las matas igual, y no es una comparación, que, un rato antes de que los inmigrantes lleguen y extiendan sus manteles, orinan en esa misma orilla del río los perros de quienes han protestado. El caso es que los ayuntamientos de ambas localidades, en un gesto de izquierdismo curtido en el hormigón y en los ríos y en los humos tóxicos del cinturón rojo, han acabado mandando a los municipales para que espanten a la mano de obra recién llegada, al lumpenlatinariado, como se espanta mansamente a un puñado de moscas con el rabo.
Siguiendo el curso del río Besòs, casi en su desembocadura, unos indios de la India acostumbran a reunirse por la tarde para jugar a voleibol, deporte que consiste en devolver al otro lado del muro todo lo que quiere escaparse. Y en las barbacoas de un hermoso parque de pinos que hay cerca de ese sitio, los gitanos tienen el popular gusto de asar sardinas. Y también en este lugar, los payos y las payas juegan al tenis, hacen gimnasia de aparatos y van a la piscina. Se le ve al río Besòs, principalmente en cada primavera, con sus florecillas románticas, y con sus garcetas que hacen un alto durante su vuelo, y los patos viajeros que también recalan en sus orillas, y las gaviotas que están prefiriendo la vida del río a la vida marinera, y su solitaria cigüeña escapada no se sabe si del zoo, se le encuentra entonces a este río un respeto, una hospitalidad, una voluntad de refugio, una generosidad social, que no se percibe en la política de quienes han sido llevados a gestionar su tímido curso milenario y que reducen el ecologismo a limpiar el río de la contaminación de sus aguas, como quien se hace una higiene bucal. En el niño de piernas frágiles como un pájaro, que juega al fútbol en esta fotografía; en los jugadores de pelota arcaicos y desterrados que, por su juego, son expulsados de las orillas del río, en las aves migratorias que cruzan el estrecho dos veces al año sin otra intuición que la del buen tiempo, hay una necesidad de absoluto que sólo pueden saciar la poesía y la política.
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