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Reportaje:MEMORIA HISTÓRICA

Aquellos niños, aquellos recuerdos

Enviados a Morelia (México) para salvarles de la Guerra Civil, se sienten por fin españoles de primera

Salieron de España en un viaje que creían de ida y vuelta. Sus padres les aseguraron que sería cuestión de pocos meses. Pero la Guerra Civil se alargó de manera infernal hasta que los golpistas se impusieron y acabaron con el Gobierno de la República. Aquellos niños que llegaron a México en plena guerra fueron los pioneros del exilio republicano español. Son conocidos como los niños de Morelia, porque esta ciudad fue su destino final. Y ahora, se rescatan las imágenes de aquellas imágenes en la exposición Literaturas del exilio, que el presidente Rodríguez Zapatero inauguró la semana pasada en la capital mexicana.

El diario Excelsior tituló el 9 de junio de 1937 en primera página: "México recibe a sus nuevos hijos". Dos días antes había arribado al puerto de Veracruz el vapor Mexique, de pabellón francés, con 456 niños españoles a bordo. Todos los buques atracados en la bahía hicieron sonar las sirenas. En tierra, miles de personas convocadas por organizaciones gremiales y populares dieron la bienvenida a aquellas criaturas que acababan de cruzar el Atlántico huyendo de la guerra. El viaje en tren hasta Ciudad de México fue un recorrido por un territorio amigo, que vitoreaba a los recién llegados. En la estación Colonia de la capital mexicana, los niños fueron recibidos como héroes por unas 30.000 personas. Las imágenes de la época muestran a chiquillos de rostro desconcertado, cargando sus maletines y levantando el puño ante las cámaras. Entre ellos, una niña y su muñeca en brazos de un oficial del Ejército mexicano. Es Amparo Batanero, una de las voces más infatigables del centenar de niños de Morelia que siguen con vida.

Amparo Batanero: "Al llegar a México, algunas familias nos querían adoptar". Cárdenas lo prohibió
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Madrileña, de 75 años y madre de seis hijos (tres vivos), llegó a México a los cinco años de edad junto a cuatro de sus cinco hermanos, de 12, 11, 9 y 7 años. Los recuerdos son difusos y se ajustan con las explicaciones de su madre. "Me contó que salió un bando de la República para sacar a niños de España y evitarles una muerte segura, sobre todo en Madrid, que estaba siendo tan castigada. Mi padre estaba en el frente y mi madre no podía con los seis hijos. Se quedó con la pequeña de tres años y nos embarcó a los demás".

El general Lázaro Cárdenas, el presidente que nacionalizó el petróleo y realizó profundas transformaciones sociales en el México de los años treinta, ofreció acoger a 500 niños españoles y más tarde abrió las puertas a miles de refugiados republicanos que habían huido a Francia. Los requisitos eran un certificado médico y que los niños tuvieran entre 3 y 15 años. El contingente se concentró en Valencia, y procedía mayoritariamente de familias trabajadoras de esta ciudad, Barcelona, Madrid y Andalucía.

Amparo Batanero tiene grabada en la memoria una imagen en la estación de Valencia: "El tren estaba a punto de partir y mis hermanos se asomaban a la ventanilla. Mi madre me subió para darles un beso. Mi hermano mayor me cogió en brazos y ya no me dejó bajar. Me quedé llorando".

"Al llegar a México me enteré de que algunas familias nos querían adoptar. Cárdenas lo prohibió porque creía que pronto regresaríamos a España. Cuando el tiempo se alargó, el general firmó en 1938 un decreto por el que nos nombró hijos adoptivos de México".

Con el sucesor de Cárdenas, el general Manuel Ávila Camacho, las cosas empeoraron para los jóvenes españoles. Se cortó el presupuesto para el colegio de Morelia, donde estudiaban todavía 60 niños. Un 24 de diciembre echaron a los que quedaban, y los estudiantes de Morelia se convirtieron en niños de la calle. Amparo dejó la escuela a los 11, la mayoría no pasó de secundaria, y un grupo reducido llegó hasta la universidad.

En 1951, el padre de los Batanero viajó a México - "se moría por venir", recuerda su hija-, y en 1960, Amparo hizo su primer viaje a España. Habían pasado 23 años. "Fue una gran decepción. Encontré mi país peor que México. Madrid estaba muy atrasada". El reencuentro entre madre e hija fue en el aeropuerto. "Vi a una señora apoyada en una cristalera. Enseguida supe que era ella. A su lado estaba mi hermana, la niña de tres años que había visto en la estación de Valencia". Estuvo tres meses en España sin sus cinco hijos, que dejó en México.

