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Reportaje:

Ópera y turistas en las calles de Don Juan

Santa Cruz ejemplifica en Sevilla la adaptación de un barrio monumental al turismo

"Esta es la misma mesa en la que me sentaba cuando era pequeña, pero debe de ser lo único que no ha cambiado en todo el barrio de Santa Cruz", le cuenta Elena a sus hijas. Sólo ellas hablan castellano entre la clientela que puebla el café de las Teresas. "Este barrio ha sido siempre igual de turístico, pero ha aumentado desproporcionadamente el número de tiendas de recuerdos y se ha marchado mucha gente del barrio", comenta sentada junto a la ventana del café.

El local, fundado en 1870, huele a añejo y a grasa de jamón, y en la puerta, junto a carteles de toros, se anuncia en japonés que tienen zumo de naranja. "Pero esto es porque hace unos años venían por aquí muchas excursiones de japoneses. Incluso teníamos, al lado del teléfono, una lista de palabras en su idioma para poder cobrarles", cuenta una joven camarera. "Ya no vienen tantos, ahora son casi todos occidentales".

"Esta plaza es mi favorita; aún no se ha llenado de tiendas", dice una de las guías

Una vez en la calle, los camareros van instalando las mesas de las terrazas, buscando las mejores sombras entre los callejones o en las plazas. Al girar una esquina, asoma la puerta del museo de Murillo. Aún no hace calor y ya se ve pasear a algunos visitantes por este laberinto de callejas y monumentos por donde deambula el fantasma de Don Juan Tenorio.

Según el Ayuntamiento, cada año llegan a la ciudad casi tres millones y medio de turistas, de los que aproximadamente el 90% pasa por este barrio tomado por coloridas tienda de recuerdos, numerosas como champiñones en otoño. Casi todas muestran en la puerta, como en un zoco, multitud de camisetas de toros dibujados junto al nombre de la ciudad, o con alusiones a la cerveza o a la siesta. Son, según los comerciantes, el producto estrella de un turismo con un perfil de menos capacidad adquisitiva. "Antes, los que venían, tenían mayor poder adquisitivo, hacían grandes compras, y de mercancía cara, pero ahora, con los vuelos de bajo coste, viene cualquiera", comenta un dependiente.

El turismo rige los designios de Santa Cruz. Por él se ha llegado incluso a contratar a un tenor para que cante arias en la plaza de los Refinadores, junto a la estatua del Tenorio. "Fue hace años", comenta Reyes, "para un grupo de visitantes organizado por una empresa extranjera bastante potente". Reyes es una de las históricas de entre las guías de turismo que acompañan a los viajeros y esta plaza es su rincón favorito, "porque aun no se ha llenado de tiendas con camisetas horteras".

Para ella el barrio ha sufrido un profundo cambio debido al impulso turístico, se ha mejorado la seguridad en las calles y modificado las infraestructuras. "Con las sucesivas obras en la zona, cada vez se ha hecho más difícil acceder con los autobuses de turistas. Al menos, tras la peatonalización de la avenida de la Constitución, nos han reservado un sitio en la puerta de Jerez para desembarcar", comenta resignada.

"A finales de los ochenta", dice Reyes bromeando, "el eslogan turístico de la ciudad podría haber sido: Siente el tirón de Sevilla", debido a los numerosos robos que se cometían por este medio, pero la seguridad ha mejorado mucho gracias, en gran medida, a la creación en 2003 del Grupo Giralda: Un grupo de agentes de policía que patrulla la zona y sus alrededores, a pie o en moto, intentando atajar a descuideros y carteristas que la afluencia de turistas suele atraer.

De la mejora en la seguridad callejera también se alegra María Dolores que, junto a su marido, regenta una tienda de cerámicas y recuerdos en la plaza de Doña Elvira, con más de cincuenta años de antigüedad, muy alejada de la tendencia colorista y llamativa de comercios más recientes. El suyo ha sido siempre un negocio familiar ligado a Santa Cruz pero las cosas están ahora cambiando deprisa. "Mi madre vivió en el barrio, pero yo ya no. Ahora, se está perdiendo la esencia y casi todos los pisos bajos se están trasformando en locales comerciales", afirma temerosa.

Un poco más abajo, cambiando de escenario pero no muy lejos, aún entre las mismas enrevesadas calles, es fácil encontrar esas diferencias. Hay una tienda atendida por Kira, una joven japonesa que habla con dificultad el idioma que vino a estudiar hace seis meses, y más allá, junto a la catedral, grupos de turistas se refrescan en la terraza de una cafetería de franquicia americana. Parecen satisfechos tras un baño de cultura.

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