Pianista de guantes blancos
Gonzales es un icono de una determinada modernidad, uno de esos nombres que se van transmitiendo por el boca-oreja más que por sus propias obras. Alguien al que obligatoriamente se ha de ver para estar al día. Sólo así se explica el lleno del pasado lunes en la plaza del Rei.
Un público heterogéneo, que tanto podía salir de un concierto del Sónar como de un desfile del Bread and Butter, se acercó hasta la histórica plaza para oír en directo al pianista canadiense afincado en Berlín. Muchos debieron de sorprenderse porque poco de lo oído esa noche encajaba con la imagen rompedora que se vende de Gonzales, más bien al contrario.
La primera sorpresa fue que, en vez de utilizar el habitual piano de cola, prefirió presentarse ante un piano de pared sin tapa de sonoridad, bastante más pobre y rústico. La segunda fue que el pianista apareció con bata blanca (de las que usan tanto los médicos como los carniceros) y guantes también blancos. Golpear (más que acariciar) la teclas del piano con guantes blancos fue sin duda la nota más relevante del concierto.
Gonzales posee una técnica discreta y algo ruda, pero eficaz. Podría defenderse ante un piano pero el problema surge con la música interpretada, de una banalidad desesperante. Pasó de melodías cursilonas a temas idóneos para amenizar un cóctel, intercaló algunas furibundas descargas de minimalismo atronador y explicó anécdotas con bastante buen humor. Hacia la mitad del concierto invitó al batería también canadiense Mocky. Entonces la cosa alcanzó los momentos más álgidos de banalidad musical: del boggie a toques de blues facilón sobre un ritmo de percusión monótono pero contundente.
Si se trataba de demostrar que todo cabe en el saco de la modernidad más aguerrida, Gonzales triunfó por todo lo alto. Si se trataba de un concierto de música para piano, todo dejó bastante que desear. Pero Gonzales tiene algo de encantador de serpientes y la gente le ríe las gracias y aplaude un chaparrón de música intranscendente como si fuera la última maravilla. Eso sí, la sonrisa malévola de Gonzales da a entender que él tampoco se lo cree. Es la ventaja de ser un icono; no hace falta ofrecer grandes cosas, con llevar guantes blancos ya está todo ganado.
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