"Ojalá nos dejen aquí"
Los feriantes celebran el retorno de sus atracciones junto a la Alameda de Valencia, tras varios cambios y solares
Los feriantes van de pueblo a pueblo y en el caso de Valencia, de un sitio a otro. "Ojalá ya nos dejen aquí", dice Mara, encargada de un remolque de algodón de azúcar "y de fast food", que heredó de sus padres y que lleva su nombre. Aquí es el cauce del Turia, entre los puentes de Calatrava y de las Flores, donde este año se ha montado el tradicional parque de atracciones de la Feria de Julio, que se abrió el pasado viernes. En años anteriores ocupó el solar del futuro Mestalla, la prolongación de Campanar o un espacio de camino a El Saler.
"Ahora estamos en el lugar de siempre, el que nos corresponde en la Feria de Julio. Como en la Alameda no se puede por el tráfico, pues justo al lado. A la gente hay que ponérselo fácil y aquí hay condiciones de seguridad y estamos en el centro", apunta Manuel, "de Russafa", dueño de Autochoques Valencia, con 50 años de antigüedad, lo que otorga a su atracción un lugar privilegiado dentro de la feria. "Yo ya no viajo mucho por España. Para morirse no hace falta correr mucho. Y digan lo que digan la feria está viva, más viva que los parques fijos", añade.
Algunos feriantes han dejado de visitar Valencia por los cambios continuos y la escasa idoneidad de los emplazamientos. También les afecta a todos, principalmente, la dispersión y multiplicación de la oferta de ocio. "Antes, los niños salían de la escuela y venían a la feria, aunque fuera un rato. Ahora están las consolas, la televisión...", remata Manuel. "Las ferias funcionan si hay fiestas de por medio. Yo voy a las fiestas de Badajoz, Cáceres, Madrid, Valencia", apunta Marina, a punto de abrir su puesto de tiro.
A las cinco de la tarde se respiraba ayer un ambiente de siesta. Las atracciones permanecían paradas, en silencio. Algunos clientes merodeaban sin rumbo fijo. El sol aún pegaba fuerte. Poco a poco fue aumentando el bullicio conforme la gente bajaba al río y las atracciones se ponían en movimiento. Aunque a 60 metros de altura, en la noria, apenas se oía nada.
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