Arqueología
Una secuencia clásica de cine negro consiste en meter directamente un fiambre en una hormigonera y arrojarlo al fondo de los cimientos de un edificio para deshacerse del cuerpo del delito. Algunos de estos cadáveres han servido de fundamento a muchos rascacielos de Chicago. Como las semillas que, una vez sembradas, se pudren y germinan, es posible imaginar que estos muertos comienzan a desarrollar en el aire enormes vástagos de hormigón, estructuras de hierro, escaleras, tabiques y ascensores. Los ciudadanos que luego habitan estos apartamentos y oficinas ignoran que en el subsuelo de sus vidas, como una forma de subconsciente, hay un muerto con los ojos abiertos vigilando sus sueños. Durante una excavación de tierras para construir una urbanización en la costa del Mediterráneo apareció un sarcófago cuyo interior no se sabe qué secreto guardaba porque enseguida fue cubierto de cemento. Según contó después uno de los obreros, el sarcófago contenía una lápida de mármol con inscripciones para él desconocidas y alrededor había fragmentos de columnas, mosaicos y esculturas decapitadas. Se trataba de la tumba de un prócer romano, tal vez de un mafioso de entonces. Sobre este yacimiento comenzó a crecer una colonia de chalés adosados y seis bloques de pisos hasta cubrir la ladera de una montaña. Los restos arqueológicos son los peores enemigos de ciertos constructores. Basta con que salga a la luz unos adobes medievales en unos fundamentos para que haya que paralizar las obras. Hasta ahora sólo la arqueología ha sido capaz de detener algunas veces la codicia, pero ante la posibilidad de que el negocio se esfumara el promotor de esta colonia de adosados mandó echar cemento encima de la tumba sin dar cuenta de ese descubrimiento y siguió adelante. Ante el resultado de la construcción pensé: en Chicago, bajo el reinado de Dillinger y Capone los criminales sepultados en los cimientos engendraron edificios de Louis Sullivan, de Frank Lloyd Wright y de Mies Van der Rohe, que son ejemplos estelares de la arquitectura contemporánea; en cambio, en el Mediterráneo los dioses de mármol criminalmente enterrados sólo han generado paredones de ladrillo de una brutal ordinariez, que te obligan a ver el mar a través de los calzoncillos del vecino tendidos en la terraza. No se trata de ningún misterio de cine negro. La diferencia estriba en que los alcaldes corruptos de Chicago, pese a todo, tenían buen gusto y nuestros mafiosos son unos simples patanes.
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