De sus recuerdos y nostalgias, el sentimiento más doloroso es la ausencia de la madre y no haber tenido la oportunidad de conocer de verdad a sus padres. "Un día pedí perdón a mis hijos por si no había sabido educarlos. No tuve ejemplos, ni buenos ni malos".

Esta mujer "sin preparación académica", según se define, ha trabajado hasta los 70. Con la ayuda de su suegra montó un negocio de venta de comida para llevar. "Nunca tuvimos ni pedimos nada. Ni siquiera teníamos papeles españoles, ni un acta de nacimiento. Hasta Zapatero, ningún Gobierno español hizo nada por nosotros. En 2005, el Congreso en pleno aprobó las pensiones para los exiliados, incluidos los niños de la guerra. Ahora ya somos ciudadanos de primera".

Joaquim Quimet García, catalán, no duda un instante cuando se le pregunta por lo mejor y lo peor de los 70 años que lleva en México. "¿Lo mejor? Haber venido. ¿Lo peor? La muerte de mi esposa y tener un hijo discapacitado". Y sigue: "Si nos hubiéramos quedado en España no habríamos sobrevivido. Los bombardeos eran diarios en Barcelona. Vivíamos más en el refugio que en casa. Pero no es sólo eso. Nuestras familias no tenían para comer. Por eso enviaron a los hijos más pequeños a otro lugar, donde les pudieran alimentar. Fue un sacrificio de amor enviarnos a México, para que nos pudiéramos salvar".

Quimet no da cifras, pero entre 1936 y 1939 la guerra en España segó la vida de 130.000 niños. Llegó a México con nueve años, acompañado de su hermano de 11. Hoy tiene 79, y es viudo de mexicana y padre de seis hijos: dos abogados, dos médicos, un arquitecto y un encargado de ventas. "Pude darles estudios superiores a todos", dice con orgullo. Pensaba que cruzar el Atlántico sería como ir de colonias, por unas semanas o unos meses. "Y resulta que tardé 26 años en volver a ver a mi madre".

Los recuerdos de Quimet adquieren mayor claridad a partir de la llegada a México, el 7 de julio de 1937. Asegura saber de memoria los nombres de los 456 niños que viajaron a bordo del Mexique. Hablador y ocurrente, el acento catalán asoma en cada frase, a pesar de que abandonó Barcelona hace 70 años y de que asegura que pasó muchos años sin hablar catalán con nadie. Estudió cinco años en la escuela de Morelia y luego en un colegio del Distrito Federal, adonde fue trasladado. No aguantó más de un año. "Me llamaban el españolito, pinche gachupín. Teníamos pleitos cada día".

Las condiciones escolares para los niños españoles no fueron fáciles. Algo que nunca se ha contado, explica Quimet, es que desplegaron al Ejército protegiendo las vallas que rodeaban la escuela de Morelia, "porque cada día se escapaba algún chico". Sin embargo, hubo niños de Morelia que, sin documentación mexicana, estuvieron en la Marina y en el Ejército. "Esto quiere decir que México nos aceptó sin papel alguno".

Joaquim García empezó a trabajar a los 13 años en la fundición de cobre de Vulcano, una fábrica fundada por exiliados republicanos, que acabó naufragando por los enfrentamientos políticos entre los trabajadores. Luego se fue a Mundet, donde conservó el empleo de conductor de camión y encargado durante 38 años, hasta 1985, año de su jubilación. Confiesa que le ha ido bien en este país, donde pudo educar a sus hijos y ahorrar para la recta final de su vida. De familia republicana, en la órbita socialista, Quimet asegura que no ha tenido actividad política ni la quiere tener, aunque conserva sus ideas "izquierdistas a lo salvaje", según su propia definición. "Llegamos a Morelia y resulta que nuestra escuela estaba situada entre dos iglesias. Una salesiana y otra de San Juan Bautista. Las apedreamos las dos. También en Barcelona lo hice varias veces. La Iglesia estaba contra la República. Todos veníamos con el puño levantado. Lo habíamos aprendido en la casa, como republicanos".

Los niños españoles saludan puño en alto a su llegada a México, en junio de 1937.
Los niños españoles saludan puño en alto a su llegada a México, en junio de 1937.

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