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Crónica:TOUR 2007
Crónica
Texto informativo con interpretación

El hombre sin límites

Rasmussen destroza a Contador en el último kilómetro, pero el de Pinto refuerza su segunda plaza

Carlos Arribas

Después de lo de Vinokúrov, con el pollo danés de líder, lo que queda de Tour es un hermoso cortejo fúnebre, un entierro de primera, se oye por los pasillos, negros, de la grande boucle. Lo dicen muchos, lo piensan otros tantos, dispuestos a teñir sus crónicas de negro, a mojarlas con sus lágrimas, a salpicarlas con su saliva, los perdigones que se escapan de sus bocas airadas lanzando improperios. Pero Gianni Mura, el escritor de La Repubblica, que viaja con Olivetti y no tiene el Google, ni lo necesita para dar con la cita oportuna, la que mejor refleja su distancia, prefiere aplicar a la situación un verso milanés de Delio Tessa: "Es el día de los muertos, ¡alegría!" Lo cita, lo escribe, decide. Hay que jugar.

Al ganador, al líder, le despiden en Orthez con silbidos; le reciben en la meta, pálido, con pitos
Es el día de los muertos, y Popovich conduce a los mejores hasta la última cima del Tour
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Juguemos, pues. Alegres. Con la misma alegría de Bernard Labourdette, el pastor de los Pirineos, el compañero de habitación tantos años de Ocaña, cuando homenajeó a su camarada caído en Menté, maillot Bic, gorra amarilla, ganando en Gourette, en lo alto del Aubisque, en el Tour del 71 (con el permiso de Merckx, un caníbal que por Ocaña sentía debilidad, y temor). Exaltados, felices como el joven Indurain del 89, en la prehistoria, aún con calapiés en los pedales, atacando feliz en el Aubisque, el monte de la bruma, descendiendo a ciegas entre ganado, vacas que, desorientadas, sólo encontraban seguridad en el asfalto, en los túneles.

Juguemos con las palabras, con los hechos, juguemos como Rasmussen jugó con Contador en el Aubisque. El juego triste, engañoso, del gato con el ratón. Entre el hombre sin límites y el joven que día a día, ataque a ataque, empieza a descubrir los suyos. El duelo que se resolvió por KO.

Es el día de los muertos y Popovich conduce a los mejores, poco más de una docena, a un tren de infierno hacia la última cima del Tour 2007. Por delante Sastre, Mayo, Soler, ilusionados, secos, sueñan con el paraíso. Los dos españoles, agotados por una fuga suicida -una locura en busca de la general, de la etapa, del maillot de lunares por un puro recorrido quebrantahuesos, casi seis horas subiendo y bajando-, superados, dejados de lado con indiferencia, acaban en el purgatorio; el colombiano, un derroche de energía, que más que pedalear da patadas a los pedales, alcanza el cielo: para él el jersey de lunares, para él, el reinado de la montaña siete años después de Botero, el último colombiano que lo consiguió, 20 después del segundo reinado de Lucho Herrera. El pijama de lunares, que los dos últimos años había sido su segunda piel en el Tour, es el único trofeo que se le escapa a Rasmussen, un veterano del Aubisque, el día de su casi pleno: etapa y casi un minuto más de ventaja sobre Contador para asegurar su amarillo.

Es un día extraño: hace sol en el Aubisque, casi calor, y al ganador, al líder, le despiden en la salida de la festiva Orthez -aficionados con pañuelos rojos taurinos al cuello- con silbidos; le reciben en la meta, pálido, más pollo desplumado que nunca, con pitos. Como a Anquetil, que sabía ganar con estilo, antes, como a Armstrong, tan avasallador, después. Los comentaristas de la televisión francesa narran su superioridad con pesar, lamentándola; se disculpan con los aficionados: es difícil extasiarse con él, se justifican, es difícil aceptar su victoria, es un mentiroso, se ha escondido de los controles antidopaje, ha huido.

Tampoco aplauden a rabiar a Contador, el madrileño que ha pasado su peor día. Le pesa todo, las piernas, el alma, las gafas. Se las quita para aligerar peso, 20 gramos menos, qué alivio, y muestra sus ojos de sufrimiento. Debajo, la boca abierta, buscando oxígeno como un pez fuera del agua, hiperventilando, música celestial para los oídos finos, aguzados por la experiencia, del danés con nombre de explorador escandinavo que, si nadie lo remedia, subirá el domingo de amarillo al podio de los Campos Elíseos. Queda poco más de un kilómetro para la cima. El Discovery se ha resignado. Durante la subida, tras la selección de Popovich, el equipo de Contador ha decidido jugar la carta de la seguridad. Leipheimer marca el ritmo, lo acelera con ataques cortos, con cambios brutales de pedalada, para romper la resistencia de Evans, el garrapata australiano que aún amenaza la segunda plaza del chico de Pinto. Situación que no desagrada en absoluto al pollo danés, sobrado, segurísimo, que responde con suficiencia los esperados ataques de Contador. Go, Alberto, go, los latidos rítmicos de su corazón acelerado le marcan a Contador. Y Contador va, a la salida de un túnel, piñón para abajo, el 17, culo para arriba, piernas en molinillo. Va, pero no. Enseguida, piñones para arriba, culo al sillín, mirada para atrás. Y Rasmussen, que le ha dejado coger 10, 15 metros de ventaja, inmutable acelera su ritmo sin levantarse del asiento y lo caza. Así unas cuantas veces. Hasta que Contador alcanza sus límites, con el corazón a 190 y las piernas de estropajo. Hasta que Rasmussen muestra la ausencia de topes para su rendimiento. Acelera brutalmente bajo el triángulo rojo y revienta al chico, que será feliz si termina segundo el Tour. Alegre como un niño. Como un ciclista.

Rasmussen cruza triunfal la meta del Aubisque.
Rasmussen cruza triunfal la meta del Aubisque.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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