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Reportaje:

Puesta a punto en la sierra de Aralar

Iñaki Otxoa de Olza se entrena para afrontar su proyecto de completar los 14 'ochomiles' en estilo alpino

El monte San Cristóbal nada tiene que envidiar al Nepal, como tampoco San Miguel de Aralar o Uharte Arakil. A todos estos rincones acude el ochomilista Iñaki Otxoa del Olza (Pamplona, 1967) tres veces por semana para preparar su proyecto personal: completar los 14 ochomiles en estilo alpino. Y parece que funciona. Esta temporada ha escalado el Dhaulagiri (8.172 metros) en 24 horas, su duodécimo ochomil y ya prepara los siguientes. Para ello corre el himalallista pamplonés sin más secretos que sus mallas y zapatillas por los montes de navarra. "Hacia el San Cristóbal, subo tres veces todos los días; Al San Donato, dos veces por semana con un desnivel de 1.000 metros", desvela a falta de dos cimas para completar su gesta. "Para ascender un ochomil no sólo es cuestión de fuerza física, sino de estado mental", advierte.

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Su truco es la experiencia. Lleva más de 30 expediciones al Himalaya ya conoce lo que "conviene y lo que no". Y entre lo que conviene está la variedad. Algo por lo que no se lesiona, ni se satura mentalmente. Este curso ha contado con cinco meses para prepararse entre una expedición y otra. Desde su llegada en octubre del Shisha Pangma (8.021 metros), al que ascendió en solitario y abrió una nueva vía, hasta que marchó con el objetivo de escalar el Dhaulagiri y el Annapurna ha practicado el ciclismo, el senderismo, el esquí de fondo y travesía, la escalada en roca y en hielo, y el footing. Modalidades todas ellas que realiza con un orden preciso y con la intensidad de un profesional. "En total tengo cinco meses para recuperarme. En octubre llegué en la peor forma física de mi historia. El Shisha Pangma me destrozó. Pero para enero ya completé 105 horas de entrenamiento y conseguí 35.000 metros de desnivel acumulado", asegura. Su forma física le permitió correr por la directa del Dhaulagiri hasta alcanzar su cima en tan sólo en 24 horas la pasada primavera.

Los escaladores cuentan en sus entrenamientos el número de movimientos realizados en pared; los ciclistas, los kilómetros. Otxoa de Olza prefiere los desniveles acumulados. Y entre sus rincones predilectos para conseguirlos no están las grandes cimas del planeta sino las modestas lomas del San Donato o Bisaurin y una casera travesía con la que conecta Ainza, Hirumugarrieta, Aguardetze, San Miguel de Aralar, Huarte-Arakil, San Donato y Unanua. En total, cerca de 50 kilómetros y 2.500 metros de desnivel que recorre con el cronómetro encendido. "En Navarra he encontrado siempre el refugio al que volver del Himalaya y el terreno en el que entrenarme para regresar de nuevo a los ochomiles", insiste.

Otro de sus secretos es la tozudez. "Soy muy cabezón, necesito una gran carga de entrenamiento y no me lesiono. Después de 17 años en el Himalaya me planifico según el objetivo y trabajo hasta conseguirlo sin parar un instante", continúa Otxoa de Olza, satisfecho por las bajas temperaturas del pasado invierno. Durante cincuenta días llevó los esquís puestos en busca de nieve por el Pirineo. El hecho de subir las pistas y bajarlas rodeado de hierba hizo que no disfrutara nada, algo que lejos de desanimarle le motivó a seguir ganando fortaleza. "Lo que es duro, endurece y me hace más fuerte. Sin duda, un gran año", señala con las marcas todavía de los inicios de congelación provocados por las altas temperaturas sufridas en el Dhaulagiri. Pocos han sido los que se han animado a viajar este año al Himalaya por su mala climatología y riesgos de avalanchas.

Esta forma de disfrutar la montaña también le ha provocado algún encuentro con los montañeros más sosegados. "La gente se sorprende cuando me ve corriendo por el monte con las mallas, las zapatillas y los bastones. Incluso a veces me gritan. Menos mal, que poco a poco, va cambiando", comenta. Al final, son diferentes formas de disfrutar de la misma montaña.

El reflejo del Everest

"El Everest se ha convertido en un reflejo de lo que es nuestra sociedad". Así de claro lo tiene Iñaki Otxoa de Olza ante los 12 fallecidos de hace un año, dos de ellos en mitad del camino de la cima y ante la mirada "insolidaria" de los que por allí caminaron.

Si aquí hay soledad, hipocresía e insolidaridad allí también. Entonces se entiende que 40 personas dejen de lado a otro montañero a los 8.000 metros y se lo vuelvan a encontrar después de tomarse la foto en la cima, pero ya muerto. Algo que para Otxoa de Olza no es montañismo, "porque tampoco es humano". Se trata del nuevo "cáncer del himalayismo", las expediciones comerciales.

Unas expediciones que este año subieron a la cima a más de 500 personas. "Pagas y te suben, no hay más misterio", insiste. "Allí nos damos cuenta de lo que significa estar vivo. En el 94 murió conmigo Atxo Apellaniz. Después me ha tocado trasladar varios cadáveres de sherpas. Cada vez que vuelvo a casa es como renacer de nuevo, una oportunidad más de seguir con vida", continúa. En su caso, 30 expediciones, le han permitido renacer muchas veces.

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