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Entrevista:OFICIOS Y PERSONAS: CONXITA VILA | Encajera

"No hay dinero para pagar las horas que se echan a la 'punta', no te lo valoran"

La localidad de Salt, a tiro de piedra de Girona, es bien conocida por su alto índice de población inmigrada que ocupa los barrios más populosos, con bloques de pisos de estilo desarrollista. Pero existe un Salt que es como un pueblo, un auténtico veïnat donde todos se conocen y donde están muy arraigados antiguos oficios artesanos. Pasear por esta zona es un hallazgo constante de pequeños talleres de tapiceros, cesteros, silleros y demás trabajos relacionados con el mimbre, un material que abunda gracias a la cercanía del río Ter y sus dehesas.

Es en este barrio donde nació y aún reside Conxita Vila, secretaria de la Associació de Puntaires de Salt, una entidad que lleva 10 años de andadura y cuenta con unas 25 socias. Esta vecina ha hecho del encaje de bolillos su principal pasión, "aparte de los hijos, claro está, y he tenido siete". Con una familia tan numerosa, Conxita no ha tenido otra profesión que la de madre y ama de casa a tiempo completo. Pero entre tanto ajetreo, ha sabido sacar partido a su afición, la punta, que es la denominación catalana del encaje.

Ha hecho del encaje de bolillos su principal pasión y es secretaria de la asociación de 'puntaires' de su pueblo, Salt

Una afición que se encontró ya de pequeña en su casa, "gracias a mi abuela, las tietes y después en el colegio, con las monjas". Así, con 12 o 13 años ya empezó a hacer sus pinitos en un arte que parece casi magia, cuando se tiene el privilegio de observar de cerca la evolución de unas manos expertas sobre el telar. Dedos ágiles, tan rápidos que parecen volar al tiempo que dominan los hilos y el complicado tejemaneje de los bolillos o buixets, esos palitos de madera de boj que se multiplican hasta un número de vértigo. "Hay labores en las que se necesitan hasta 700 bolillos, y se usan todos, pero no al mismo tiempo, claro", explica Conxita con simpatía y un punto de humildad que contrasta con el orgullo a la hora de mostrar algunas de sus piezas favoritas. Y es que el encaje convierte en lujo refinado un simple juego de toallas, ropa de cama, cortinas, vestidos de bautizo o tapetes. "Pero mejor que sean de calidad, de lino o seda, así resalta más nuestro trabajo".

El trabajo, totalmente manual, se realiza sobre una almohadilla en la que se sujeta un cartón con un conjunto de agujeros que conforman el dibujo deseado. En ellos se van colocando alfileres que sirven de guía para cruzar los bolillos y sujetar los puntos. Hay dos puntos básicos, el entero y el medio, y otros más complicados como el de la Virgen, las trenzas, las arañas o la filigrana.

Es un trabajo difícil, laborioso, que se pergeña lentamente y para el que hay que tener "mucha paciencia". Conxita echa cuentas y calcula que hacer el encaje necesario para ornar un juego de toallas le puede llevar un mes, "trabajando unas seis horas cada día". Un exceso de tiempo y dedicación que después no se ve recompensado a la hora de cobrar la pieza. "No se pueden pagar las horas que le echas a la punta, no te lo valoran". Conxita asegura que la mayoría de encajeras se dedican por afición y no para ganarse la vida, y que la mayoría de labores son para la familia o para regalar, "además de algún encargo o algún capricho, pero tiene que ser de alguien muy especial y con capacidad para pagarlo".

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De hecho, hay tiendas especializadas en ajuares de novia repletos de encaje y hay dos poblaciones catalanas con una gran tradición donde las encajeras se dedican profesionalmente. Son Arenys de Mar y L'Arboç. "Los pañuelos de encaje de las bodas de las infantas Elena y Cristina se hicieron uno en cada pueblo, incluso hay un museo de la punta en L'Arboç", explica Conxita. Otras localidades muy afamadas en esta tradición son Almagro, en Ciudad Real, y Camariñas, en A Coruña.

El mundo de las encajeras también se ha visto afectado por la globalización y los productos llegados de Asia. "No es raro encontrar en ferias y en encuentros de puntaires trabajos hechos en China. A simple vista, pueden colar, pero están hechos a máquina, no son artesanos y por eso son tan baratos", argumenta.

Una característica de las encajeras es la vitalidad de los encuentros que organizan de forma periódica. No hay fiesta mayor o feria patronal que no cuente actualmente con alguna exhibición de puntes al coixí. En Salt, se organiza a finales de abril, por Sant Jordi, y acuden unas 200 aficionadas, en su mayoría mujeres y de edad madura. "Hay algún hombre, pero muy pocos, que se aficionan viendo a su mujer, pero no suelen participar en los encuentros", explica Conxita, que también lamenta la falta de afición por parte de los más pequeños. "De mis hijos, ninguno ha tenido interés por aprender; suerte que tengo a una de mis nietas a la que parece que le gusta la cosa".

La renovación generacional de las encajeras no está del todo garantizada en Salt, aunque hay una esperanza: "Hemos visto que hay niñas gambianas con una habilidad increíble para las labores. Se pasan el día haciendo trencitas y peinados, y se les da de maravilla. Este otoño las invitaremos a que se unan a la asociación".

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