Sobre los salarios y sobre el país, claro
El autor constata la pérdida de peso de los salarios en la renta nacional e insta a mejorar la calidad del empleo, la principal
En los últimos días se han publicado en EL PAÍS un par de artículos que disfrutan de una cierta singularidad: se refieren a asuntos que realmente a todos nos interesan, se escriben con sensatez y fundamento y, lo que resulta más sorprendente, se leen con facilidad. Es decir, están bien escritos. Me refiero a los artículos de David Vegara, secretario de Estado de Economía y Antonio Ferrer, responsable de Acción Sindical de UGT, consejero del Consejo Económico y Social (CES) y querido amigo.
Ambos se esfuerzan por interpretar una afirmación de la OCDE que ha suscitado un cierto revuelo y que, de ser cierta, vendría a cuestionar -llamémoslo de alguna manera- el milagro español. En síntesis, crece el excedente bruto empresarial y disminuye la participación de los salarios en la renta nacional. Bueno, casi lo de siempre, los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. ¡Qué vergüenza!
Para empezar, alguna consideración. Hablamos, no nos olvidemos, de asuntos realmente de interés. De asuntos que registran realidad y que poco tienen que ver con los temas que, día a día, tratan los opinantes de turno con la ya tradicional impertinencia de la trascendente banalidad. Hace ya muchos años que los españoles, cuando son preguntados, responden que para ellos lo más importante es el empleo, su trabajo o la ausencia del mismo; sería deseable que la atención política, social y cultural de este país respondiera a ello, fuera coincidente con esta inquietud.
Y volviendo a lo nuestro, es verdad que la participación de los salarios en la renta nacional ha descendido. Es rigurosamente cierto. Tal como refleja la Memoria del CES, del 47% en 2005 pasamos al 46,6% en 2006, sin olvidar que en 2000 se situaba en el 49,5%.
Sostiene Vegara, y con fundamento, que a pesar del dato, la economía española no sólo crece, sino que lo hace cada vez mejor, que los salarios en los últimos tres años (deflactados) han ganado un 1,4 de poder adquisitivo, que en el mismo periodo el salario mínimo ha crecido un 24% y la renta per cápita ha aumentado más de un 18%.
Explica esta pérdida de presencia en renta nacional con un ejemplo sencillo: "Supongamos una economía con tres habitantes en la que sólo trabaja uno de ellos, recibiendo un salario de 2.000 euros al mes. El salario medio es de 2.000 euros. Si una segunda persona accede al mercado de trabajo con un salario de 1.000 euros, ¿qué ocurre con el salario medio? ¡Ocurre que éste desciende un 25%!".
Vivimos mejor y, sin embargo, la participación de los salarios en la renta nacional ha caído considerablemente. Y advierte contra la tentación de cuestionar uno de los principales activos de la economía española: la moderación salarial.
No es que el artículo de Toni Ferrer "Mejores empleos, mejores salarios" venga a contestar estas afirmaciones. Podríamos decir que las enriquece, y la clave está en el título: el objetivo es mejores empleos y de ellos vendrán mejores salarios. Reproduce una constante del trabajo que desarrolla el CES: el factor estratégico es el humano, la prioridad es mejorar la calidad del capital humano. Porque, si bien la foto que refleja el peso de los salarios en la renta nacional no demuestra la pérdida de poder adquisitivo, sí demuestra que nos movemos en un patrón de crecimiento manifiestamente mejorable, caracterizado -con síntomas de mejora- por un aumento de empleo de poca calidad. Lo que encierra un silogismo poco recomendable: si el factor humano es el estratégico, y el eslabón débil de la cadena es el capital humano, el factor estratégico es el eslabón débil. Y esto, sin duda, es poco recomendable.
Todos sabemos los grandes números: crecimiento del PIB (2006): 3,9%, del empleo: 4,1%, inflación: 2,7%, superávit de las cuentas públicas: 1,8%... Pero a menudo no recordamos o no valoramos suficientemente otro activo fundamental de nuestro patrimonio. Y se trata de nuestra mejor herramienta de trabajo, nuestro más sofisticado bien de equipo. Hablo, obviamente, del estado de salud del diálogo social en España. Goza de buena salud. Y a él le va a corresponder, al final (y al principio) poner un poco de orden en todas estas cosas.
Nuestro modelo productivo no es fácilmente cambiable -por no decir imposible- con medidas laborales. Toda persona mínimamente informada se ha enterado ya de que la gran reforma laboral no existe; en fin: que tiene todas las virtudes pero carece de una esencial, la existencia, y que hay que entrar con otro tipo de políticas, básicamente educativas y de promoción de la investigación, el desarrollo y la innovación (la i de innovación con I mayúscula). Y esto nos acerca a asuntos complejos y aún no resueltos: la interconexión de políticas y la coherencia institucional que dicha interconexión exige. Para ser más claros: es obligatorio fortalecer los mecanismos de cooperación de todos los poderes públicos.
Nadie hoy en día discute lo de la educación y el I+D+i; es una obviedad, todos sabemos que la principal riqueza de las naciones es su conocimiento, pero como suele ser habitual, volvemos a la dramática persecución de lo obvio.
No hace mucho que se debatía en este país sobre política educativa. Daba la sensación de que el asunto identitario y competencial era el más importante. Pues bien, con toda seguridad no es así: el 30% de fracaso escolar (tasa similar a la de precariedad), la relación entre academia y empresa, su tránsito, la necesidad de aprender a aprender, la exigencia de potenciar la formación profesional y las titulaciones medias son asuntos que me atrevería a calificar como más importantes que los identitarios.
Hay muchas cosas que juegan a nuestro favor: las constantes vitales de nuestra economía son buenas, el diálogo social funciona, el diagnóstico es compartido... ¿Entonces?
Son cuestiones que no se suelen resolver porque la ley lo diga, aquí lo de lux fiat no funciona. Las cosas son siempre más complejas. ¡Entonces? Insistir en algo que ya hemos dicho. El empleo es la prioridad de los españoles. Es razonable, pues, que sea la prioridad del debate social, político, económico y cultural de nuestro país. O quizás no hay que ser tan ambiciosos: al menos que no nos distraigan otras cosas, que estemos atentos.
Marcos Peña es presidente del Consejo Económico y Social (CES)
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