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TONTOS DEL VERANO / 2
Columna
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El Solitario, ¿un iberista?

Elvira Lindo

Desengañada del sistema, descontenta con la clase política, amenazada por la hipoteca y desesperanzada por el fin de las ideologías, la gente tenía todas sus ilusiones puestas en el Solitario. La memoria es asombrosamente selectiva y la gente había borrado de la suya el hecho de que al Solitario se le atribuye, entre otras cosas, la autoría de tres asesinatos. La gente sentía una irreprimible simpatía hacia el hombre que aparecía en esas imágenes robóticas de las cámaras de los bancos. Yo cené con la gente (no con toda, con alguna) los días posteriores a la captura del Solitario. Encontré aspectos comunes en gente de profesiones diversas y procedencias dispares; advertí que la gente, aunque sea honrada y trabajadora, lleva un delincuente latiendo dentro. Yo también, porque yo también soy gente. La gente sueña con alguien que perpetre aquello que ellos no se atreven a hacer: atracar bancos o huir con el dinero en la camioneta como en su día hizo el inefable Dioni, que, por cierto, se ofende mucho cuando le comparan con el Solitario porque él, afirma, no hizo daño a nadie. Ese deseo reprimido tiene mucho que ver con el desahogo de la ficción, con ese gusto que sentimos cuando el protagonista es el asesino y su peripecia nos provoca un efecto perverso, el de desear que nuestro hombre mate a quien sea con tal de que salga airoso de su aventura. El placer de estas novelas aumenta, está comprobado, si son de bolsillo y uno las puede doblar, tirar en la arena y llenar de pringue de bocadillo. Patricia Highsmith fue una maestra en saciar el hambre de ese delincuente interior que toda persona honrada lleva dentro, y Matt Damon el que mejor ha representado, en mi opinión, al americano que perpetra sus crímenes con cara de inocente. Los cinéfilos dirán que no habrá otro Ripley como Alain Delon pero ya sabemos que los cinéfilos, por norma, siempre prefieren la película más antigua. Los cinéfilos por su camino y nosotros por el nuestro.

Nosotros, quiero decir, la gente, nos habíamos hecho ya una composición del Solitario, le habíamos concedido un atractivo de novela. Por eso, cuando apareció aquella mañana en la tele y dijo a ese público que siempre se congrega delante de las comisarías, "!Hola a todos, soy el Solitario!", el hombre empezó a cagarla. Aún así, la gente hizo lo posible por mantener viva la ilusión, procuró olvidar tan patético saludo y aquellas dos noches posteriores, haciendo de tripas corazón, la gente y yo todavía cenamos soñando con atracos perfectos. De vez en cuando, un comensal, iluminado por el vino y la sensatez advertía, "No olvidemos que al parecer el tío se cargó a tres", y la frase nos dejaba callados, como niños a los que se les prohibiera decir palabrotas. Pero es que además el Solitario, lejos de encarnar a aquel barbudo misterioso de la cámara oculta, resultó ser un delincuente real, no de ficción, con toda la carga de agresividad y crueldad necesarias para empuñar un arma de fuego. Y para colmo, empezó a tener intermediarios, abogados que le admiran y que han convertido la historia en un sainete con muy poca gracia. A este paso a los productores de televisión que han comprado los derechos para hacer una telemovie van a tener que cambiar de guionista porque lo que se presumía un drama se ha convertido en parodia. Si a esto le añadimos que aparece un hermano de Trillo, el que en su día mandaba huevos, con un pizarrín y asegura que el Solitario atracaba con fines humanitarios, porque el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón, ya es para que la película se llame Dos tontos muy tontos. Eso sí, nuestro hombre, mientras se procede o no al traslado a una cárcel española, ha tenido un detalle significativo pidiendo un diccionario hispano-portugués. ¡Eso le honra! Rompe con el histórico desinterés que los españoles hemos tenido por esa lengua hermana, y máxime en estos días en los que Saramago añadió a la pesadísima confusión territorial la bonita idea de la unión ibérica. ¿Se acabará convirtiendo el Solitario en un redomado iberista?

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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