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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ruinosa fiebre

Mientras los inspectores de Salud Animal no concluyan su investigación oficial, la procedencia del virus de la fiebre aftosa que amenaza de nuevo a la ganadería y al sector turístico británicos -los más castigados por la grave epidemia de 2001- sólo es una conjetura basada en indicios. Pero todos apuntan a dos laboratorios de investigación animal, gubernamental uno, privado el otro, en la vecindad de la granja afectada por la fiebre aftosa. Ambos almacenan virus de la enfermedad.

Los centros de investigación que trabajan en fiebre aftosa suelen utilizar una cepa de virus originaria de un brote de 1967. Hace mucho que no circula entre los animales, pero es la que se ha detectado en los animales contagiados en la granja de Surrey. El primer ministro, Gordon Brown, que interrumpió de inmediato sus vacaciones al declararse el brote la semana pasada, confirmó ayer que la planta pública, en Pirbright, estaba produciendo vacuna con esa misma cepa el 16 de julio. De confirmarse estos indicios, y pese a lo embarazoso que ello resultaría para el Gobierno británico, el brote sería menos alarmante. Primero, porque no habría sido fruto de un misterioso reservorio natural ignorado, sino de un mero error garrafal. Segundo, porque no habría que seguir buscando el foco. Y tercero, porque los científicos no creen que este virus de laboratorio esté ya muy bien adaptado al trabajo de campo.

Pero será extremadamente importante aclarar cómo es posible que se haya podido fugar el virus más temido por los granjeros de todo el país de unas instalaciones que, por mucho que no se trate de un agente peligroso para las personas, deberían estar blindadas contra contingencias de este tipo. La investigación de la fuga, en cualquier caso, es ahora sólo la segunda prioridad. Atajar la propagación del brote es la primera en una industria que exporta mil millones de dólares anuales. Las medidas necesarias han sido tomadas con eficacia. A ellas se sumó ayer la prohibición por la UE de todas las exportaciones del Reino Unido de carne fresca, animales vivos y productos lácteos. No es una sorpresa que los planes de contingencia estuvieran bien preparados tras la crisis de 2001, cuando la fiebre aftosa obligó a sacrificar a 10 millones de animales en el país y causó unas pérdidas valoradas en 10.000 millones de libras por el bajón de consumo de carne y el desplome del turismo.

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