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Columna
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Hermético y simpático

Las últimas horas del congreso extraordinario de los socialistas madrileños, contadas a los lectores de este periódico en detalladas y amenas crónicas por Borasteros y Verdú, me recordaron a las noches blancas de las campañas electorales estadounidenses, primarias por supuesto y conocidas, en mi caso, a través del cine y de la televisión. Del salón Liverpool del hotel Auditorium, cuartel general del triunfador, Tomás Huracán Gómez, al Corner's Bar, punto de encuentro de militantes, delegados y periodistas (siempre al pie del cañón), la última noche fue un trasiego constante de cavilaciones cábalas y cabildeos de última hora, una procesión de seres insomnes que basculaban entre la depresión y el goce, la amargura anticipada de los perdedores y el optimismo esperanzado de los que se sabían montado en el carro del vencedor, un carro cargado hasta los topes con el 91% de los apoyos de los socialistas madrileños.

Gómez ha venido desde Parla, afirma, a sacar la política del PSM de las mesas camillas, alrededor de la cuales se reunían las mejores familias socialistas, los guerristas-acostistas y los renovadores-leguinistas, a las que se sumaría una mala familia de advenedizos y logreros, los autodenominados renovadores por la base, o balbasistas. A la mesa camilla de José Luis Balbas se sentaban los inolvidables (conviene recordarlos) Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez que vendieron la primogenitura de Simancas a Esperanza Aguirre a cambio de oscuros e incalificables, o recalificables, incentivos. Dicen que el escurridizo Balbas, cabildero profesional, conocido como "el hombre del maletín", urdió el perverso compló, porque esperaba mayor recompensa de la federación socialista tras haber "cuidado los avales de José Luis Rodríguez Zapatero". El celoso y ofendido "cuidador" de votos se fue con el maletín, seguido por sus leales, desleales, cachorros.

A Tomás Gómez, acaparador de votos en Parla, le llaman El Hermético algunos de sus compañeros. Al alcalde que llevó a su ciudad playa y tranvía, le definen también como algo tímido en las distancias cortas, pragmático, heterodoxo y coqueto, adjetivo este último que deberían desmentir sus corbatas naranjas, a tono quizás con la decoración del hotel en el que se celebra la convención: "cornucopias doradas, butacones de madera para señores gigantes y madonas de color pastel con cara lánguida", escriben los reporteros de este periódico. El triunfador va llamando a consultas en el salón Liverpool a sus posibles colaboradores en la nueva y renovada Ejecutiva: "!Quintana está dentro del despacho!" exclaman excitados los implicados en la confección de las listas. Tomás Gómez ha venido a volcar la mesa camilla en la que se calentaban, los pies y las cabezas las familias socialistas, Tomás, El Hermético ha venido "a abrir puertas y ventanas pero en los salones y pasillos del hotel aún se observan rasgos del pasado, conciliábulos, resquemores y zancadillas. Tomás, El Hermético, el hombre tímido en las distancias cortas quiere hacer del PSM, "un partido simpático", el nuevo socialismo madrileño tiene que poner la mejor de sus caras en el peor de los tiempos. Tomás Gómez ha venido para enterrar un modo de hacer las cosas que alejó a los socialistas madrileños de las masas y de los votos y les hizo caer en la tentación de los balbases y de los Tamayos, un modo de hacer antiguo, secuela de los viejos caciquismos y de los clientelismos seculares. Hermético y simpático, el alcalde de Parla no ha caído en la tentación de los pactos, en el toma y daca de "yo te doy tantos apoyos y tú me reservas tantos puestos en la ejecutiva y luego ya hablamos de política" contumaz y desacreditado método que hizo aparecer ante la opinión pública al PSM como una jaula de grillos desafinados y encerrados con un solo aunque poderoso juguete: el Poder, por encima de todo.

Tomás, el huracán de Parla, partió con la ventaja de ser nuevo en un partido envejecido, triunfador en un partido que cosechaba derrota tras derrota y vaciaba el otrora pujante granero de votos socialistas de Madrid. Aunque se empeñe en negar paralelismos con él, Tomás Gómez es un destilado del efecto Zapatero, que se produjo cuando el electorado, en contra de todas las previsiones, se decantó por lo imprevisible en detrimento de lo previsto, contra lo malo conocido y arduamente experimentado.

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