Una sombra alargada
Las comparaciones son siempre odiosas, pero, a veces, también inevitables. El magisterio indiscutible del caballero Pablo Hermoso de Mendoza ha trazado una frontera que delimita la genialidad del trabajo profesional, el simple aplauso de la indescriptible emoción que provoca una figura histórica. Hermoso proyecta una sombra muy alargada que aparece allí donde torea un hombre a caballo.
Ayer hicieron el paseíllo cuatro rejoneadores honestos, esforzados y animosos, pero ninguno de ellos fue capaz de emocionar como hoy exigen los públicos. Buenas cuadras, desigual colocación de rejones y banderillas, muchas rosas que no son más que medias estocadas, pero a todo el conjunto le faltó calidad, orden, solemnidad, vistosidad... Torería, en una palabra. Sin duda, ellos no tienen la culpa, pero tampoco la tiene Hermoso de haber puesto el listón por las nubes.
Campos/Cuatro rejoneadores
Toros despuntados para rejoneo de Campos Peña, bien presentados y manejables. Rui Fernandes: rejón y un descabello (vuelta). El Cartagenero: pinchazo y rejón (ovación). Por colleras: cuatro pinchazos (palmas). Álvaro Montes: pinchazo que descorda al toro (vuelta). Sergio Galán: rejón trasero (oreja). Por colleras: rejón trasero y un descabello (una oreja). Plaza de la Malagueta. 11 de agosto. Cuarta corrida de feria. Más de media plaza.
El portugués Rui Fernándes no levanta pasiones y se deja tocar en exceso las cabalgaduras. Alvaro Montes recibió a su toro con la suerte de la garrocha, pero el público se quedó tal cual. La gente sólo se animó cuando colocó dos pares al violín y pare usted de contar. A Sergio Galán le concedieron una oreja, pero su actuación fue tan poco interesante como la de sus compañeros. Y El Cartagenero, el más joven del cuarteto, estuvo voluntarioso y con ganas, como se le supone a alguien que empieza. En su haber hay que destacar un buen par a dos manos.
Para colmo, el cartel resucitaba la suerte de las colleras, ya desaparecida felizmente hace años. Resulta poco elegante, algo patético y hasta vergonzoso ver a dos rejoneadores como dos castillos jugar al escondite con un animal al que marean y desconciertan entre tanto caballo dando vueltas a su alrededor. Ojalá no vuelva a suceder...
Por si quedara alguna duda, la ficha de esta crónica lo dice todo: dos solitarias orejas. ¡Como estarían de aburridos los caballeros con lo generoso que es el público de rejoneo...!
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