Guarda y custodia
En tiempos como éstos, en los que una de las metas más razonables de los Estados de derecho es la igualdad, y tanto se celebran las paridades y las cuotas, resulta increíble que subsista en nuestra legislatura un punto negro en el que la injusticia se ha institucionalizado de tal manera que está llevando a muchos hombres a la ruina y a algunas mujeres a la inmoralidad más canalla: el divorcio. Y, en concreto, el asunto de la custodia de los hijos, que en otros países ya se otorga compartida a los cónyuges de manera automática y que en el nuestro se le concede a las madres por sistema, en alrededor del noventa por ciento de los casos, ni más ni menos. ¿No es un auténtico disparate que un hombre deje de ser considerado válido como padre en cuanto se separa, por las razones que sean, de su esposa o compañera? ¿Es lógico que una persona sea castigada a ver a sus hijos cuatro veces al mes, en fines de semana alternos, y se le impida acercárseles el resto del tiempo? Es un disparate y es ilógico, pero también es un gran negocio y, en ciertos casos, una afilada arma para ellas, que por un lado son quienes se quedan con la casa común y con medio sueldo de su antigua pareja, y, por otro, siempre van a tener el poder de utilizar a los niños como presión: hace poco, un juez ha dado un paso muy importante en ese sentido al retirarle la tutela de una niña a su madre por fomentar en ella una animadversión enfermiza hacia su padre, que ahora podrá estar con su hija para educarla, en lugar de ser simplemente el monstruo que la mantiene, como sucede en tantas ocasiones.
Juan Urbano pensaba todas esas cosas mientras leía, con los ojos dilatados por el asombro, una noticia que hablaba de un nuevo despropósito en ese terreno, el de un juzgado de instrucción de Fuenlabrada que le ha retirado a un hombre de 28 años el derecho a ver a su hijo, de 10 años, por haberlo llevado a correr un encierro en San Fermín. La pena fue dictada por un magistrado que considera "contundentes" las fotografías que salieron en los diarios y en las que se veía a padre e hijo junto a unos cabestros, y tras haber sido el hombre denunciado por su ex mujer. El auto del juez ordena la entrega "inmediata" del menor a su madre, que vive en Humanes.
"Ahí lo tienen", pensó Juan, "otra mujer que soluciona un pequeño problema doméstico haciendo que todo el peso de la ley caiga sobre su antigua pareja, y da igual lo desproporcionado que sea el castigo, porque ningún colectivo feminista va a salir esta vez a protestar por este esperpento, como siempre, como nunca. Es que hay gente que cree que la igualdad se consigue cambiando unos desequilibrios por otros". Y tampoco va a salir ningún cargo público a defender al padre avasallado, porque eso sería salirse de los carriles de la corrección política. Al contrario, el Defensor del Menor se ha apresurado a coger en el aire la liana de la demagogia para asegurar que la decisión le parece "bien, porque es una medida cautelar que tiene que hacerle reflexionar a él, pero también a todos los padres". O sea, que están todos advertidos.
La Asociación de Padres de Familia Separados calcula una cifra orientativa de más de millón y medio de menores de padres separados, y resulta aterrador imaginar cuántos estarán siendo utilizados como rehenes por sus madres, algunos hasta tal punto que en los medios judiciales empieza a haber una seria preocupación por la cantidad de denuncias falsas por malos tratos que les llegan: será porque la Ley contra la Violencia de Género, además de ser necesaria, es imperfecta, ya que ha puesto otro cuchillo en las manos de las personas más indecentes, las que vienen a decirles a sus parejas: "O me das lo que quiero, o te denuncio como maltratador". Y así ocurre a veces: se pone una denuncia por malos tratos psicológicos, ésta se admite a trámite sin más, y el acusado pasa a ser sospechoso de inmediato. Y la extorsionadora no tiene nada que perder, porque en los casos en los que su demanda es archivada, sale del intento de chantaje con una impunidad absoluta, mientras él, de alguna forma, queda fichado, por si acaso.
A Juan Urbano le habría gustado encontrarse al hombre de Fuenlabrada para darle un abrazo y decirle que, si de verdad le suspenden el régimen de visitas a su hijo, no se asuste, que luche por sus derechos hasta el final y que, a pesar de todo, confíe en la Justicia: hay ocasiones en que ésta también dicta sentencias que se puedan comprender.
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