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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Órdago de Imaz

El presidente del PNV, Josu Jon Imaz, ha irrumpido con fuerza en los prolegómenos del congreso de su partido, pero también en el escenario político general. A través de un contundente artículo publicado en los principales periódicos del País Vasco, No imponer, no impedir, Imaz se ha pronunciado sobre dos materias que dividen a los nacionalistas, como son la estrategia antiterrorista más conveniente tras la ruptura de la tregua por ETA, y los planes del lehendakari Ibarretxe y del sector soberanista de su partido, encabezado por Joseba Egibar, de celebrar un referéndum antes de que acabe la legislatura.

Las palabras de Imaz no dejan lugar a dudas: en estos momentos, la prioridad no puede ser otra que hacer frente a la amenaza terrorista mediante los cuerpos y fuerzas de seguridad. No es hora de preguntarse sobre una de las cuestiones que tradicionalmente ha dividido a los partidos democráticos, la necesidad o no de establecer un diálogo con la banda si ésta decidiera renunciar a la extorsión y el crimen. Lo que los terroristas han anunciado es lo contrario, y por eso carece de sentido discrepar sobre una circunstancia que no existe. Es decir, Imaz no excluye a priori la posibilidad del diálogo para derrotar a los terroristas, como hace el Partido Popular al plantear como principio lo que, en realidad, es una cuestión de oportunidad política. Se limita a constatar que no se cumple la condición imprescindible para ese diálogo, que es el desistimiento de ETA de la lucha armada.

La misma claridad con la que se pronuncia sobre la estrategia antiterrorista está presente en sus consideraciones sobre el referéndum que anuncia Ibarretxe. Imaz no menciona que la iniciativa sobrepasa las competencias constitucionales y las estatutarias del lehendakari, pero ofrece argumentos concluyentes en contra de su celebración. Unos, para uso interno, como subrayar que es incompatible con la línea política aprobada por los órganos competentes del PNV; otros, de alcance más amplio, como advertir de que la celebración de esa consulta al margen de la ley permitiría a ETA encontrar una nueva e inesperada justificación para sus crímenes.

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Imaz ha lanzado un órdago político al PNV, al que ha colocado ante la disyuntiva inexcusable de elegir entre la corriente pactista y la soberanista con ocasión del próximo congreso. Pero la potencia de su mensaje exige, además, una respuesta por parte de las restantes fuerzas políticas. Sigue pendiente alcanzar un acuerdo frente a ETA, y el presidente del PNV muestra con claridad las líneas de un consenso posible. El Pacto de Lizarra parece lejos, y con mayor razón si Imaz revalida su mandato. Nadie debería frustrar esta ocasión de enfrentarse a los terroristas con una sola voz y una sola política, obstinándose en discutir puntos que, como el diálogo con la banda terrorista, no es que sean apropiados o inapropiados; es que, sencillamente, no están en el orden del día.

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