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Reportaje:DANZA

Almas de autómata en el ballet 'Coppélia'

La compañía de Víctor Ullate vuelve a Madrid con la incorporación de Jesús Pastor

Montar grandes ballets como grandes óperas en España es una empresa llena de dificultades y de sinsabores, de carreras contra el tiempo y contra la economía, a contracorriente de los vectores del mercado del espectáculo; pero la verdad es que el público de ballet existe y pide estos títulos, reclama sus conocidas melodías, sus leyendas de ensueño y fantasía imperecedera. Ullate lo sabe, pero erre que erre, vuelve a ello, siempre con una idea de renovación consustancial a su formación dentro del ballet moderno.

Con su estructura de compañía actual (una treintena de bailarines) resultaría casi imposible para el Víctor Ullate Ballet asumir un montaje filológico en sentido estricto, pero sí hay soluciones dignas en las revisitaciones de los grandes clásicos, una corriente en boga por todo el ámbito internacional del ballet.

Coppélia, que se estrenó en París en 1870 (y su partitura fue lo que inspiró y decidió a Chaikovski a aventurarse en las escrituras de ballets -un arte que menospreciaba-, es una obra tardorromántica que gusta a pequeños y mayores, que cuenta una historia con todos los ingredientes para metaforizar. Ullate con su compañía, y esta vez con la responsabilidad coreográfica de Eduardo Lao, emprende la tercera aventura de montar un clásico. Esta vez en versión modernizada, aunque respetando en gran parte la base argumental que parte del cuento de Hoffmann y la excelente partitura de Leo Delibes a base de deliciosos valses, que sí sufre un poco en cuanto a estilo global al estar cambiados de sitio muchos de sus números, lo que a veces no se corresponde con la intensidad métrica y los acentos en progresión que pide un ballet de su naturaleza; pero eso es un mal menor que hasta encuentra una cierta justificación en el vuelco argumental por el que opta Lao. Antes Ullate había dado pruebas de que sí pueden ser montados en España grandes ballets. Lo hizo con Giselle primero y Don Quijote después, dentro de un repertorio mucho más amplio de creaciones propias y ajenas (Béjart, Van Manen, Van Danzig).

La Coppélia de Eduardo Lao es retrofuturista en su todo estético e intenciones de libreto. Cuenta con unos decorados muy de un gusto tardo art déco de Carles Pujol -hacen pensar en dos filmes: primero en Metrópolis, de Lang, y después en Brazil, de Terry Gilliam-. El vestuario es del muy experimentado figurinista Pedro Moreno, que aquí se atreve con los tutús académicos (un vestuario lleno de particularidades constructivas y de convenciones formales en su uso teatral), un terreno que no es propiamente el suyo y del que sale bastante airoso y con algunas piezas soberbiamente construidas. La idea es llevar el taller del constructor de autómatas original de Hoffmann a un laboratorio cibernético donde construye androides inquietantes que son bailarinas (una metáfora a considerar).

La sorpresa de este reestreno en el teatro Gran Vía (y que estará en cartel hasta el 2 de septiembre) es la presencia del artista madrileño Jesús Pastor.

Pastor ha dejado atrás el American Ballet Theatre de Nueva York (ABT), donde durante tres años ha protagonizado una excelente carrera solista, para instalarse, como primera etapa de su regreso y en calidad de primer bailarín invitado, en la que fue su compañía raíz y donde estudió: el Ballet Víctor Ullate, con la intención de establecerse en una compañía europea. Es un regreso en cierto sentido obligado, una ruta que ya antes han experimentado otros bailarines de mérito. Jesús Pastor pertenece a un cuarteto de oro de bailarines españoles que se desplazaron a la aventura americana y se implantaron con éxito por su talento en la Costa Este norteamericana. Son ellos Ángel Corella, Carlos López y Jesús Pastor en ABT y Joaquín de Luz en el New York City Ballet, y todos proceden de un mismo tronco común: el aula de Ullate.

El baile de Jesús mantiene su nervio de siempre, ha madurado lo suyo, ha cambiado hacia una esencialidad en los movimientos, algo que se puede traducir en seguridad expresiva y funcional dentro de la escena bailada. También es obligado citar a Ana Noya, decana de la agrupación, en el papel del hada espectral, un carácter que borda con majestad y elegancia y donde Lao une dos personajes del original: Atardecer y Amanecer, que en su momento fueron inspirados a Delibes por Millet.

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