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Columna
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O llegas o te vas

O llegas o te vas. Parece que no hay otra alternativa a estas alturas del verano en curso. En Madrid, a partir de las siete de la tarde (decían hace mucho) o das una conferencia o te la dan (los llamados charlistas fueron una auténtica plaga nacional). Ahora es distinto. Ahora somos turistas o inmigrantes. Lo explicaba muy bien el sábado pasado, desde las páginas de Babelia, el historiador del arte Mariano de Santa Ana dentro de una nueva sección estival. El suplemento cultural de este diario se ha propuesto abordar el tema del turismo desde la perspectiva de las ciencias sociales y el arte. Una idea admirable que los lectores agradeceremos. Los lectores estábamos cansados de que los suplementos culturales, al llegar el verano, se llenasen de cuentos de encargo (generalmente malos o peores) y secciones absurdas donde los escritores nos mostraban su armario, su garaje, sus libros y su casa y sus recuerdos falsos sin rastro de pudor. Los escritores, como los turistas, gastan poco en pudor, tal vez porque el pudor está reñido con la esencia del turismo y, como vamos viendo, todos nos convertimos en turistas más tarde o más temprano.

Los escritores como los turistas gastan poco en pudor, tal vez porque está reñido con la esencia del turismo

O llegas o te vas. Algunos escritores anuncian sus salidas y llegadas como los grandes circos, con desfiles, tambores y altavoces. Siempre están deseando salir o regresar y necesitan, claro, que se sepa. Que se sepa que llegan, que se van, que se quedan, que están (y si están es que son, no cabe duda). Siempre quieren volver o marcharse. Admitamos, no obstante, que todos deseamos ponernos nuestros trajes de turistas para irnos lo más lejos posible y regresar después con una gran historia bajo el brazo, la memoria de nuestra cámara digital a tope y un bronceado tirando a caribeño o africano. Todos queremos irnos, aunque todos sonreímos con desdén al hablar del turismo. Como escribe Mariano de Santa Ana: "A muchos intelectuales lo que les molesta en realidad son las vacaciones de los demás". Pasa algo parecido con los premios y otras calamidades literarias.

O llegas o te vas. Doscientos inmigrantes subsaharianos acaban de llegar este fin de semana a Tenerife. Llegaron abrasados pero vivos al puerto de Los Cristianos. No se trata de turistas, de modo que está claro lo que son. Lo único que se puede ser últimamente. Una de dos: turista o inmigrante. Figuras emblemáticas del nuevo orden mundial. Protagonistas de una modernidad tardía que no sabemos cuánto durará. Vivir, decía Georges Perec, "es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse". De modo que vivir es ser turista. De modo que estar vivo es, básicamente, hacer turismo durante algunas décadas sobre la superficie de la tierra. ¿Hasta cuándo? Es difícil tener una respuesta. El turismo es aún la primera industria mundial. Pero nada parece indicar que sea sostenible este negocio basado en el perpetuo movimiento. Algún día tendremos que parar de movernos de un lado a otro para sacar fotografías, comer mal y almacenar recuerdos en conserva. Entretanto, no se puede mirar al turista por encima del hombro. Ni siquiera Bruce Chatwin (la mochila de Chatwin, por cierto, la heredó Werner Herzog) puede o podría hacerlo. Con mochila o sin ella, todos somos turistas (o inmigrantes). Identidades en tránsito, como dice James Clifford en Itinerarios transculturales.

O llegas o te vas. Sin embargo, hay turistas que llegan y se van sin solución de continuidad. Cuando arranca la fiesta aparecen y se van cuando empieza a llover, porque nunca se mojan, aunque ellos alardean de mojarse y de comprometerse con toda clase de nobles causas. Son los que Ignacio Vidal-Folch retrata en su novela Turistas del ideal. El suyo es un trayecto reversible. Están en la procesión y repicando. Son progresistas de salón y revolucionarios con poltrona. Especialistas en firmar manifiestos. Artistas solidarios que recorren el mundo. Un autor de novelas policíacas que ejerce de gastrónomo (o gastrósofo), un cantautor canalla y un Nobel portugués viajan a Chiapas para entrevistarse con un líder revolucionario que aparece (y desaparece) bajo un pasamontañas. Desde la terraza del hotel Savoy, los "turistas del ideal" observan la realidad de México. Esta novela me hace recordar los nombres de otros grandes turistas, como Neruda y Hemingway. Me hace también pensar en los turistas que veían, en los años más duros del franquismo, España desde el Ritz. O en los que ven Euskadi desde el María Cristina.

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