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Columna
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De la banderilla a la cazuela

En la tertulia veraniega se habla, con renovado interés, de la fiesta de los toros, acrecido, precisamente, por la maestría de dos diestros franceses, que encabezan el palmarés. Le faltaba, para perder el cateto pelo de la dehesa, esa confirmación internacional. Viene de muy antiguo la afición de nuestros vecinos y surge la homologación lúdica con la religiosa.

En España todos -o la mayoría- somos católicos, incluso bautizados, aunque los creyentes fetén sean cada vez menos. En Francia y otros países que conocieron la Reforma, los fieles son minoría, pero más auténtica y practicante. Algo similar ocurre en el mundo de la tauromaquia; el aficionado francés suele tener amplias nociones de tan complicado juego, y eso le hace apreciarlo más allá del binomio colorista de la sangre y la arena, ilustradas con el sol, el cigarro puro y los mantones de Manila.

La amiga marsellesa que nos acompaña conoce el paño, aunque no acabe de comprender la innovación que significa el trasiego, entre palcos y tendidos, de bandejas de bocadillos y copas de vino. "Parece Embassy al mediodía". "¡Pues anda que en los sanfermines...!". Alguien -parece inevitable- inició el discurso defensor de los animales: "Ya salió el Brigitte Bardot".

No podría precisarse el momento en que se pasó del astado de 600 kilos al mundo de los pájaros y especies protegidas. Un cursi, tímido, que estuvo de joven en Montevideo, aportó la curiosa referencia que hace el tango del alma inquieta del gorrión sentimental. Intervino un sea dicho experto, con cierta autoridad: "Más que sentimental, enamoradizo y cachondo me atrevería a definir". Cita el refranero: "Más ardiente que un gorrión".

El veterano que patronea la reunión hizo esfuerzos para confinar el debate en dominios ornitológicos ante el fundado temor de que salieran a relucir las cacerías de zorros y los combates de boxeo. "Amamos los pájaros porque no nos dan miedo", apuntó el extravagante. "Si aumentaran 50 veces su tamaño estaríamos en un hostil parque jurásico, que es lo que recreó Spielberg. Verderones, gaviotas, urracas o golondrinas gigantescas fueron los dinosaurios. Cierto que eran herbívoros que todo lo arrasaron y se murieron de hambre".

"No me fío un pelo de esos fringílidos. ¡Ojo con los gorriones!". Era un agricultor quien hablaba. Durante unos instantes temimos que hablara de los topillos que infestan los surcos salmantinos. Algunos presentes se alborotaron: "Los gorriones, los jilgueros, los ruiseñores alegran el huerto, los jardines, hacen cantar a los árboles...".

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"¡Alto ahí!", terció otro versado comensal. "A esos pájaros los metemos en jaulas, salvo al gorrión, que carece de habilidades. Son astutos y nada sinceros, depredadores y crueles con los seres de inferior dimensión, a los que no dudan en expulsar y matar". "Natural, ley de vida".

"¡Narices! Se han hecho amigos nuestros por interés, por las migas que les lanzan los jubilados, por la basura que amontonamos para ellos. Devoran las semillas que sembramos y arruinan los campos".

"Ya será menos", intervino la francesa, sacando a relucir los modismos castizos de su repertorio. "No me retracto", clamó el labrador. "Hace un siglo llevaron gorriones a Nueva Zelanda, Australia y Estados Unidos y se convirtieron en una temible plaga para la agricultura. Sospecho que se deshicieron discretamente de ellos. Una dama, puntualizó: "¿Y cuando te echan la cagadita en el traje nuevo?".

Hubo defensores. "Me caen simpáticos: traviesos, golfetes y espabilados. Me agrada la modestia de su plumaje, los tímidos rojizos del dorso, la tripa cenicienta, las ojeras cernidas, la cola castaña con reflejos verdosos...".

"Yo no los recuerdo así", masculló alguien que había permanecido silencioso. "Hace tiempo que desaparecieron de las tascas en las calles de Espoz y Mina y de Victoria. Sin plumas, sin alas. La verdad es que estaban riquísimos". Le envolvió una mirada general de reproche, no exenta, en algunos casos, de hipocresía.

Volvimos a hablar de toros, y esta vez hubo algo más de consenso.

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