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Tribuna:LA NUEVA LEY DEL LIBRO
Tribuna
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Elegía por el ISBN

Algunos de ustedes se preguntarán qué es eso del ISBN y por qué en estos momentos podría alcanzar una dramática notoriedad. Como toda institución de uso público, sencilla en su definición y extremadamente obvia por su utilidad, puede desaparecer sin pena ni gloria sin que todavía nadie se haya rasgado las vestiduras. A menudo, son precisamente las cosas sencillas, modestas, que figuran en la letra pequeña de la historia, en los diminutos créditos de las páginas interiores de los libros, las que deberían gozar de una importancia cuya desaparición les otorgará un tardío e irreversible reconocimiento póstumo. Y en ese momento nadie querrá aparecer como responsable.

En una simple metáfora simplificadora, el ISBN, origen de una gigantesca base de datos, constituye la savia que circula por el sistema hoy conocido como industria editorial y hace posible su supervivencia. Es una inteligente aportación pretextual, que los editores inventaron hace ya más de cuatro décadas y pusieron al servicio de la creación intelectual, para que usted, lector, pudiera entrar en contacto con ella.

La idea nace hace muchos más años en el ámbito anglosajón bajo las siglas de BN (book numbering), como una matrícula para individualizar los títulos en venta o disponibles (books in print). Posteriormente, a finales de los años cincuenta, la edición norteamericana se adhiere, siempre por razones de carácter práctico, y nace el SBN (Standard Book Numbering). Francia, Alemania, Italia, Suiza y algún otro país, hacia mediados de los años sesenta crean en Berlín el ISBN (International Standard Book Numbering, que en español viene a decir: número identificador unificado de libros). Hoy, su cuartel general está en Londres y su financiación se cubre a través de las cuotas de las agencias.

Eran tiempos históricos de la edición internacional. Apenas la producción mundial de títulos disponibles alcanzaba la cifra de cien mil títulos diferenciados, pero en un horizonte tecnológico que ya se preveía espectacular. España se adhiere al sistema en 1973, hace ya treinta y cuatro años, cuando la edición española apenas producía 20.000 títulos anuales, incluyendo las diversas lenguas del Estado.

Desde entonces, la edición internacional creció de forma exponencial. También así vino a crecer la edición española. Y de forma progresiva, se fue creando una utilísima base de datos interconectada, al servicio de los profesionales del libro y de los lectores. Un conjunto de dígitos, primero 10 y luego 13, identificaban país, editor, colección, autor y título. Una información escueta, pero básica.

En España, además, en plena dictadura franquista, el sistema se estableció mediante un Decreto-Ley, su adscripción era obligatoria y su uso gratuito, toda vez que las asociaciones profesionales del sector privado eran ilegales y funcionaban en una semiclandestinidad, hasta bien entrado el año 1976. En el resto de los países, el ISBN era de carácter privado y su desarrollo corría en paralelo a su utilidad práctica. En paralelo se han creado otros sistemas complementarios para recoger las publicaciones seriadas (ISSN), las publicaciones de las administraciones públicas (NIPO), etcétera.

Para evitar otras confusiones frecuentes, conviene aclarar que la Bibliografía Nacional, que se nutre de la información procedente del Depósito Legal y el Registro de la Propiedad Intelectual no son equivalentes, aunque lo puedan parecer para quienes están poco informados. Son públicos en todos los países, totalizadores, bibliotecariamente esenciales y no se limitan a recoger el repertorio de los libros disponibles en el mercado.

Tras estos antecedentes, con mucho esfuerzo continuado y fuertes inversiones públicas, la base de datos española del ISBN acumula ya más de un millón de títulos procedentes de editoriales de cualquier dimensión, de autores editores y deeditores institucionales. Incluye también los libros recientemente agotados. Nada menos que un millón de registros. Y, además, se reciben más de 65 millones de consultas procedentes de España y de los más variados y diferentes países, principalmente de América Latina. No hay un solo librero que pueda prescindir de esta base de datos y gran parte de ellos se conectan a ella al iniciar su jornada y la cierran al término de la misma. Millones de lectores reciben de esta forma la información básica que necesitan para hacer sus compras.

No hay otra base de datos de tanta densidad y amplitud. Su sustitución es, hoy por hoy, impensable y su desaparición supondría un serio revés en la comercialización del libro español. Entonces, la orfandad del sector del libro adquiriría proporciones demasiado relevantes. El esfuerzo convergente que representa DILVE (Distribuidor de Información del Libro Español en Venta), de carácter privado, no podrá nunca sustituirlo, a pesar de que nació recientemente desde una reconocida madurez de las instituciones representativas del sector del libro; siempre será una base de datos complementaria.

El nuevo marco estatutario español, cuyo diseño, mediante leyes orgánicas, en combinación con la recientemente aprobada Ley del Libro, se está configurando, amenaza con fraccionar este sistema, sin aportar ventaja alguna. Podrán aparecer bases de datos por autonomía. Nos parece que no hay ninguna justificación defendible en base a razones técnicas, políticas o ideológicas. Representa la consecuencia no deseada de una extraña vocación intervencionista de determinados políticos que entra en colisión con las aspiraciones y con los intereses de un sector industrial de alto significado cultural y que ha demostrado gran capacidad de sufrimiento, notable tenacidad y que no entiende de fronteras. Podemos asistir, pues, a los funerales del sistema del ISBN y lamentar la desaparición de tan entrañable compañero.

Volvamos al principio de esta reflexión y busquémosle una salida al problema. Un sistema internacional, digamos mejor mundial, de un valor incuestionable nace como conjunción de esfuerzos de las más importantes asociaciones de editores de naturaleza estrictamente privada, pero ha sido siempre de uso público. En nuestro país y en toda el área idiomática, así como en numerosos países que siguieron nuestro modelo, por razones excepcionales, se tuvo que elegir y asumir la opción de naturaleza pública, integrado en el organigrama de la Administración del Estado. Las reticencias hacia el riesgo que en otros cercanos tiempos se tuvo frente a la posibilidad de que se constituyera en brazo inquisitorial de la censura desaparecieron gracias a la Constitución, pero, de pronto, esta curiosa y original naturaleza jurídica nos conduce a asistir pasivamente a su posible fragmentación y pérdida de su utilidad. Por si fuera poco, enterraría tanto esfuerzo público acumulado bajo los escombros de la ineficacia sobrevenida.

La agencia española debe recuperar una normalidad que nunca pudo tener y el sector privado, cuyas instituciones son ya suficientemente maduras, deberá pactar y acordar la gestión privada del sistema en los términos en que esta transición fuese posible y recibir la aprobación de la Agencia Internacional del ISBN. El descontrol que pudiera derivarse de una fragmentación del sistema sólo conduciría a la pérdida de la confianza de la Agencia y a una disparatada lucha por buscar otra entidad que se hiciera cargo, toda vez que se entendería que no se han respetado los términos del acuerdo internacional.

La unidad de la base de datos es mucho más importante que su coste de gestión e incluso que la pérdida de su carácter obligatorio y de su actual gratuidad.

Rafael Martínez Alés, antiguo director del INLE y de la Agencia Española del ISBN, es editor y consultor.

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