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Columna
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Auto de fe

Manuel Rivas

En El rastro de la ficción, Tomás Val cuenta la historia de un maestro de escuela, Telesforo Gubía, represaliado y expulsado del magisterio al acabar la guerra acusado de anticlericalismo. Depurado fue el procedimiento que emplearon con él como con otros miles. Algún día habría que hacer un diccionario histórico de eufemismos en el que la más terrible entrada sería la de paseo. Aquí fue cruel hasta la filología. Pero ¿por qué fue perseguido en concreto don Telesforo? ¿Qué prácticas perniciosas sirvieron de base para acusarlo y frustrar para siempre lo que en él sí era una apasionada vocación? Además de un espíritu laico, don Telesforo tenía sentido del humor. Sus alumnos acudían a misa los domingos y allí el sacerdote insistía en la idea de que Dios atendía siempre las llamadas de los suyos. Un lunes, don Telesforo preguntó a los alumnos si creían en Dios y ellos respondieron a coro que sí. "Bien, vamos a llamarle para que venga", dijo el maestro. Los muchachos gritaron hasta cansarse: "Dios, Dios, Dios". Pero Dios no acudió, claro, ocupado en asuntos más importantes que participar en cómicos experimentos escolares. Lo que hizo a continuación don Telesforo, en un divertido sketch que le amargaría la vida, fue salir al exterior de la escuela y pedir a los niños que ahora llamasen por el maestro. Lo hicieron. "Don Telesforo, don Telesforo, don Telesforo". Y don Telesforo acudió. Supongo que entró por la puerta sonriente como un mago al servicio de las Misiones Pedagógicas, sin imaginar que ese gesto iba a colocarlo un día no muy lejano ante el horror de una nueva inquisición. Cada uno tiene sus santos, y a mí, cada vez que leo un nuevo episodio de la vehemente ofensiva eclesiástica contra la dedicación de unas horas escolares a los valores cívicos y los derechos humanos, me entran ganas de gritar: "¡Don Telesforo, don Telesforo, don Telesforo!". Pero lo que grito en realidad es "¡Dios, Dios, Dios!", no vaya a ser que vuelvan a molestar al pobre maestro. No, en la España de hoy no hay anticlericalismo. Lo que hay es un rampante antilaicismo en algunas élites que no han resuelto una cuestión decimonónica, y siguen pensando en términos de alianza sagrada, sin eufemismos, entre el Altar y el Trono.

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