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¿Debe la globalización dar miedo, esperanza o las dos cosas?

Hace unas semanas, IBM organizó un foro en San Petersburgo, Rusia, para debatir sobre el mundo de los negocios, la evolución de las empresas y la innovación tecnológica. Mantenemos este tipo de encuentros de forma periódica, en diferentes ciudades y regiones del mundo, en los que nos reunimos con líderes del mundo académico, empresarial y político. Esta última sesión en Rusia ha sido la más concurrida que hemos tenido nunca, con 430 líderes mundiales de primer nivel, algunos de ellos españoles.

A lo largo de estas jornadas nos centramos en considerar asuntos complejos y en debatir las formas más relevantes de innovación, es decir, aquellas que superan el ámbito puramente tecnológico y que se refieren a los procesos de negocio, los sistemas de gestión, las políticas públicas, la cultura y los modelos empresariales. Son asuntos que están muy presentes en las mentes de los ejecutivos de las empresas hoy en día.

"La buena noticia es que nunca antes ha existido un viento más favorable en el mundo para los innovadores"
"En los países desarrollados hay muchos ciudadanos que están preocupados por el impacto económico de la globalización"

En comparación con eventos previos, el foro de San Petersburgo ha presentado una interesante novedad. Según se iban desarrollando los diferentes debates, los directivos y ejecutivos no dejaban de hablar sobre otro tema: la globalización. ¿Es buena o mala? ¿Está ahogando a las culturas locales? ¿Es un reto para el modo en cómo dirigimos nuestras empresas? ¿Es el camino para que millones de personas salgan de la pobreza? ¿Incrementa la desigualdad entre los que tienen y los que no? ¿Es todo lo anterior?

Al escuchar y participar en estos intercambios de opiniones, mi visión de que la globalización y la innovación son fenómenos interdependientes ha salido reforzada. De hecho, creo que son dos caras de la misma moneda. La globalización es el nuevo terreno de juego en el que se desarrolla la lucha por la competitividad, independientemente de que hablemos de economía, tecnología, política o cultura. Y la innovación es el único camino para triunfar en este complejo entorno.

La idea parece simple. Pero al no establecer correctamente la vinculación entre globalización e innovación, puede surgir una idea equivocada sobre lo que realmente representa la globalización.

En los países del mundo desarrollado hay muchos ciudadanos que están preocupados por el impacto económico de la globalización. Algunos la ven como una especie de carrera hacia el abismo y temen sus efectos sobre la estabilidad laboral, los salarios y el nivel de vida. Un estudio reciente de IBM y de The Economist Intelligence Unit sitúa a España en el puesto número 14 en el Índice de Sofisticación Financiera, que se utiliza habitualmente para interpretar el impacto de la globalización en 35 economías clave. Obviamente, existe una preocupación sobre si la economía española continuará en el futuro en esa posición o será desplazada por países como la India (que en la actualidad ocupa el puesto 28) o China (puesto 32), ambos en claro proceso de modernización.

En el mundo en vías de desarrollo también existe temor a la globalización, pero por otras razones. Hay una preocupación sobre su supuesto efecto homogeneizador, que es visto como una amenaza para las culturas y tradiciones locales. Muchos creen que globalización es, simplemente, una palabra nueva para referirse a la colonización.

Los miedos a la globalización son comprensibles, pero no tienen un fundamento real. En primer lugar, el proceso de integración global que está teniendo lugar es mucho más que una búsqueda de costes reducidos. Si se tratase sólo de un factor de costes todas las inversiones se dirigirían hacia el mismo sitio, pero no está ocurriendo así. De hecho, de acuerdo con otro estudio de IBM, España se situó en el puesto número 13 en el ranking de países que recibieron más proyectos de inversión multinacionales en 2005. Y ese estudio muestra también que Europa ha recuperado frente a Asia su posición de liderazgo en número de inversiones, con un 39% de los proyectos. Es evidente que los inversores buscan algo más que costes reducidos.

Las fuerzas que impulsan la integración global son profundas y sutiles, y ofrecen oportunidades para todos. Se trata de una carrera a largo plazo en la que no sólo participan los proveedores de bajos costes.

Por lo que se refiere al efecto sobre las culturas locales, lejos de estar aproximándonos a una cultura global homogénea, estoy convencido de que la integración global está potenciando una mayor diferenciación. El valor económico y el éxito empresarial acompañan a aquellos que descubren cuáles son sus cualidades diferenciales, qué es lo que les hace especiales y qué papel concreto juegan en la economía global. Lo cierto es que los países y empresas representados en el foro de San Petersburgo ya han comenzado a enfocar sus esfuerzos hacia lo que han definido como sus puntos fuertes y están ya trabajando para adaptarse a la nueva realidad, que está tan llena de retos como de promesas.

Lo que preocupa en estos momentos a los líderes empresariales, sobre todo, es saber qué pasos hay que dar a partir de ahora. Da la impresión de que la globalización tiene mucho en común con otro asunto de actualidad, el cambio climático. En ambos casos se trata de una realidad anticipada hace tiempo que se ha convertido, repentinamente, en algo urgente. La respuesta seria a estos problemas urgentes no consiste en negar lo que está sucediendo, ni tampoco en señalar con el dedo a las empresas y los gobiernos de otros países. La respuesta seria a estos problemas consiste en iniciar acciones profundas y responsables y hacerlo de forma inmediata.

Y las cosas que hay que hacer incluyen elementos tan variados como enfrentarse al declive de los sistemas educativos, eliminar el modo de pensar a corto plazo, reducir las inversiones inadecuadas en infraestructuras redundantes, aprovechar el talento y experiencia de los trabajadores y profesionales de mayor edad -evitando que su retiro represente una descapitalización intelectual de la empresa-, enfrentarse a los incentivos económicos negativos, etcétera. Esto hay que hacerlo sin importar qué aspecto de la globalización estemos considerando hoy -desde la reducción de emisiones de CO2 al comercio internacional-. Simplemente hay que apreciar que la innovación es la clave para que los 45 millones de españoles puedan competir con éxito en el futuro mundo globalizado.

La buena noticia es que nunca antes ha existido un viento más favorable para los innovadores. El talento y la tecnología están disponibles en todo el mundo. Cualquier país, empresa, institución o individuo puede sumarse al tren de la innovación. España, con más del 92% de las empresas y más del 40% de los hogares con acceso a internet, está bien interconectada con el mundo. Combinando tecnología y conocimiento, imaginación y experiencia, las pequeñas empresas españolas pueden hacerse globales, y las grandes corporaciones pueden ganar agilidad. España y otros países desarrollados tienen que ser capaces de promover sus capacidades únicas. Al tiempo, los países en proceso de desarrollo pueden competir y mejorar de forma drástica el nivel de vida de sus ciudadanos sin por ello sacrificar su identidad nacional.

La globalización ha llegado, en suma, con toda su gloria histórica, controversia y capacidad disruptiva. El reto ante nosotros es enfrentarnos a los desafíos que la globalización lleva aparejados. Retos que no son sólo para las empresas, sino también para la población del mundo desarrollado y del mundo en desarrollo. Si creemos en que hay más motivos para la esperanza que para el miedo, lo que tenemos que hacer es demostrar el potencial innovador y liberador de la globalización. Y no sólo con palabras, sino con hechos.

Samuel J. Palmisano es presidente mundial de IBM.

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