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El tráfico de la AP-7 entre Barcelona y Tarragona ha aumentado el 16% en cinco años

Dos accidentes y el habitual colapso de los viernes originan colas de hasta 32 kilómetros

Elena G. Sevillano

La autopista del Mediterráneo, la AP-7, foco de retenciones todos los fines de semana, está cada vez más frecuentada. En los últimos cinco años, el tráfico ha aumentado el 16%. Ayer se vivió el enésimo viernes de atascos. Un accidente múltiple a las 11.30, en el que se vieron involucrados al menos cuatro vehículos, obligó a cortar la autopista a la altura de La Riera de Gaià (Tarragonès) y causó colas de hasta 14 kilómetros. El tráfico se reabrió a las 12.30. Por la tarde, la operación salida de fin de semana y una pequeña colisión entre dos vehículos generó retenciones intermitentes. A última hora llegaron a ser de 32 kilómetros.

La habitual jornada de atascos que aguarda a los conductores todos los viernes en la AP-7 empezó ayer antes de lo habitual. Hacia las 11.30 horas un choque múltiple, como consecuencia del cual uno de los vehículos empezó a arder, obligó a cortar la autopista a la altura de La Riera de Gaià, en dirección sur. En poco más de media hora, se formaron casi 10 kilómetros de colas, que enseguida se convirtieron en 14.

Las retenciones propias de la salida de fin de semana se presentaron, fieles a su cita, hacia las 15.30 horas. Entre Altafulla y Tarragona hubo circulación intensa con paradas intermitentes y siete kilómetros de colas entre Tarragona y Reus, informó el Servicio Catalán de Tráfico. A los vehículos que salen en busca de las playas se sumó una colisión que, pese a no causar heridos, obligó a cortar la autopista para retirar los coches. A última hora de la tarde, las colas eran de 32 kilómetros en Vilafranca del Penedès.

Cuando no son los accidentes, son las huidas masivas del área metropolitana de Barcelona en busca del sol. O el transporte de mercancías. O el tráfico europeo de paso hacia el sur. El caso es que las retenciones se han convertido en un mal endémico de la AP-7 en la zona. Es una de las vías más transitadas de España. La intensidad media diaria de vehículos en el primer semestre del año fue de 63.229, según la concesionaria Acesa, mientras que la media de todas las autopistas que gestiona es de 36.375. En los últimos cinco años, el tráfico de la AP-7 ha aumentado el 16%, pero el número de carriles no se ha incrementado. El 22% del tráfico total de la AP-7 es de vehículos pesados.

"Esto es un embudo. En julio y agosto ya no voy en coche a Barcelona, y en fin de semana, menos". Rafa Martínez vive en Tarragona. Sobre lo primero no tiene queja. Al hablar de lo segundo, en cambio, le sale la vena reivindicativa. "Estamos discriminados respecto a Madrid y a Barcelona. En verano, esta zona duplica la población y el tráfico, pero estamos dejados de la mano de Dios". Preguntar por el estado de las carreteras tarraconenses en una gasolinera equivale a registrar una queja tras otra, y la reina del desencanto es, sin duda, la AP-7, la misma autopista que el sábado pasado se colapsó formando colas de 75 kilómetros.

Embudo. Cuello de botella. Ratonera. Son algunas expresiones que usan los conductores para referirse a este tramo de la AP-7, también conocida como autopista del Mediterráneo, una vía rápida que vertebra la comunicación por la costa desde la frontera con Francia hasta Algeciras. El punto negro, el tapón, va de Martorell a Tarragona. Desde Barcelona, a la altura de El Vendrell, la autopista adelgaza. Los tres carriles por sentido se convierten en dos, y se nota. Aunque el atasco del sábado fue excepcional, los conductores que usan esta vía saben que se satura con facilidad, sobre todo en verano. No hay que remontarse mucho para encontrar otro atasco histórico. La pasada Semana Santa las colas alcanzaron 33 kilómetros.

Peaje de Tarragona en la AP-7, un jueves por la tarde. El tráfico en dirección a Barcelona es bastante fluido, pero los vehículos reducen la velocidad y se van apiñando frente a las cabinas. La circulación se lentifica porque la barrera no está a la salida de la autopista, sino en la calzada central. En sólo 77 kilómetros, hay tres peajes de este tipo, llamados troncales: los de Tarragona, El Vendrell y Martorell. Las tres trampas de la AP-7. "Somos el semáforo de Europa; el cuello de botella del corredor mediterráneo", aseguran en la Cámara de Comercio de Tarragona. Su presidente, Albert Abelló, se lamenta de la "mala imagen" que generan los colapsos.

En Tarragona, además, no hay mucho donde elegir. La alternativa gratuita a la AP-7 es la carretera que discurre por la costa, la N-340, también llamada en algunos paneles A-7, para desesperación de los conductores foráneos. Con un solo carril por sentido, en plena zona turística de la Costa Dorada, es raro el día en que se puede circular con holgura.

Instituciones y empresarios coinciden con los conductores en que la situación es insostenible. "Estamos en un punto estratégico del corredor mediterráneo, donde confluyen la AP-7 y la AP-2, que conecta la costa con Lleida y Zaragoza. Tenemos un puerto, una industria petroquímica, un sector turístico que se abastece por carretera. Las infraestructuras son vitales para nuestra economía", dicen en la Cámara de Comercio. "Tarragona está ahogada", asiente Jordi Just, de la Confederación Empresarial de Tarragona (CEPTA), quien cree que lo más urgente es "eliminar los peajes troncales" de la autopista. "No nos lo podemos permitir", remata el alcalde accidental de Tarragona, Sergi de los Ríos (ERC), quien señala un culpable: "El eterno déficit de inversión en infraestructuras en Cataluña".

Una solución parcial a los atascos endémicos de las carreteras tarraconenses llegará, si se cumplen los plazos, a finales del año que viene. Los trabajos de construcción del tercer carril de la AP-7 se empezarán en septiembre, informan fuentes de Acesa, y se completarán con la eliminación de los peajes troncales en 2009. "La solución a corto plazo es que, hasta que se acaben las obras, las barreras se levanten siempre que haya atascos", aclara De los Ríos.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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