Adiós al Vicente Calderón
El sueño de la especulación produce monstruos, pero sobre todo plusvalías, se dijo Juan Urbano nada más acabar de leer las últimas noticias sobre la venta del estadio Vicente Calderón. Plusvalías y felicidad porque, cuando se sacude el árbol del dinero, hay muchas manos debajo dispuestas a recoger las monedas que caen, de forma que, al final, todos contentos: el Atlético de Madrid, los dueños de Mahou, el Ayuntamiento y, sobre todo, los jefes del negocio de la construcción, que a estas alturas deben estar frotándose las manos como moscas borrachas de sangría. Qué bien repartido tienen el trabajo: unos se encargan de los billetes de 500 y los otros de los discursos, los primeros en nombre de la prosperidad y los segundos del bienestar: ya van a ver qué maravilla, haremos una gran zona verde, un lago, celebraremos los Juegos Olímpicos, el Atlético se comprará los mejores jugadores y les pondremos casetas con sauna y zona wi-fi a los patos del Manzanares. Y es que en estas sociedades entregadas a la economía hay tanta gente dispuesta a creerlos y a ponerse de su lado, que cada vez se hace más cierto lo que escribió Twain: si ves que un banquero salta desde la ventana de un tercer piso, tírate detrás, que seguro que hay algo bueno abajo.
Por una parte, a Juan Urbano, que como todos ustedes saben es filósofo, sentimental y del Madrid, le hacía gracia el pelotazo inmobiliario de los colchoneros, con lo que había salido por esas bocas cuando Florentino Pérez hizo lo mismo con la Ciudad Deportiva. Pero, por otro lado, se sintió un poco asqueado porque este asunto no hace más que confirmar que también el mundo del fútbol se ha convertido en otro jardín trasero del paraíso de la construcción. No me digan que las cifras disparatadas que se manejan en los fichajes, por ejemplo, no resultan sospechosas, con sus directores deportivos siniestros, sus comisiones fantasma, sus precios increíbles o sus jugadores más sobrevalorados que la minifalda de Massiel que, en algunos casos, no se quisieron comprar hace un año, cuando valían dos millones, para poderlos fichar ahora que cuestan treinta y habrán dejado quién sabe cuántos euros por el camino que va de una camiseta a otra: hace muy poco, cuando le preguntaron a los directivos del Liverpool si no creían que era demasiado caro Fernando Torres, que el Atlético de Madrid declaraba haber traspasado al conjunto londinense por 37 millones de euros, los ingleses contestaron: "¿De verdad dicen que han cobrado 37 millones? Pues algo habrá ocurrido de Londres a Madrid, porque nosotros hemos pagado cuarenta...".
Lo que está claro es que con el derribo y subasta del Vicente Calderón a Madrid se le quita una zona deportiva que, además, era un lugar emblemático de la capital, y que toda esa cháchara demagógica sobre las mejoras superlativas que su demolición traerá a la ciudad es puro cinismo. Al final, de lo único que se trata es de seguir haciendo pisos y dando hipotecas, una palabra con cuyas letras, por algo será, se puede escribir también cepo, asco o saco, para que mientras unos se endeudan, otros puedan tener grifos de oro, elefantes disecados en el salón, cuadros de Picasso en el cuarto de baño y, en ocasiones, una mujer de bandera en el libro de familia: ya saben aquello de que ciertos hombres deben su éxito a su primera esposa, y su segunda esposa, a su éxito. Qué simetría.
"En cualquier caso, para qué se molestan en intentar engañarnos, si todo lo que nos esconden sus palabras nos lo cuentan sus números", pensó Juan Urbano. Y esos números dicen que los terrenos que va a recalificar el Ayuntamiento de Madrid suman los 31.046 metros cuadrados del Vicente Calderón y los 61. 251 de la antigua fábrica de cervezas Mahou. Y que eso inventará 175.000 nuevos metros cuadrados edificables, de los que el Atlético tiene derecho sobre el 45%, Mahou, sobre otro 45% y el Consistorio, sobre el 10% restante. Juan Urbano se fue a su casa seguro de que el resultado de esa operación sería el de siempre: más coches, más contaminación, menos movilidad, más préstamos difíciles de cancelar, más cuentas en paraísos fiscales para algunos y otra página de la historia de Madrid que se arranca para seguir haciéndole perder su identidad... Igual se equivoca, pero no parece muy probable.
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